Saber que estás haciendo algo bueno por los demás como acompañar a personas mayores, asesorar a otras en situación de exclusión social, cuidar del medio ambiente o proteger a animales te dará muchas satisfacciones a nivel personal. Ayudar en lo que sea. Eso fue lo que pensaron tres hermanos de Ceuta cuando decidieron coger sus maletas y marchar a Kenia para participar en un voluntariado que aseguran ha cambiado sus vidas.
Ellos son Jaime, Carolina y Julieta de Miguel-Zaragoza Ruiz. Tres hermanos que decidieron experimentar las satisfacciones de un voluntariado e irse a un país africano como Kenia.
Julieta es la más joven. Con tan solo 18 años, aún es estudiante de Bachillerato y sigue preparándose para su futuro universitario. Carolina tiene 20 años y decidió seguir los pasos de su padre, Mario de Miguel-Zaragoza. Está estudiando Farmacia en Madrid. Jaime, por su parte, también se encuentra en la capital de España estudiando Ingeniería Industrial a sus 24 años.
Todo surgió cuando Jaime en marzo coincidió con su padre en Madrid y le comentó que quería irse de voluntariado ya que conocía a gente que lo había hecho anteriormente y le parecía una experiencia “muy gratificante, así como humana”.
“Tras comentárselo me dijo que justo unos días atrás, Julieta también le trasladó que quería irse de voluntariado. Casualidades de la vida. Se lo comentamos a Caro y nos pusimos manos a la obra. Nos informamos de numerosas organizaciones y decidimos ir con Cooperating Volunteers a Diani Beach, una ciudad dentro de Ukunda, en Kenia”, señala Jaime.
Estos tres hermanos se encuentran en Diani Beach una zona muy costera y turística de Kenia en la que “sorprende” la diferencia que puede haber “simplemente cruzando la calle”. “Cuanto más te adentras en el pueblo, más pobre es la gente. Los chicos de nuestros colegios viven todos día a día, con ropa que han conseguido de antiguos voluntarios o la que hemos llevado los recientes”, indica Jaime.
Ser voluntario tampoco es fácil porque significa abrir los ojos a una realidad no siempre amable. “Desnutrición, enfermedades, escasez de agua potable, falta de educación... Todos los problemas que uno se puede imaginar los viven las familias del pueblo”, lamenta el joven.
Sobre la organización, Jaime explica que se ha ido dedicando a lo largo de los años a montar principalmente colegios. “También se ha puesto en marcha un orfanato y se está trabajando en un proyecto para menores discapacitados”, añade.
Carolina, por su parte, señala que es “la primera vez” que se marchan de voluntariado pero que “seguramente no sea la última”. “Al llegar se nos asigna un colegio en función de la edad y necesidad de los niños. Todos estos colegios están en un pésimo estado. Son cuatro paredes, un techo y mesas donde chicos de diferentes edades comparten clases”, afirma.
“Los colegios donde se ha invertido más dinero cuentan con cocina, ya que la mayoría de familias no puede permitirse dar a los numerosos hijos que suelen tener más de una ración de comida diaria. Destaca uno en donde una pareja de voluntarios madrileños está haciendo reformas, que lo conforman cuatro palos y un techo de hojas”, añade.
En ese mismo sentido, Julieta señala a El Faro que su principal labor “es dar clases” por la escasez del profesorado además de la baja cualificación con la que cuentan.
“Pero también contamos con dos chicas voluntarias en el programa médico. Vienen a nuestro colegio a tratar heridas, hongos, bacterias o gripes. Cuando se trata de alguna enfermedad de mayor calado se los llevan al hospital y la organización o los voluntarios acarrean con los costes tanto de transporte como de medicamentos”, explica.
El poder impartir esas clases, para Jaime “no solo ayuda a los chicos a cultivar su mente y a buscar prosperar en el futuro, si no que también les mostramos la cultura occidental para que en un futuro, ojalá cercano, quieran mejorar su país”.
Los colegios, que son privados, tienen un precio anual de 9000 KES, lo que corresponde a unos 57 euros. “He de admitir que pensaba que nosotros íbamos a dejar más aquí de lo que recibiríamos, pero está siendo totalmente al contrario. Estos pequeños te llenan de felicidad y te transmiten un amor agradecido”.
La más pequeña de los tres hermanos, Julieta, señala que se fueron a Kenia con la intención “de ayudar y también llevarnos una satisfacción personal que nos alejara de la realidad que nosotros estamos acostumbrados a vivir, para valorar las cosas tanto materiales como sentimentales que tenemos la suerte de tener”.
“Sin lugar a duda los tres volveríamos a repetir la experiencia, ya sea aquí o en otro lugar del mundo. Es algo único y entrañable que te revuelve el estómago, te hace crecer como persona y te llena de felicidad. Cualquiera que pueda hacerlo, lo recomiendo al cien por cien”.
Por último, Carolina, señala que no todo ha sido un camino de rosas ya que los primeros días “fueron los más duros”.
“El choque cultural y la pobreza te llenan de penurias y te hacen acordarte de tus vivencias, pero has de ser fuerte y poner al resto antes que a ti. Con el paso de los días te vas acostumbrando”.
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