Son muchos, en su mayoría enconados detractores de Pedro Almodóvar desde tiempo inmemorial, aquellos que sostienen que su cine se cimenta en poco más que gays y prostitutas. Y la verdad es que precisamente en esta ocasión, poco argumento tiene para rebatirlo quien les habla, eso sí, fiel a cada cita con el director manchego y con las uñas sin afilar por la guillotina del prejuicio. Escandaloso y muy chabacano, marca de la casa, intento de provocar, ya que no estamos en los ochenta y el personal está curado de espanto, Los amantes pasajeros coloca en escena a unos estrafalarios y demenciales pasajeros de un avión que por problemas técnicos que se gestan al principio de la película tiene que realizar un aterrizaje forzoso con el consiguiente riesgo vital. La tensión y la incertidumbre precipita que perfectos desconocidos acaben confesándose todo tipo de secretos. La tripulación está formada por unos pilotos (Antonio de la Torre y Hugo Silva) que no tienen desperdicio y, sobre todo, los azafatos de la zona vip, tres reinonas locas, loquíiiiisssssimas, pendones desorejados en sus ratos libres y borrachas de oficio, personajes magistralmente interpretados por Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo (especialmente brillante este último y sus expresivas caras). Tan lejos intentan llevar el entretenimiento de los viajeros en pleno delirium tremens que, aún en cartel, son ya personajes para no olvidar de la historia de nuestro cine. Impagable el momento de la coreografía.
Otros rostros conocidos que se apuntan a este particular viaje almodovariano son los de Cecilia Roth, Lola Dueñas, Miguel Ángel Silvestre (de los más sositos), Carmen Machi o los ilustres cameos de Antonio Banderas y Penélope Cruz; hablando de cameos, como siempre hay un instante para el hermanísimo y productor, que esta vez no aparece solo… Para el final me dejo la demacrada Paz Vega, que tiene un aspecto que va más allá de parecer que pase hambre, y no es que se me haya contagiado la vena criticona a tono con la cinta, es que de verdad da penita verla así.
Aunque nunca me ha gustado el término, podemos hablar de obra menor del realizador español más internacional, con buenos pasajes de diversión gruesa pero efectiva, coloridos que en sí ya son un universo inconfundible y goteo continuo de mala baba y crítica mordaz a la época leonina y canalla que a nuestro país le está tocando vivir. Cine para gays apto para heteros que, además, aunque parezca un trabajo ligero que le ha salido como el que no quiere la cosa, con Almodóvar todo siempre está milimétricamente controlado, y a la música de Alberto Iglesias y la fotografía de José Luis Alcaine (ahí queda el dúo) me remito.
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