La sucesión del primer Gobernador portugués de Ceuta, D. Pedro de Meneses, no sólo no fue pacífica, sino que tuvo bastante de tormentosa y estuvo movida por tramas presiones y tensiones palaciegas y de familia, de esas que casi nunca faltan de cara a la sucesión en todo puesto o mando de relevante consideración, o sea, la lucha por el poder por aquello de que los sillones y el dinero son los que gobiernan el mundo. Sucedió que, antes de venir a la conquista de Ceuta en 1415, D. Pedro tenía dos hijas, Beatriz y Leonor; pero en octubre de 1414 le nació en Santarem (Portugal) un varón llamado Duarte, aunque resulta que era hijo bastardo y que, aun cuando luego fue legitimado, la verdadera titular del derecho a sucederle era la primogénita Beatriz. Sin embargo, el favorito del Gobernador era el niño Duarte, al que a toda costa su padre quiso que fuera designado para sucederle y así lo propuso a dos reyes, primero a D. Juan I y después al hijo de éste que le sucedió, también llamado Duarte como el propio niño, dado que en aquella conservadora sociedad en casi todo ostentaban la preferencia los varones.
El tema de su sucesión era una cuestión que tenía a D. Pedro muy preocupado. Así, en 1424 consiguió carta de legitimación del niño Duarte. Y ya realizó su primera visita a Portugal con el propósito decidido de que el rey le nombrara su sucesor, pese a que el niño sólo contaba con 9 años. Tan es así que, predeterminando la situación por él deseada, a esa edad tan infantil lo dejó ya a cargo del Gobierno de Ceuta mientras que él fue a Lisboa a intentar resolver el asunto, aunque, eso sí, bajo la atenta mirada y consejos de un relevante caballero de toda su confianza, Ruy Gómez de Silva, valeroso Capitán, yerno de D. Pedro y padre de dos posteriores Santos, Santa Beatriz y San Amadeo de Silva, y, a la vez, cuñado del propio Duarte, puesto que estaba casado con una de sus hermanastras. Al rey D. Juan le pareció prematura y sorpresiva la propuesta, de manera que con buenas palabras dio largas al asunto, diciéndole simplemente que “no hay príncipe bien servido si no sabía tener esperanzas, pero que no podía tampoco esperarlo todo quien todo lo codicia”, que es lo que tantas veces nos ocurre a los humanos en la vida real de este mundo.
El rey D. Juan se encontraba ya bastante mayor y achacoso, muriendo después en 1433 con sólo 60 años, de forma que hasta cierto punto había delegado estas cuestiones en el Infante heredero, D. Duarte, ante el que volvió a insistir D. Pedro, de modo que en abril de 1430 cogió de nuevo el petate y puso otra vez rumbo a Portugal, cuando ya el mozuelo Duarte tenía 16 años y había sido reconocido como hijo, dejándole, una vez más, a cargo del Gobierno de la ciudad, pese a que hubo opiniones muy opuestas. Por un lado, estaban los defensores de Ceuta, que veían con buenos ojos que fuera dicho joven quien sucediera a su padre, habida cuenta de que en numerosos enfrentamientos que ya había tenido con los sarracenos al frente de la tropa había dado muestras inequívocas de prudencia, responsabilidad, excelentes dotes de mando, valor y buen gobierno. Pero, de otra parte, estaba la nobleza, a la que no le hacía ni chispa de gracia que Duarte fuera quien estuviera llamado a relevar al padre cuando se cumplieran las previsiones sucesorias, sobre todo, debido a su bisoñez y a su corta andadura como guerrero, para el que argumentaban con severas críticas que D. Pedro se empecinara en dejar dos veces la ciudad en manos de un niño inexperto que apenas podía todavía blandir una espada con la mayor hombría y decoro.
Por si ello fuera poco, esta vez se adelantaron al Gobernador sus dos hijas, Beatriz y Leonor. Sobre todo a la primera, le había sentado fatal que su padre hubiera optado por el niño Duarte, pretiriendo a ella que era la que gozaba de los derechos y obligaciones que por entonces confería el orden de primogenitura.
Y tampoco a Leonor le sentó nada de bien la determinación de su padre, a quien le reprochó la elección e hizo causa común con su hermana; de manera que ambas comenzaron, en principio, a urdir una trama para adelantarse a D. Duarte, pidiéndole al heredero de la corona que no accediera a lo que ellas consideraban la injusta e ilegítima decisión de su padre. Y, además, también litigaron en Derecho contra la medida planteando la cuestión controvertida ante la Justicia. Esto último encolerizó bastante a su padre el Gobernador, a quien dolió mucho que sus propias hijas pleitearan contra él, mayormente Beatriz que solicitó secretamente al rey que no se le diera a su hermanastro la Capitanía General de Ceuta y que las dos se hubieran opuesto a su voluntad con tales artes y maniobras. A D. Pedro casi se le rompió el alma al verse ante tal tesitura. Pero, no obstante, siguió empecinado en su propuesta al rey de que de su hijo Duarte.
El heredero de la monarquía, D. Duarte, que ya estaba sobre aviso y era perfectamente conocedor de la discordia y tramas familiares, optó por una solución intermedia más equilibrada, dando preminencia al derecho de primogenitura que Beatriz tenía, pero de forma que tampoco fuera ella quien sucediera directamente a su padre, sino que propuso a ésta casarse con D. Fernando de Noroña, caballero portugués de alta alcurnia y con gran prestigio en la Corte para que, una vez que se casaran, fuera él quien sucediera a su futuro suegro en representación de ella, dado que una Gobernadora de Ceuta en aquella época no iba a ser bien vista ni por el pueblo ni por la nobleza. Beatriz aceptó esta tercera vía para ella de consenso, y a su padre el Gobernador no le quedó otro remedio que bendecir la unión, aunque fuera a regañadientes.
Fue fijada la boda con D. Fernando de Noreña para el 8 de marzo de 1431, con una dote económica a cambio de ostentar la representación de Dª Beatriz en el cargo de Capitán General de Ceuta. Ahora bien, se estableció la prioridad que debía tener preferencia en la futura descendencia el apellido Meneses y que el escudo de armas que adoptara la casa gobernante debía ser el Aleo, o bastón de mando de D. Pedro, símbolo del poder conferido que éste había establecido para la Capitanía de Ceuta. O sea, que se nombró sucesora a Beatriz, pero a través de la representación en el cargo que ostentaría su esposo D. Fernando de Noroña.
El 22 de septiembre de 1437, achacoso ya de dolencias y desengaños más o menos relatados, falleció el Gobernador D. Pedro, cuando ya el Infante D. Duarte había sucedido a su padre el rey D. Juan desde 1434 que éste falleciera. Interinamente le sucedió su hijo Duarte, hasta que por Orden de 18 de octubre del mismo año fue definitivamente nombrado para el cargo D. Fernando de Noroña, conforme a lo dispuesto por el nuevo monarca. Luego a Duarte se le daría la gobernación de Alcázarseguer y otros lugares de la entonces Berbería, actual Marruecos. En fin, un final nada fácil y bastante poco feliz para D. Pedro, que el hombre con gran dolor de su corazón no tuvo más remedio que llevarse a su tumba.
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