Por lo menos dos veces al año no hay quien me quite de reencontrarme con Extremadura, mi tierra; más concretamente, con MIRANDILLA, mi querido pueblo: en otoño y en primavera. Allí recargo las pilas en el bendito lugar que me vio nacer, mi tierra del alma y la de mis antepasados, con mis recuerdos infantiles, mis andanzas juveniles, mis vivencias, afanes personales, mis viejos sueños; tierra de contrastes encantadores, llenos de paz y de sosiego, de amplios horizontes, cielos azules y altos, largas visibilidades hasta allá donde la mirada se pierde donde parecen juntarse el cielo y la tierra; tierra la mía, de gente sencilla, bondadosa, sincera, noble y buena, que siempre saluda con un fuerte apretón de manos, mirando a los ojos frente a frente con un trato cordial y con gesto afectuoso y sincero.
Suelo no faltar por mi pueblo, al menos, más de un mes cada vez de las dos que al año voy. Precisamente, hace unos diez días que regresé de allí. Mi época preferida es la primavera, porque, normalmente, es cuando los campos extremeños estallan en flor, que allí son toda una eclosión de verde, de luz y de colores. Todo es paz, tranquilidad, quietud y relax, con un medioambiente limpio y natural que todo lo domina, puro y sano, en el que casi siempre se tiene un pleno reencuentro con la naturaleza.
Sin embargo, me ha dado mucha tristeza y pena ver este año a Extremadura muy seca. La he encontrado como nunca por estas fechas. Está irreconocible y no parece la misma. En los meses de abril y mayo, que parece como si allí la estación primaveral obrara el portentoso fenómeno climático de unir por igual al invierno con la primavera, como si de una sola se tratara, porque es cuando más crecen el verde y la hierba fresca, con las bonitas mañanas tempraneras, las frescas cañadas, pareciendo como si los cerros alomados, se agacharan para dejar pasar el sol, las sementeras crecidas y preñadas de espigas, como preludio de la buena cosecha que por estas feas suele vislumbrarse, pero, en cambio, qué frustración y mala suerte la que he tenido este año.
Y es que, resulta que, cuando he ido este año en los meses de marzo y abril, pese al apogeo primaveral, más hubiese parecido como si estuviésemos en los tórridos meses de julio o agosto, en medio del estío, que allí se presenta caluroso y abrasador. Ha sido como si la estación primaveral este año allí no hubiese existido. El tiempo parece estar algo al revés, como la vida misma.
Encontré que el campo estaba todo reseco y arrasado, con total ausencia de verde y de hierba. Las extensas ganaderías que allí pacen, en lugar de verse pactando por sus fértiles dehesas, pues resulta que este año los animales se ven acostados a la sombra de las encinas como si estuviesen sesteando, por no poder comer hierba fresca y ni siquiera pacto seco con que nutrirse, de manera que, en cuanto ven acercárseles el cuidador, y que el ganado intuye que va a llevarles comida, se ponen a llamar mugiendo o balando, que son sus formas de pedir de comer lo que ellos por sí solos buscan y no encuentran, porque el campo está todo seco y arrasado.
Creo que la sequía que este año padecemos pudiera ser la ruina del campo, ese espacio natural que hasta ahora tanto veíamos poco a poco vaciarse, porque ya nadie lo quiere cultivar de tan trabajoso y sacrificado que se hace para vivir de él. Y, cuando se deje de producir en el campo, no sé de qué vamos a sobrevivir los consumidores, tendremos que ir haciéndonos a la idea de tener que alimentarnos con filetes sintéticos, con insectos u otros animales repugnantes, como ya sucede en China, India y otras grandes y masificadas naciones.
Ya hay algunos lugares más secos de Extremadura y Andalucía donde han tenido que empezar a imponer el racionamiento de agua para riego y abrevaderos, porque los embalses, pantanos, ríos y aguas de pozo se están agotando; llevamos en el sur seis meses sin llover y, lejos de mejorar las expectativas, lo cierto es que la lluvia no aparece, cada vez se resiste más a llegar y aquello que antes teníamos por viejo refrán de que enero era lluvioso, a febrero se le tenía por el mes "loco" del calendario por lo ventoso que era, pero que, luego, entre ambos sacaban a abril y mayo verdes, floridos y frondosos, pues resulta que ahora más parecen estar llamados a desaparecer.
Por eso, la Madre Tierra (la Pachamama, que cariñosamente llaman los amerindios) claramente nos está pidiendo a gritos que actuemos. Los océanos y los fondos marinos se llenan de plásticos y se vuelven casi inaccesible a la flora y la fauna marina. En tierra, reina el calor extremo, los incendios forestales, muchos de ellos prendidos por la mano malhechora del hombre, las tormentas cargadas de aparato eléctrico producen inundaciones y destrozos y otros fenómenos climáticos adversos, están afectando en el mundo a millones de personas. El cambio climático, también provocado por quienes intencionadamente atentan contra la naturaleza, el deshielo de las montañas y la subida de nivel de los mares, los atentados que se cometen contra la biodiversidad que tanto la perturban y la distorsionan, como la deforestación, el cambio de uso del suelo, el efecto negativo producido por los pesticidas con que se curan los cultivos para secar las malas hierbas, la excesiva producción agrícola y la ganadera intensiva, etc, pues, todo ello, hace que en la España seca se aprecien ya claros síntomas de la desertificación que lentamente avanza de forma irreversible, más el creciente comercio ilegal de vida silvestre, todos son factores que pueden acelerar el ritmo de destrucción del planeta. Quizá nosotros no lo conozcamos, pero llegará más temprano que tarde.
