Opinión

Treinta años más tarde, Sudáfrica continúa enfrentando su legado

Tras largos años de esfuerzos sobrehumanos de la clase sudafricana contra el aborrecible sistema racista del apartheid, que como es sabido prohibía el voto y otros tantos derechos fundamentales, el Congreso Nacional Africano (CNA), organización creada por Nelson Rolihlahla Mandela (1918-2013) y respaldada por el Partido Comunista, veía frustrada la mayoría absoluta que ostentaba con una abstención sin precedentes y una hemorragia de votos récord.

El arrebato de millones de trabajadores y jóvenes que después de treinta años de Gobiernos del CNA, contemplan como la discriminación racial y social, más la degradación y miseria en sus barriadas se prolongan en el tiempo. La principal variación es que junto a la burguesía blanca, concurre una burguesía negra constituida por dirigentes del CNA, como su aspirante y presidente Cyril Ramaphosa (1952-71 años).

A la par, la Democratic Alliance (DA), coalición de derechas que reproduce los alicientes de la burguesía blanca y preconiza una agenda de privatizaciones y recortes sociales, se encaramó en el segundo lugar.

Aunque la demografía blanca constituye menos del 8%, DA conserva respaldos entorno al 20% aprovechando los estruendos de corrupción del CNA y el descontento de la pequeña burguesía tanto blanca como negra y otras minorías. Dicho esto, el 27/IV/1994, Mandela realizaba su voto por vez primera en Inanda, una zona pobre en las colinas de Durban. La iniciativa de elegir esta localidad revelaba que el futuro Presidente no había perdido su capacidad encarnada tras veintisiete años como recluso político.

Tras introducir su papeleta, Mandela se encaminó a la tumba de John Dube (1871-1946), primer Presidente de su partido y con su voz inconfundible declaró: “Vengo a informarle señor Presidente de que Sudáfrica es ahora libre”. Tras el tiempo transcurrido, es indiscutible que Sudáfrica es otra nación en muchos sentidos y el lastre del apartheid ha desparecido. Además, una constitución liberal avala que sus ciudadanos puedan expresarse libremente.

Sin duda, un estado de bienestar básico ha arrancado a millones de personas de la pobreza. En este momento los sudafricanos parecen relacionarse más con individuos de otras razas. Y según una encuesta bienal realizada por el Barómetro Sudafricano de la Reconciliación, más de tres cuartas partes confirman que es más lo que les une, que lo que les aparta.

Estas mejoras no estaban aseguradas y algunos no las tenían todas consigo de que Sudáfrica cayera estrepitosamente en una guerra civil o la autocracia. No obstante, mientras los sudafricanos se predisponían para votar, realmente lo realizaban con desánimo. Por aquel entonces, únicamente el 29% sostenía que su vida prosperaría en los próximos cinco años.

Hace dos décadas, más del doble de sudafricanos se sentían complacidos que agraviados con el sistema democrático. Y nada menos que el 79% de los requeridos aseguraban que no se puede delegar en los líderes políticos, frente al 21% de hace únicamente diez años. Por si fuera poco, desde 2010, cada vez menos sudafricanos dicen que las relaciones raciales son mejores ahora que en 1994. Estas posturas son fruto de las coyunturas que subyacen. En cierto modo, la democracia ha sido un pastel dividido a su suerte: en los primeros quince años se originaron progresos generales en la vida común, pero en el resto han sido brumosos. Con lo cual, tocaría reflexionar brevemente algunos datos. Primero, el desempleo ha crecido del 20% al 32% y el PIB por persona es menor, una vez acomodado a la inflación.

Segundo, la tasa de homicidio es la más elevada de los últimos veinte años. Y tercero, los cortes de electricidad son frecuentes. En base a lo anterior, la Encuesta Sudafricana de Actitudes Sociales (SASAS) rotula que en el rastreo del año anterior registró las cotas más altas de ambivalencia sobre si la democracia era favorable frente la autocracia, donde el 72% manifiesta que dejaría de votar si un Gobierno no electo le asegurara premisas como el empleo, la seguridad y la vivienda.

