Hay enfrentamientos verbales, manifestaciones y alguna que otra algarada con motivo de la nueva Ley de Educación; Ley ésta que en cualquier caso tiene como fundamento enseñar a convivir, a entendernos cuando hablemos unos con otros y al simple hecho de saber echar unas cuentas, tanto si se va al mercado a comprar unas frutas y algo de pescado como si hay que ocuparse de hacer los Presupuestos Generales del Estado. Pues a pesar de su extraordinaria importancia hay quienes no están de acuerdo con los propósitos de esa importante Ley, a pesar de que trata de mejorar lo que hasta ahora hemos tenido y que había recibido una pésima calificación en los Organismos internacionales que se ocupan de la Educación. Nada, no hay forma de que se imponga, con naturalidad, lo que es necesario.
Se hace lo imposible por mantenernos en un estado de falta de comprensión, de no entender los razonamientos que se nos puedan ofrecer y se prefiere la actitud de “oídos sordos”, la algarada y unos argumentos cuyo contenido suele ser el de desacreditar - al precio que sea -la labor que se presenta a la consideración de la sociedad. No sirve de descargo, a mi juicio, que esa sea una práctica bastante generalizada en casi todo el mundo - aunque con matices - pues habría que concluir aceptando que en en todas partes existe el mismo o parecido mal, el de no esmerarse en la forma de tratar a la gente. Alguna vez he tenido ocasión de asistir a debates de asuntos internacionales de suma importancia y también en ellos había destellos de malos modos, de algo que podía y debía ser mejorado. Tratar a la gente necesita atención.
Necesitamos, en España, una Ley de Educación que resulte efectiva, aunque para ello los Profesores hayan de esforzarse aún más que hasta ahora y que los alumnos aprendan algo que es fundamental en la vida: la responsabilidad. Es la máxima atención a todo cuanto hay que estudiar, aunque ello suponga - naturalmente - un mayor esfuerzo hasta llegar a la totalidad de la entrega del tiempo de que disponen, a costa, claro, de rebajar el tiempo de descanso personal. ¿Acaso no hay mucha gente que trabaja horas y horas en beneficio de los demás? Es una verdadera ofensa la que, así, se hace a quienes trabajan por el bien de los demás. ¿Es esa la forma correcta de comportarse en la sociedad? Que trabajen esos, los que sean, que yo necesito divertirme.... Es un grave error; de la vida no se ríe nadie.
Hace unos días, muy pocos, todos pudimos ver. en un telediario de la Primera, la forma desairada con la que una Diputada se dirigía a otra del bando opuesto. Sin entrar a considerar si tenía razón o no en lo que exponía, llamaba la atención el espíritu de ataque, el belicismo, de sus gestos y actitud. ¿Es necesario llegar a esto, a proporcionar valor a las palabras por medio de unos ademanes poco elegantes? El ejemplo no es recomendable, en ningún caso. En el Parlamento y en la calle, en cualquier momento y ocasión, hay que tratar a la gente con delicadeza pues ello no va en detrimento de la fortaleza de los argumentos que se defiendan u ofrezcan. La Educación, bien entendida, evita situaciones de ese tipo que señalan con desagrado a quienes así se comportan. ¿Por qué mantenerse en ese plan de desagrado?
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