Un simple traje pone en danza a dos genios del teatro en una obra mordaz, que expone lo peor de la condición humana en el teatro del Revellín de Ceuta. Un día de rebajas en un centro comercial cualquiera remueve el alma de personas sin escrúpulos. Hogaño, siempre hay una cámara que te vigila, que te atrapa y que te avergüenza un comportamiento miserable. Y todo por una prenda a menor precio por la que litigan un hombre, Javier Gutiérrez, y una mujer, supuestamente escondida y descansando en un habitáculo misterioso en el sótano de seguridad del establecimiento.
La comedia, que critica asimismo el capitalismo salvaje que desnuda a las personas sin miramientos, va extrayendo episodios, pequeños dramas, de un empleado con cartera, que puede ser tu vecino o tu primo lejano, que se muestra firme ante el jefe de seguridad, Luis Bermejo, que con una cascada de preguntas agobiantes, incluso agotadoras, va entresacando pequeñas concesiones o grandes revelaciones del enigma de la estupenda obra de Cavestany, un habitual de escenarios atroces y suspense sin fin.
A una sorpresa le sucede otra al cabo de un tiempo y un ritmo inmejorable con una decoración simplista, pero nada insospechada: cuatro cámaras de grabación de seguridad, dos puertas, la del escondite de la supuesta víctima, el lugar donde guarda al perro Quimbo, que no ladra, y la que se abre y se cierra en el arranque para que aparezcan el vigilante enervado, primero, y esa incógnita que ilustra un señor que va cediendo al interrogatorio cansino, pero efectivo: sí, le quitó el traje a la señora y se sobrepasó con su lenguaje al llamarla zorra después de que ella le hubiera arrebatado una prenda.
En medio del pulso, no sólo dialéctico, sino con arrebatos físicos de encararse y quedarse a un palmo de pelear, el personaje de Gutiérrez recibe la llamada de su esposa, Mari Carmen, asustada por la ausencia de la hija, una adolescente que desea comprarse una moto imposible porque no tienen ni para llegar a final de mes para abonar la hipoteca. Ahí Cavestany mete más sal en la herida abierta del capitalismo, el gran modelo sin escrúpulos.
Entre equívocos, Gutiérrez saca su escudo de defensa para justificarse porque la otra compradora compulsiva le había agarrado y estampado la cabeza. Bermejo inicia otra ronda de preguntas reiterativas. ‘No me acuerdo si lo hice…’.
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