Fueron personas implicadas. En muchos casos incluso parecían formar parte de nuestras familias. La pandemia convirtió a los transfronterizos en atrapados y la reapertura del Tarajal llegó con unas condiciones que les condenó a tener que vivir en un limbo, carnaza de las mafias que se aprovechan de los engaños para arrebatarles lo poco que tienen.
La muerte de Ismail cuando volvía a nado a Ceuta da el protagonismo a este grueso de personas que se quedaron colgadas del sistema. Volver a Marruecos supone no encontrar trabajo y por tanto no poder mantener a sus familias. Quedarse en Ceuta meses y meses termina pasando factura a quienes en el fondo son padres y esposos.
Sus historias quedaron en el olvido, ya nadie se acuerda de aquellas concentraciones en la plaza de los Reyes, tampoco de las promesas que se les hicieron, de las famosas regularizaciones que no llegaron o de los ofrecimientos para arreglar su situación que terminaron siendo burdas estafas.
Estas personas, hombres y mujeres, están en buena medida asociadas a parte de la historia de Ceuta. Muchos de ellos hicieron trabajos que nadie quería y llenaron un cupo imposible de otra forma. Convertidos en eslabones rotos de una cadena a la que nunca se le puso solución quedaron en unas condiciones límite.
Al menos se tiene que pensar en ellos, no olvidar quienes fueron para entender las condiciones de claras injusticias que se dieron.
El cuerpo de Ismail fue trasladado ayer a Marruecos para su entierro. Cruzó por esa frontera que el visado transformó en una arquitectura imposible.