Mustafá El Faddali se aferraba a la “esperanza” mientras hablaba con un agente de la Policía Nacional que regulaba a las decenas de atrapados que esperaban en el cruce cercano al polideportivo Santa Amelia.
La ilusión de un bebé que nació el pasado 11 de marzo se tornó en desgracia al día siguiente: Marruecos había cerrado la frontera. Vecino de Tetuán, se encontró de repente con un cambio de planes que pudo salvar gracias a la ayuda de un amigo que le prestó su casa en Ceuta.
El Faddali, este viernes, trataba de obtener respuestas. Las preguntas, una tras otra: “¿Pero hay esperanza de que nos apunten en alguna parte? ¿Qué van a hacer con nosotros? ¿Qué pasará luego? ¿Cómo me voy a enterar?”, decía con tono de derrota.
Con ese mismo ánimo, explicaba cómo no estaban en la lista e iban pasándose la responsabilidad de un lado a otro: “He llamado a Delegación un montón de veces, me dicen que vaya a Policía Nacional, ellos no saben nada. De Policía Nacional, que vaya a Luna Blanca. Voy y me dicen que ellos han apuntado en una lista en la que ya no apuntan a nadie, a la gente del comedor”.
Pregunta tras pregunta, sin obtener ninguna respuesta clara, hasta el día de ayer: él, su mujer, su bebé y la hermana de ella, todos con sus bártulos preparados para que les dijesen que sí. Pero no.
“Nadie sabe nada. Parece que es una lista fantasma”, comenta indignado. Dentro de lo malo, la familia seguirá unida. Otras no han tenido esa suerte.
Soumaya salía llorando de entre la multitud agolpada en la explanada de Arcos Quebrados. Su madre tomaba el camino de la frontera andando mientras que a ella, tras revisar su nombre y número de pasaporte en la lista, le dijeron que no. Tras estos dos meses unidas, madre e hija apoyándose en las labores de cuidado de los hijos de Soumaya, de los nietos de la afortunada, se despidieron sin comprender muy bien qué acababa de pasar.
Esta mujer de 39 años, que prefiere no dar su apellido por salvaguardar su identidad, andaba por el camino de tierra de Arcos Quebrados mirando al suelo. “No sé lo que voy a hacer ahora, si voy a poder volver en la casa en la que estaba”, decía resignada aún con lágrimas corriendo por la mejilla.
Mientras decenas de personas se aferraban a algo, a un cambio del destino a última hora en este mismo lugar, las esperanzas se esfumaban cuando los dos agentes de Policía Nacional que revisaban pasaportes con la ya famosa lista, dijeron que no admitían a más.
Los transfronterizos atrapados y excluidos buscaban cobijo bajo la sombra de un árbol mientras los taxistas les recogían para llevarles hacia un destino incierto.
Ellos dos, pero también historias como la de Aicha Marhaltout, de 62 años; Halima Marlamaghi, de 19; Hassan Naimi El Idrissi, de 27 y con ocho hijos al otro lado, o la de Rabia Maraoulad Ghalem, seguirán varadas. Con la esperanza de que sus nombres sean los siguientes.
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