El cierre de la frontera de Ceuta durante la pandemia trajo consigo una crisis humanitaria invisible que persiste en el olvido: la de los trabajadores transfronterizos atrapados en la ciudad. Estas personas, portadoras de pasaportes marroquíes caducados y enfrentándose a la implementación del espacio Schengen en la frontera del Tarajal, viven en un limbo legal y social que los condena a la marginación y a una supervivencia desesperada.
Desde aquel fatídico cierre, su situación no ha mejorado. No pueden renovar sus pasaportes ni regularizar su estancia en Ceuta. Sin padrón ni acceso a contratos laborales, se ven obligados a trabajar en la sombra, al margen de la legalidad. Esto no solo los pone en una posición de vulnerabilidad extrema, sino que también les niega derechos básicos y cualquier tipo de protección social.
Sin embargo, estas personas no son desconocidas. Son nuestros vecinos, compañeros y trabajadores que, durante años, con esfuerzo y dedicación, han contribuido al desarrollo de Ceuta. Incluso en su situación actual, siguen desempeñando labores esenciales en el día a día de nuestra ciudad. Su aporte ha sido crucial, y lo sigue siendo, en sectores como la construcción, el cuidado de mayores, la limpieza y el comercio. Pese a ello, la sociedad y las instituciones parecen haberles dado la espalda, condenándolos al olvido.
Detrás de cada mirada hay historias de dolor que pocos quieren escuchar. Historias de padres separados de sus hijos, de familias desgarradas por una frontera que ya no es solo física, sino emocional y existencial. Algunos han perdido a seres queridos durante estos años sin poder despedirse de ellos, viviendo una tragedia silenciosa que la ciudad parece ignorar.
Durante años, estos trabajadores alzaron su voz, manifestándose y clamando por una solución. Pero sus esfuerzos chocaron contra un muro de indiferencia por parte de las autoridades, que siguen haciendo caso omiso. Es indignante que personas que durante tanto tiempo han servido a esta ciudad, y que lo siguen haciendo, sean relegadas al olvido y a la más penosa marginación.
Esta realidad necesita visibilidad. No se puede permitir que el paso del tiempo borre el sufrimiento de quienes solo quieren trabajar, vivir dignamente y cuidar de sus familias. Ceuta tiene una deuda moral con estas personas. Su situación es una herida abierta que, como sociedad, debemos atender antes de que la indiferencia la convierta en cicatriz.
Es momento de alzar la voz por ellos, de exigir justicia y humanidad para quienes, atrapados entre dos mundos, siguen contribuyendo al funcionamiento de nuestra ciudad y solo piden una oportunidad de vivir en paz.
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