Una de las características más determinantes de la sociedad ceutí es el superlativo grado de acomodo de su conciencia colectiva. Aburridos, evadidos, frustrados o impotentes, hemos alcanzado una especie de nirvana intelectual en el que todo pensamiento alternativo es rápidamente triturado por un vértigo febril a perder lo que no existe. No deja de ser una perversa paradoja. Una Ciudad sumida en una profunda crisis de identidad (económica, social y política), que debería ser un hervidero de reflexión, presenta un encefalograma plano en su nivel de debate público. Es más, cualquier intento de cuestionar la ficticia verdad oficial teñida de absurda nostalgia, se interpreta como un gesto subversivo. Lo peor es que la juventud se está educando en este ambiente de sumisión psicológica generalizada, aniquilando su rebeldía innata en la que cabría depositar cierta esperanza de regeneración.
No hace mucho, la Universidad de Granada organizó un “Debate sobre el turismo en Ceuta”. Nos dimos cita en el evento en torno a ochenta personas de diversa procedencia y condición, incluyendo los jóvenes alumnos y alumnas de un master de turismo impartido por la propia universidad. Inciso. Me llamó la atención que entre todos los asistentes no hubiera ningún musulmán. Seguimos impávidos pulverizando las reglas de la estadística. Un síntoma que tenemos miedo a explorar.
Las intervenciones se sucedían ajustándose disciplinadamente al guión preestablecido, comenzando siempre por la manida loa a las enormes potencialidades del turismo en Ceuta. Cuando llegó mi turno, y dado que sólo disponía de cinco minutos, decidí plantear tres preguntas a los asistentes. En tan poco tiempo resultaba imposible responderlas, pero me pareció interesante someterlas a la consideración de personas ocupadas y preocupadas por el turismo en distintas vertientes. La reacción del auditorio fue de desasosiego, escozor y fastidio. Sonó una voz discordante. Se rompió el cristal que separa la realidad de la ensoñación. Mejor no pensar.
Reproduzco las tres preguntas:
Una. ¿Es coherente que el Gobierno de la Ciudad nos planteé como objetivo prioritario el desarrollo turístico (preferentemente náutico, de congresos y de visitantes de alto poder adquisitivo) y paralelamente promueva la construcción de un macro-presidio o mantenga la frontera “comercial” (¿?) del Tarajal en unas condiciones que espantan hasta en el tercer mundo?
Dos. Después de treinta años impulsando el turismo, aplicando planes de dinamización, invirtiendo en infraestructuras y proyectos, acudiendo a toda clase de ferias y eventos, desarrollando todas las campaña de imagen y propaganda imaginables y poniendo en marcha infinidad de iniciativas; y todo ello con notable éxito (al menos así nos lo han comunicado siempre todos los responsables), el resultado es que a Ceuta no viene nadie. ¿No habrá llegado el momento de plantearnos con sinceridad y rigor si realmente Ceuta tiene alguna posibilidad de penetrar en el sector turístico? ¿Cabe la posibilidad de que las potencialidades que nosotros vemos no sean tales?
Tres. Para que el turismo cuaje en una zona se requiere una toma de conciencia ciudadana en torno a este objetivo. La ciudadanía en su conjunto debe asumir que los turistas son importantes, y el trato debe ser exquisito y acogedor hasta el agasajo. ¿Puede aspirar a ser un enclave turístico una Ciudad con mentalidad funcionarial (sueldo fijo del estado sin riesgo) en la que hasta las empresas nacen ya con vocación de contratar con la administración pública?
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