Mohamed Oulmid, el joven que partió de Marrakech con la intención de llegar a España y murió en el intento bordeando el espigón del Tarajal, podrá ser enterrado en su tierra, podrá ser velado por sus familiares que lo lloran desde que constataron el peor de los presagios: era el chico encontrado muerto, enfundado en un traje de neopreno, en el arenal de la playa del Chorrillo.
La Policía Judicial encontró entre sus pertenencias su documento de identidad. Tenía solo 23 años. Portaba además un teléfono móvil y una tarjeta de crédito. Las gestiones realizadas entre asociaciones y la labor de enlace de marroquíes hicieron posible lo que en muchas ocasiones no se logra: dar con la familia de este fallecido y poder identificarlo.
En la tarde de ayer, con las gestiones de la funeraria Al-Qadr, se pudo tramitar la salida de Ceuta del cadáver de Mohamed. Su primera parada es Málaga, desde donde partirá en avión hasta Marrakech para su entierro en la ciudad donde vivía, la que le vio nacer y de la que partió buscando el abandono de su país y otra nueva vida.
Detrás de cada fallecimiento, de cada muerte hay una historia. Preguntarse por qué se marcha alguien de su tierra y busca la vía más arriesgada para conseguirlo no conduce a ninguna conclusión acertada. Cada cual tiene su historia, sus anhelos y esperanzas. Solo Mohamed sabe por qué esa tarde de sábado decidió echarse al mar desde Castillejos, como casi a diario hacen otros jóvenes marroquíes, buscando cruzar a Ceuta. No lo consiguió. A primera hora de la mañana del domingo su cuerpo sin vida apareció en el arenal del Chorrillo, con un golpe en la cabeza que no ha concluido agresión alguna, sino muerte por ahogamiento. El fallecido llevaba tres meses viviendo en Castillejos, en una casa. Intentaba siempre cruzar a nado para llegar a Ceuta y, después, dar el salto a la Península. Tenía relación con su familia a la que le había trasladado su intención de marchar. Sabía tres idiomas: alemán, inglés y francés, además de formar parte de una familia muy conocida, que ha hecho todo lo posible por conseguir la repatriación de su cuerpo.
Mohamed era un chico alegre, educado, con formación. Su vida quedó truncada demasiado pronto como la de otros tantos desaparecidos y muertos, todos ellos caídos en el olvido. Vuelve a casa Mohamed pero vuelve de la peor de las maneras, en un ataúd, con los sueños perdidos en el mar, sin una historia que poder contar, sin una vida que terminar de vivir como se merece.
48 horas después de su muerte emprende rumbo a su tierra, en donde esperan para darle la despedida menos deseada de todas.
A cada muerte de la que se informa en Ceuta le sigue una cascada de alertas. Familias cuyos seres queridos han desaparecido en el mar llaman pensando que el cadáver hallado puede ser el de su hijo. Siguen desaparecidos los tres amigos de Beliones que partieron de Wad Marsa y de los que nada se sabe; siguen desaparecidos los chicos que salieron de Castillejos a finales de año y también menores que han dejado a sus familias y estas ya nada saben de ellos. ¿Dónde están esos cuerpos? Nadie se preocupa por ellos ni tampoco se activan medios para conseguir una mayor fluidez en la información para que los familiares encuentren consuelo. Es como si lo que sucede en la frontera sur de Europa interesara a bien pocos, como si el mirar a otro lado fuera la única solución mientras la desesperación y la muerte se estrechan la mano a pie de espigón, arrastrando una sangría de desgracias.
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