Pertenenen a la Asociación Benéfica Ceuta Solidaria y han permanecido 19 días ayudando en los campamentos griegos
Cuando conocieron la situación en los campos de refugiados de Lesbos, no lo dudaron ni un instante. Tres de los voluntarios que integran la Asociación Benéfica Ceuta Solidaria decidieron poner su granito de arena y trasladarse a esta isla griega donde la llegada de inmigrantes de distintas nacionalidades es una constante ya en esta zona.
Lesbos se distribuye en dos campamentos: Cara Tepe, donde habitan más de mil personas en módulos familiares. El caso de Moria, donde se hacinan 5.000 refugiados, cuando su capacidad es de 1.500, es más drástico. Al no quedar módulos disponibles, las personas que van llegando son acomodadas en tiendas de campaña y sacos de dormir. “Aquello es desolador. Cuando ves a seres humanos viviendo una escasez total, tanto de libertad, como de cosas básicas, lo primero que piensas es si te vieras en esa situación, pero lo más impactante son los niños. Ellos tienen una capacidad de adaptación como si no estuviera pasando nada y se abren, juegan contigo y comparten lo que tienen”, explica Ángel Pino, presidente de la Asociación Benéfica Ceuta Solidaria.
El equipo de voluntarios ceutíes estaba integrado además de por su presidente, por Antonia Cortés de 61 años y Raúl González de 20. Su tarea allí consistió en apoyar a las asociaciones de Remar Internacional y Mensajeros de la Paz en la elaboración y reparto de alimentos.
Durante 19 días han vivido en este campamento en unas condiciones que, ni siquiera para los voluntarios, han sido las más cómodas. “Había cortes de agua a diario porque la cantidad que pueden consumir 5.000 personas es tremenda. Sólo teníamos 21 aseos para todo el campamento. Nuestra base era un antiguo concesionario de coches de dos plantas y estábamos en el centro de los dos campamentos, a tres kilómetros de cada uno. Éramos 25 voluntarios de toda España y 15 refugiados y la convivencia ha sido difícil”.
Las condiciones climatológicas tampoco han ayudado, ya que las bajas temperaturas y el fuerte viento complicaron el ya de por sí duro trabajo en Moria. “Antonia tenía que trabajar de 8 de la mañana a 8 de la tarde picando alimentos y lo ha pasado mal. Incluso tuvo un accidente. Una mañana cuando iba a trabajar se cayó. Se le hinchó la mano y la pierna e incluso se partió una pieza dental, pero aún así no dejó de trabajar”.
“Raúl es un chico joven y se ha portado muy bien, ha sido más duro para él que para Antonia pero ha trabajado mucho y ha dejado el pabellón de Ceuta muy alto”, se enorgullece Pino de sus dos compañeros.
Las heridas o el trabajo durante horas quizá no es tan duro como el impacto psicológico de estar rodeado de personas en esta situación. Allí han dado su cariño a los niños, han jugado con ellos, pero también han vivido situaciones muy dramáticas. En tres ocasiones, el campamento de Moria se incendió y los ceutíes vivieron en primera persona el drama de los refugiados. “Por la noche jugábamos con los niños, había uno muy revoltoso que nos tiraba piedrecitas con un tirachinas y nosotros lo perseguíamos hasta cogerlo y abrazarlo. Esa noche le dimos unas golosinas y a la mañana siguiente nos enteramos que había explotado una bombona y que ese niño, su hermano y su abuela habían muerto, mientras que su madre estaba muy grave en la UCI. A la hora del desayuno, llegó una niña afgana amiga de ellos. La intentamos consolar con dulces, caramelos pero no aceptaba nada. Estaba llorando y lo único que quería era una foto de su amigo fallecido para recordarlo”, rememora.
Son experiencias duras pero también gratificantes, tal y como añade Pino, “me quedo con la labor de poder ayuda a esas personas tan necesitadas y con la esperanza de que un día puedan retomar una vida digna. Muchos aún no reaccionan a lo que están viviendo y otros intentan vivir el día a día”.