Colaboraciones

Tres pitadas largas..., por Manuel Castillo Sempere

“In Memoriam de Rafael Escámez Ortigosa, que ya navega, lleno de paz y luz, en las aguas océanas y azules de Dios...” ¡Adiós Amigo...! Por los mares del cielo,  navega Rafael....  a alcanzar la otra orilla donde espera su padre, donde espera José.... Y saldrán a su encuentro otros seres queridos, para darles su abrazo y mostrarle el camino Deja desconsolados a los que aquí dejó, añorando su ausencia, y llorando su adiós... No lloremos por él, recordémosle siempre con su humor y su gracia, haciéndole presente. Por los mares del cielo, navega Rafael... y al mismísimo Dios, hará reír con él..... Joaquín García Estudillo (¡Adiós, amigo, espéranos en la luz...!) Tres pitadas largas daba el correo antes de subir la escala real para que los últimos pasajeros con destino a Algeciras se aligerasen y pudieran embarcar... Y, tras el último beso a la novia o a los padres, el viajero corría arrastrando las maletas con la mano en alto, para avisarle al marinero que parara de “jalar” del cabo de la pasteca; y, con ello, ganar unos minutos necesarios a que le diera el tiempo suficiente a subir por la empinada pasarela, que unía el firme del muelle a la cubierta principal del transbordador... Sí; cada uno de nosotros hemos protagonizado esta escena más de una vez, que sólo tenemos que allegarnos unos instantes a nuestro pretérito para recordarla porque se halla grabada desde los años de la juventud en el atávico paisaje de nuestra memoria. Y, de igual manera, Rafael, muchas veces -como nosotros- protagonista de este costumbrista pasaje, ha mandado tocar en el tifón tres pitadas largas, señalando con ello, que el correo, su correo, suelta amaras y se dispone, una vez dejada la bocana del puerto de aquella Ceuta -su tierra- a realizar su última singladura por los mares interminables de Dios... No; no dejará el transbordador por estribor la agigantada belleza del monte Hacho, para poner rumbo a la bahía de Algeciras, con el Peñón de Gibraltar como referencia visual al destino próximo al que nos dirigimos. No; hoy la nave no parte a un rumbo conocido situado en el litoral del otro lado del Estrecho. No; hoy parte Rafael al mando del timón para arrumbar a otro puerto diferente del acostumbrado. Hoy la demora en la carta de navegación lleva un rumbo diferente a lo aprendido en las escuelas náuticas; porque el rumbo de hoy no tiene trazo, ni se puede dibujar su marca en el papel de la carta donde se entrecruzan las derrotas de los buques. Porque hoy, amigos de Rafael, bien sabéis que él viaja a otros mares, y a otros océanos diferentes a los que acostumbramos a columbrar desde la ermita de San Antonio, o desde las altas cuestas de la carretera de Benzú al monte del Renegado, o también desde el antiguo mirador de Isabel II en García Aldave... Y, situados en esas alturas el paisaje se antoja de diferentes tonos que se pintan ocres y verdes en la mancha del litoral de la ciudad; para pasar a azul fuerte en la anchurosa besana del Estrecho. Y, allá en la curva celeste del cielo, las apelotonadas nubes blancas -diríanse de algodón- pasan raudas y veloces en esta señalada mañana de poniente, donde en la brisa, dejamos nuestro último adiós a este hombre de mar tan generoso en el recuerdo con su tierra, la tierra natal a la que siempre llevó en su corazón... Nos conocimos en el Instituto, cuando él hacía de guardia urbano y dirigía el tráfico mejor que nadie, tanto como Juárez, aquel entrañable guardia que nos enseñaba circulación vial... Y, hablábamos de la pesca en Ceuta, porque nuestros padres tuvieron traíñas, y después fuimos profesionales del mar: él marino de la Armada y yo marino mercante... Hoy, te decimo adiós con tristeza, Rafael, porque eras nuestro amigo, y los amigos de verdad bien sabemos que necesariamente nos despedimos con tristeza. No cabe otra... Sin embargo, en esta melancolía que nos aturde y nos deja sin palabras, también nos consuela, que podemos allegarnos a tu memoria y a tu propia existencia, que tantos momentos de alegría -como las cuentas de un rosario- nos diste de manera generosa. Siempre se te veía sonriendo y con algún cascarillo que nos hacía reír y alegrarnos el momento. Era proverbial tu buena memoria de las cosas referentes a nuestra ciudad, que junto con Pepe Fortes, no hemos conocido personas con más conocimiento del mundo de la pesca y de la Ceuta de la segunda mitad del siglo pasado. He sentido su marcha y me ha entristecido... Sin embargo, hay que pensar, que él era un ser muy feliz, con su gracia especial, que a pesar de ser caballa de pura cepa -nacido en el barrio de O´Donnell- por sus años pasados en la Isla de León, tenía la gracia de los gaditanos, porque podía pasar por un chirigotero más... Y, ha dejado su herencia en su familia, y ahora -los que somos creyentes- sabemos que estará contando alguna mentira para que se rían un poco aquella gente de arriba que andaban un poco serios, y que ahora se les habrá acabado la tranquilidad y el canto gregoriano. Quedó en el tintero una cita para conversar de la flota de pesca que atracaba sus traíñas en el Muelle Comercio, y daba a la capital los más hermosos jureles, boquerones, sardinas, caballas y melvas del Mediterráneo. No pudo ser, huérfano me quedo y sin tu sabio conocimiento de estos menesteres... Bien es verdad -como digo- que su marcha nos ha dejado triste, pero Rafael ha sido un hombre feliz, con su mujer, sus hijos, con su familia, y con sus amigos... Acaso se puede pedir más, porque la gente de su barrio, la gente de Ceuta gustaba de saludarlo cuando regresaba a pasar unos días entre los paisanos... Venga, Rafael, una oración hemos dejado en tu memoria, todos te echamos de menos, y eso no tiene precio.... Tu partida, nos ha cogido a todos por sorpresa y sin poderte decir adiós desde el muelle España, desde donde partían los Correos-Transbordadores para cruzar el Estrecho. Sin embargo, nuestro pensamiento nos hace reunirnos en el rincón de aquel muelle, y levantando las manos te decimos adiós: ¡Adiós, Rafael, Adiós...! Tu recuerdo conservamos como el mejor aroma traspasado de un puñado de jazmines blancos, que arrojásemos al mar en tu memoria y en la nostalgia de tus días. Iras siempre con nosotros, y tu sonrisa y tu presencia nos acompañara para siempre. ¡Adiós, Rafael, adiós compañero...!

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