Cada uno de estos fracasos traducen por qué el CNA como partido hegemónico, pugna por mantener su mayoría parlamentaria por primera vez desde 1994. De hecho, numerosos sudafricanos se concentran en qué fuerzas políticas se articularán a una posible coalición para constituir una dirección. Si bien, en este escenario irresoluto se tantea una materia mucho más compleja: ¿de cuánto tiempo estaríamos hablando para que reviva el enfoque de Sudáfrica de Mandela, cuando tantas personas todavía no han saboreado los beneficios de la democracia?

“Sudáfrica llegó a tocar con las yemas de los dedos un creíble resurgir de los restos del apartheid, dando lugar a una etapa de lustre universal y liderazgo irrefutable, pero unas décadas más tarde de tan promisoria apertura, el optimismo democrático parece haberse deshinchado”

Pero yendo por partes, el colectivo de las personas mayores ensalzan el incremento de las prestaciones sociales como subsidios. El gasto ha transitado del 2% del PIB en 1994 a cerca del 4%. En este aspecto, la red de seguridad social es una de las más generosas. A día de hoy, el 47% recibe una subvención, frente al 6% de 1994.

Curiosamente la generación nacida a continuación de 1994, apenas tiene nada que elogiar y un cuadro referencial distinto. En atención al último padrón, la relación de viviendas sin acceso a agua corriente descendió del 20% en 1994 al 9% en 2023. Los que residen en domicilios formales y se aprestan de electricidad se vieron acentuados del 65% al 89% y del 58% al 95%. Pero digamos que la escalada no fue rectilínea, porque la mayor parte de los desarrollos se originaron en las décadas de 1990 y 2000. Es más, en varias jurisdicciones las infraestructuras se deterioran por la pésima gestión, la corrupción y la delincuencia. Por poner un ejemplo, los habitantes de Qunu, en la provincia del Cabo Oriental, arrastran cuatro años sin agua corriente.

En paralelo, el desempleo arreció con la mayoría de edad de los nacidos libres. Desde 2008, el guarismo de empleados ha aumentado en 2,3 millones, mientras que la cantidad en edad de ganarse el sustento sube en 9,5 millones. La tasa de paro entre los 15 y los 34 años asciende al 44%.

A este tenor, es preciso poner en la balanza las cantidades macroeconómicas. La economía en 2023 únicamente ha crecido un 0,6%, frente al 1,9% de 2022. Y tampoco se entrevé algo mejor en 2024, cuando en el primer trimestre presentó una retracción del 0,1% tras elevarse el mismo signo en los últimos coletazos del año pasado. En un estado prácticamente industrializado, el sector de la manufactura es el que más se desplomó. Véase que en el orden del 1,4% restando 0,2% al crecimiento total.

En este galimatías la urbe sudafricana estaba llamada a depositar su voto y lo hizo con ímpetu, aunque con presagios nebulosos. La calificadora crediticia de bonos Moody’s Corporation avisó que el naufragio de la mayoría absoluta del CNA, produciría inseguridad y dificultaría la determinación de la crisis.

Otro de los inconvenientes es la inseguridad que se expande como la espuma e inquieta debido a los resultados económicos derivados de los años de administración del CNA. Las tasas delictivas que comprenden entre otros, actos criminales violentos, son especialmente destacadas en grandes ciudades sudafricanas como Pretoria, Johannesburgo o Durban.

Verdaderamente el cálculo de Sudáfrica en el Índice del Crimen Organizado de 2023, no es para nada halagüeño, situándose en el lugar séptimo de entre 193 países. Primero, entre los trece estados de África austral y tercero en el ranking continental. Según referencias de la policía, más de 1,8 millones de sucesos de crímenes violentos se alcanzaron durante los años 2022 y 2023, implicando un 7,7% más. De igual forma, se elevaron los crímenes provenientes del operar policial en ocho de las nueve provincias, estimándose un 11,8% de ascenso a nivel nacional.

Otro ítem indicado inicialmente que en la comparativa repercutió en la performance electoral del CNA, forma parte de la gestión energética. De por sí, la República de Sudáfrica está acostumbrada a los cortes redundantes de suministro eléctrico. Una peyorativa administración y la corruptela han originado que la empresa Eskom no ofrezca apropiadamente el servicio.

