Los secretos de los primeros pobladores de Ceuta duermen en el Abrigo y la Cueva de Benzú, el yacimiento prehistórico descubierto en 2001 que los expertos coinciden en que guarda entre sus rocas las claves del paso por estas latitudes de las sociedades de cazadores y recolectores del Paleolítico y de los primeros asentamientos en forma de aldeas del Neolítico.
Los secretos de aquel lejano mundo y de sus pobladores, en tiempos en los que el propio paisaje aún tendría que someterse a severos cambios, es lo que intenta desenmarañar desde hace más de una década un equipo interdisciplinar de investigadores –arqueólogos, prehistoriadores, biólogos, geólogos...– empeñados en remontarse en el tiempo hasta la horquilla cronológica comprendida entre los años 250.000 y 70.000 antes de Cristo, en el caso del Paleolítico, y entre el sexto y quinto milenio de la misma era, ya en plena revolución neolítica.
Tras doce años de indagaciones y con la friolera de 40.000 objetos recopilados y almacenados en el interior de las Murallas Reales a la espera de su ubicación definitiva en el Museo del Revellín, la Consejería de Educación, Cultura y Mujer, impulsora del proyecto, ha decidido hacer balance. Para ello levantó ayer el telón del ciclo de tres conferencias en las que los directores de los estudios –José Ramos y Darío Bernal, profesores de la Universidad de Cádiz, y el arqueólogo municipal, Fernando Villada– y sus colaboradores se han propuesto sintetizar el camino avanzado hasta ahora y, sobre todo, diseñar el que queda por recorrer. “Investigación, difusión y conservación” son las líneas de trabajo, como definía ayer el propio Ramos.
El esfuerzo, coinciden los expertos, es la respuesta a una misión apasionante. No en vano, el equipo considera el área de Benzú “un lugar estratégico”, con un gran potencial, que cuando arroje luz sobre los comportamientos y costumbres de sus primeros pobladores permitirá compararlos con los del otro lado del Estrecho y, quién sabe, quizás revertir las hipótesis actuales y obligar a cambiar manuales. ¿Eran los pobladores de Benzú de la época neanderthales como sus coetáneos de la Península? Si por el contrario eran seres más avanzados, ¿compartían sin embargo las mismas prácticas y modos de vida? “Por ejemplo sabemos que utilizaban prácticas de recursos marinos más antiguos que en la Península. Es un tema que puede cambiar la historia”, vaticina José Ramos.
Pero la travesía hasta llegar a conclusiones certeras es larga. Igor Gutiérrez, investigador de la Universidad de Cantabria, es uno de los integrantes del equipo que intenta arrojar luz sobre los secretos de Benzú aún ocultos. Fue el encargado de pronunciar, ayer, la primera conferencia del ciclo bajo el título Nuevas perspectivas para el estudio paleoclimático de las secuencias arqueológicas prehistóricas. Los recursos marinos y sus implicaciones históricas. Bajo ese aparente galimatías científico, indescifrable para los no iniciados, se esconde una línea de estudio revolucionaria que se aplicará en Benzú, ya ensayada en el Cantábrico y cuyos resultados presentó en las Murallas Reales. Sus indagaciones parten de lapas de hace 250.000 años encontradas en los yacimientos, lo que asegura que “evidencia que esas poblaciones ya recogían marisco para comer”. Tal y como detallaba ayer a El Faro, esas lapas durante su fase de crecimiento “van guardando en su concha registros de las temperaturas marinas”, de forma que tras analizarlas en un espectrómetro de masas aportan las claves de las temperaturas de la superficie del mar en Benzú en pleno Paleolítico Medio. “Son como archivos climáticos”, asegura. ¿Y para qué sirve? “Es básico para entender la fauna terrestre, la marina y los modos de vida de las poblaciones, porque esos primeros moradores de la zona, aunque nos parezcan lejanos, respondían con sus conductas a los cambios climáticos”.
Su teoría, que espera dé frutos a finales de año en Ceuta, suma al proyecto lo que Ramos definía ayer como “el relanzamiento de las nuevas líneas de investigación” en la zona, que en un futuro llevarán, por ejemplo, a excavar en la Cueva Enrique, tras el mogote de Benzú. El equipo –apoyado por los doctorandos Antonio Barrera, Sergio Almisa y Jesús Toledo– tiene ahora por delante descifrar cómo vivían, qué comían, cómo se comportaban, cómo respondían ante los estímulos del entorno y por qué esquemas mentales se regían aquellos primigenios moradores de lo que un día no fue más que un alto rodeado de mar.
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