Es necesario que todos los humanos con raciocinio y sentido común nos concienciemos de la grave responsabilidad en que podemos incurrir si no colaboramos y no ponemos de nuestra parte todo lo que podamos. Debemos todos cooperar hacia el bien común de todos, poniendo de nuestra parte cuanto nos sea posible en optimizar los recursos hídricos, economizarlos y ahorrarlos en la medida de lo posible, para que nadie los malgaste ni dilapide, sino que seamos todos y cada uno lo suficientemente responsables para persuadirnos de que debemos de contribuir al ahorro y preservación de un bien que es tan necesario como imprescindible, pero también tan escaso como el "líquido-oro" que es: el agua.
Es que, la total ausencia de lluvias en la España seca (el sur) está ya haciendo estragos, hace peligrar todo el sector agrario, la agricultura intensiva, la cosecha de cereales que prácticamente este año se da ya por perdida; la sequía perjudica también mucho a la arboleda, los frutales, los productos hortícolas, la recogida de aceitunas de mesa y para aceite, que este año va a empeorar considerablemente con drásticas reducción de cosecha y el consiguiente encarecimiento de los precios. Si continúa sin llover, van a multiplicarse los virus, las plagas, las epidemias, las enfermedades respiratorias, las alergias; se va a reducir también la elaboración de bienes de primera necesidad; perjudicará gravemente la recolección de cereales, con severa reducción de las cosechas, que este año se están quedando casi sin granar ni recolectar. Puede ser, en general, la ruina del campo, de sus labradores, ganaderos y trabajadores que tanto trabajo, esfuerzos y sacrificio por él despliegan, así como de todos los consumidores que de los productos agrícolas y sus sucedáneos vivimos.
Y toda esa reducción de producción de cereales repercute luego en el encarecimiento de la harina, del pan y otros productos de primera necesidad, lo que va a influir gravemente sobre el amplio sector agrario, que en nuestro país cuenta con casi cinco millones de hectáreas que son de secano; afecta también a la baja producción de frutas, hortalizas; lo mismo que la escasez de agua también perjudicará a la producción de energía eléctrica y al cultivo y elaboración de otros numerosos artículos que no podemos dejar de consumir.
Hace muchísima falta que llueva pronto para que se pueda revertir tan calamitosa sequía y escasez de agua, porque la tierra y el campo están totalmente secos y sedientos. Ahora, ya, apenas se pueden ver ganado pactando por el campo, tampoco se oyen las piaras de ovejas con el agradable sonar del tañido de sus cencerros a la par de que están comiendo o rumiando la hierba; como tampoco se oyen el mugido de las vacas ni el balido de los corderos, ni a sus madres berrear llamándolos para amamantarlos.
Pero, aun con tan terrible sequía y tan negativo panorama por medio, Extremadura nunca defrauda. Suele ser todo pureza, está repleta de espacios naturales fértiles dándose la mano unos con otros, con ambiente apacible y delicioso, donde se divisan encalmados horizontes, cielos azules y altos, se perciben sus profundos silencios en los campos, libres de ruidos, con el menor índice de contaminación y con menos problemas ambientales; con un sol deslumbrante que todo lo ilumina y trasparenta haciendo relucir los objetos para resaltarlos, poniendo en el ambiente notas de nitidez, paz, armonía, sosiego, riqueza y colorido, con paisajes y contrates encantadores. Y todo eso, pese a que este año, de verdad que es muy triste verla tan seca y menos productiva.
El poeta castellano-extremeño, Gabriel y Galán, cantó así a la tierra extremeña: "Busca en Extremadura soledades/ serenas melancolías/ profundas tranquilidades/ perennes monotonías/ y castizas realidades". Y otro escritor, también poeta genuinamente extremeño, de Alburquerque, Luis Álvarez Lencero, presenta así una de sus estampas extremeñas: "Anchos atardeceres de nuestra tierra/ bravos campos de Extremadura/ mares de trigo y ejércitos de encinas/ y rebaños de ovejas como espumas". Aunque este año, qué pena de verdad me da de ver así al campo.
Los días allí, en la primavera, son de mañanas luminosas, relucientes y placenteras. Se percibe una inmensa claridad que todo lo domina, resaltando el entorno y el medioambiente para darle mayor realce, vistosidad y belleza. Y también es bonita Extremadura cuando por las tardes el sol comienza ya a descender lenta y suavemente hasta languidecer para, se va introduciendo en la penumbra de la noche.
Pero, hasta las noches son allí bonitas, románticas y serenas, cuando comienzan a brillar en sus cielos tantas estrellas. En el firmamento extremeño las estrellas parecen ir por delante cortejando y abriendo paso a la preciosa luna llena, que toda henchida y resplandeciente se asoma por lo alto de la sierra, alumbrando las encinas y los olivares. Me embeleso y me recreo contemplando en Mirandilla y sus campos la naturaleza extremeña, la paz que allí se tiene y por todos lados se respira y se disfruta.
Aunque este año, de verdad que da mucha tristeza verla con tan tremenda sequía que todo lo echa a perder. Ojalá que pronto el agua todavía remedie lo que se pueda. De verdad que, si así fuera, por lo que a mí me afecta, lo celebraría y me pondría muy contento.
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