Para ser más preciso en lo fundamentado, el año 2023 se recordará por ser particularmente insostenible. Para evitar un colapso absoluto de la red energética y una interrupción masiva a nivel nacional, con una entidad eléctrica empeñada y alegando incapacidad de mantención del sistema, empezó a superponer múltiples cortes de luz. Pero el dilema radica en que aun informando de las interrupciones del servicio, en numerosas ocasiones la firma no respeta las programaciones.

En resumen, la incidencia en los cortes de luz intrican a más no poder el impulso económico, imprimiendo a diario mermas millonarias y la traba de acometer mínimamente el desempleo, hasta convertirse en una crisis recrudecida con más de quince años e in crescendo. Y pese a que la desconfianza perdura, desde Eskom afirman que la contrariedad está en vías de corregirse y la crisis a modo de desactivarse.

De lo descrito quedaría por puntualizar el quid esencial que ha motivado un claro declive en la suma histórica de votos del CNA: el azote y castigo de la corrupción que socava el tapiz social. El antecedente más ostensible envuelve a Jacob Zuma (1942-82 años), expresidente y un histórico de la fuerza política que siendo electo en 2009 y reelecto en 2014, hubo de declinar en 2018 por un cúmulo de causas abiertas en su contra. Y a las puertas de ser llevado a juicio político por los representantes de la plana mayor del CNA, se inclinó por llevar adelante la renuncia.

Como no podía ser de otra manera, este episodio desmembró al partido, destrozó su estampa del teatro político y el proceso del exmandatario desembocó en alteraciones y tumultos que agitaron al país.

Posteriormente, en las postrimerías de 2023 y de manera incomprensible, Zuma se disparó por la apuesta electoral, cuando manipulando el torrente emblemático del CNA, anunció su propio partido con la designación del grupo antiguo de la agrupación como fuerza de choque contra el apartheid, ‘uMkonto We Sizwe’ (Lanza del Pueblo). O lo que es igual, el aguijón armado del partido establecido en 1912.

Obviamente, esta disensión hirió el potencial electoral del movimiento de Mandela y se instaló en un sorprendente y acelerado tercer puesto con el 14,58% del voto. A esta le siguió otro círculo desprendido del partido vencedor, los Ecocomical Freedom Fighters, con el 9,52% del sufragio, organizado y conducido por Julius Malema (1981-43 años), un exlíder de las juventudes del Congreso. Con un alegato punzante y de alineación marxista, entre sus patrones y proposiciones resaltan la redistribución de tierras a la mayoría negra y la nacionalización de esferas económicas, como la figura del minero empuñada como la labor central del estado.

En suma, ambas fuerzas políticas le sustrajeron al presidente Ramaphosa el 24% del voto y entre las dos formaciones al partido que ocupó el segundo lugar, la DA, encabezada por el único aspirante blanco de entre los más de cincuenta partidos que se presentaron, John Steenhuisen (1976-48 años), aglutinó el 21,81% del sufragio. Con moldes más pro mercado y nacida en el año 2000, responde a una agrupación de centroderecha que se asoció a otras cinco formaciones para rebajar energía al CNA, siendo la que más caracteriza al electorado blanco y otros grupos en minoría. Con la excepción, que en todo momento tuvo puntos de vistas contrapuestos al apartheid.

Conjuntamente, en su campaña electoral afloró la apostilla de perseguir la corrupción de la que el CNA se ha convertido en un menester acostumbrado. En el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional 2023, Sudáfrica está algo por debajo de la mitad de la tabla, ocupando el lugar noventa y tres de entre ciento ochenta y cayendo dos posiciones con relación a 2022.

Llegados a este punto, en treinta años el CNA catapultó la reputación que supo ganarse a pulso como el partido que consiguió la escapatoria del apartheid reinante entre 1948 y 1994. En parte, esto se provoca porque varias generaciones despuntaron después de 1994, o eran demasiado jóvenes como para hacer memoria de una de las causas más sublimes de la historia de Sudáfrica: la desintegración de ese sistema. O séase, la reminiscencia de la proeza del partido liberador les resulta totalmente indiferente y la media de edad no alcanza los treinta años.

La oposición que no cesa en su empeño, también pivota sobre una cuestión de índole política. Me refiero a la inmigración que durante décadas ha reclamado amparo en Sudáfrica desde otras demarcaciones del continente, hasta sobrepasar los 2,4 millones. Un efecto dominó anti inmigrante subiendo ha reportado al Gobierno y a la oposición a comprometerse con una reglamentación más exigente que controle este fenómeno.

E incluso, un Informe que la administración dio su palabra de convertir en ley, propuso excluir al estado de las convenciones de Naciones Unidas sobre refugiados para “disuadir a los inmigrantes económicos que llegan disfrazados de solicitantes de asilo”.

Juntamente y desde 1994, poco más o menos, una quinta parte de la urbe de procedencia europea ha emigrado, lo que recrudece la limitación de mano de obra competente. El Gobierno de Ramaphosa aguarda que la economía sudafricana, la mayor de África con 400 mil millones de dólares de PIB anual y más del 13% del total, apenas superando a la República Federal de Nigeria, prospere una media de 1,6% en los próximos tres años, después de un decadente 0,6% en 2023. Y a pesar del avance de las probabilidades globales para 2024, la evolución a corto plazo continúa obstruida por los importes minúsculos de las materias primas y las restricciones estructurales. Existen complicaciones de inversión por falta de convicción, pero igualmente de consumo por el aumento de los precios, aunque se están materializando innovaciones integrales que evidentemente requerirán de un tiempo determinado para su desquite.

Parece como si Sudáfrica estuviese dada al antiguo raciocinio del ‘derrame neoliberal’. Como sintetizó textualmente el Tesoro Nacional: “los esfuerzos exitosos para mejorar la posición fiscal, completar reformas estructurales y reforzar la capacidad del Estado reducirán en combinación, los costos de endeudamiento, aumentarán la confianza, ampliarán la inversión y el empleo y acelerarán el crecimiento económico”.

La resultante de las recomendaciones anteriores del CNA es que la nación más desarrollada del suelo africano es mismamente la más desigual. En estimaciones del Banco Mundial, con un 60% de pobreza el 10% de los 61.149.605 habitantes con una tasa de crecimiento anual del 1,089% controla el 80% de la riqueza. Al mismo tiempo, se conservan reducciones arbitrarias a la exportación de capital y al pago de pensiones, mientras descienden los ingresos fiscales. Tan sólo un 12% solventa el impuesto sobre la renta y el 62% de la población no blanca percibe prestaciones sociales.

El Gobierno de Ramaphosa y las últimas acciones del CNA, han tenido mejores logros en política exterior y como parte de los BRICS, del que se convirtió en el último estado precursor después de Brasil, Rusia, India y China y como fórmula de ese mismo Sur Global dentro del más extenso Grupo del G20, donde hasta 2023 era el único actor intermediario de África en el foro.

Sudáfrica fue la sede de la XV Cumbre de los BRICS (22-24/VIII/2023) en Johannesburgo, complementando la vieja aspiración de incrementar el grupo, actualmente con la entrada de Arabia Saudita, Irán, Etiopía, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos. En aquel momento Ramaphosa expuso literalmente a los asistentes: “Nuestro mundo se ha vuelto cada vez más complejo y fracturado a medida que se polariza cada vez más en campos que compiten entre sí. El multilateralismo está siendo reemplazado por las acciones de diferentes bloques de poder”. También dedujo: “Unos BRICS ampliados representarán un grupo diverso de naciones con diferentes sistemas políticos que comparten un deseo común de tener un orden global más equilibrado”.

Allí lo oían sin perder un ápice de sus palabras Narendra Modi (1950-73 años), Lula Da Silva (1945-78 años) y Xi Jinping (1953-71 años), junto al Ministro de Asuntos Exteriores Serguéi Lavroc (1950-74 años), en representación de Vladímir Putin (1952-71 años). No cabe duda, de que Sudáfrica volverá a ser el foco neurálgico en 2025, cuando como parte del G20 recoja el listón de la presidencia de manos de Brasil. Al presente es parte de la troika del grupo junto con India, el anterior responsable de turno.

En ese susceptible acoplamiento geopolítico, a Sudáfrica le obsesiona la competitividad estratégica habida entre China y Estados Unidos. Beijing ha volcado miles de millones de dólares en préstamos, ayuda e inversiones en África que acumula minerales para la cruzada tecnológica que ambos libran. Y en esa evolución, Sudáfrica dio el primer paso adelante del continente para integrarse en la iniciativa ‘La Franja y la Ruta’, con la que el gigante asiático liberaliza sus excedentes de obtención de aluminio y acero para infraestructuras en estados en desarrollo.

"Hoy por hoy, el racismo permanece enquistado en el tejido social, económico y espacial, desenmascarando a todas luces el usufructo de la opresión y el encadenamiento del apartheid y el colonialismo"

En 2023, Sudáfrica importó productos chinos por valor de 23.600 millones de dólares, recogiendo entre 2017 y 2022, respectivamente, inversión extranjera directa por valor de 10 mil millones de dólares. A esto ha de añadirse la contribución de empresas de energía chinas para allanar y hacer sombra al trance de suministro estructural con 8.900 millones de dólares de equipamiento y 26.900 millones de asistencia y préstamos por 3.400 millones de dólares.

No obstante, cuando Sudáfrica ha intensificado sus conexiones militares con China, el mismo Ramaphosa se encomienda a pregonar a bombo y platillo una visión de aparente equilibrio entre Washington y el eje Beijing-Moscú. Sudáfrica dijo al pie de la letra que está “guiada por una política exterior independiente” y que le proporciona tanto mediar por la paz entre Rusia y Ucrania, como denunciar sin complejos al Estado de Israel ante la Corte de Justicia Internacional, por cada una de las actuaciones deplorables perpetradas en la Franja de Gaza.

Y un último matiz que irremisiblemente se hace embarazoso a nivel internacional, en el Congreso estadounidense la mayoría bipartidista no desdeña para nada que según Ramaphosa, ”la guerra en Ucrania podría haberse evitado si la OTAN hubiera prestado atención a las advertencias de sus propios líderes y funcionarios a lo largo de los años de que su expansión hacia el Este conduciría a una mayor, no menor, inestabilidad en la región”. Por ello, no vaciló en apuntar que Sudáfrica no asumiría “una postura muy adversaria contra Rusia”.

En consecuencia, Sudáfrica llegó a tocar con las yemas de los dedos un creíble resurgir de los restos del apartheid, dando lugar a una etapa de lustre universal y liderazgo irrefutable. Amén, que unas décadas más tarde de tan promisoria apertura, el optimismo democrático parece haberse deshinchado. Por ende, el rompecabezas interno que padece, entre ellos, la xenofobia y desigualdad percutiendo, no hacen sino multiplicar el desprestigio y autoexclusión del panorama mundial que ha cosechado por su alineamiento con Rusia y China, contrincantes incontestables del bloque occidental encabezado por los Estados Unidos de América.

En otras palabras: la senda caprichosa y diferencial a la educación, más las enormes contradicciones salariales, la dislocación de las comunidades y las ingentes divergencias económicas, en gran parte fortalecidas y endurecidas por organismos y reglas de juego cómplices. Pero, inmersos en el siglo XXI ¿cómo es tolerable que la discriminación y el racismo que lo acompañan inseparablemente después de tantos años, prosigan aglutinando una carga onerosísima a Sudáfrica y en su mayor parte habitada y administrada por personas de piel oscura?

En definitiva, el racismo permanece enquistado en el tejido social, económico y espacial, desenmascarando a todas luces el usufructo de la opresión y el encadenamiento del apartheid y el colonialismo. Aunque se haya evolucionado algo en el descarte de la costra del racismo, es primordial incidir en su resolución para que muera.

Sobraría mencionar en estas líneas, que el desmantelamiento de estos sistemas racistas y discriminatorios tan enraizados, requiere de altas dosis de diálogo, compromiso, promoción y liderazgo, para poner en circulación políticas antirracistas que acomoden las máximas de los derechos humanos y faciliten un marco propicio que ayude a acometer y corregir estos atropellos e impulsen la igualdad en mayúsculas.

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