–Es una macabra coincidencia que el arranque de una cumbre internacional para analizar los efectos del cambio climático coincida con un minuto de silencio por las miles de víctimas provocadas por un tifón...
–Lamentablemente, ya es la segunda vez que ocurre. El año pasado uno de los momentos más emotivos fue la intervención del delegado de Filipinas, cuando narraba los efectos de otro tifón. Pero este año fue justo en el momento de inaugurar la cumbre.
–Los expertos no acaban de ponerse de acuerdo. ¿Hay una relación directa entre el cambio climático y la tragedia de Filipinas?
–Bueno, Greenpeace no lo achaca directamente, pero sí el Panel de Científicos de Naciones Unidas. Pero lo más lamentable es que en el momento en que estamos haya quien siga generando aún dudas sobre la gravedad del cambio climático, sobre sus impactos y consecuencias. Ese informe de la ONU del año pasado ya ponía de manifiesto que la proliferación de fenómenos meteorológicos extremos, con consecuencias cada vez más graves, es consecuencia directa del cambio climático. Ha llegado el momento de dejar de poner en cuestión la ciencia y empezar a actuar para frenar este fenómeno.
–¿Recuperar ahora esa imagen del delegado filipino implorando en vano ayuda un año antes de que la tragedia se reeditase es constatar que se ha perdido un tiempo precioso?
–Exacto. Lo han dicho los científicos: cada vez habrá más frecuencia y mayor intensidad en este tipo de fenómenos meteorológicos extremos. Se pone de manifiesto con el ejemplo de Filipinas, con dos tragedias consecutivas en dos años seguidos. Son fenómenos que siempre se han estado dando, pero ahora serán más frecuentes y más graves. Lo que sorprende muy negativamente es que los políticos no estén tomando medidas a la altura de esta crisis. Pero sabemos el porqué: el principal responsable del cambio climático es el sector de los combustibles fósiles, muy influyente económica y también políticamente, y que hasta ahora se ha salido con la suya retrasando la acción climática tanto como ha querido.
–El enemigo quizás es demasiado poderoso...
–Sí, nos enfrentamos al sector más poderoso económicamente y eso se nota. Se nota en el ritmo al que avanza la negociación internacional, pero también en las consecuencias que reciben quienes se atreven a levantar la voz en contra de este sector. Hay que recordar que Greenpeace tiene en estos momentos 30 activistas detenidos en Rusia en prisión preventiva, desde hace dos meses, por haber participado en una acción pacífica en las perforaciones petroleras en el Ártico. Para nosotros esto es otra prueba más de que estamos actuando contra un sector muy poderoso y por eso cuesta tanto luchar contra el cambio climático. Pero hay también una lectura positiva, y es que estas empresas cada vez ven más el momento en que tendrán que cambiar la actividad y tendrán que dejar de hacer negocio con el cambio climático, porque los científicos ahí son concluyentes y de ahí que estén redoblando esfuerzos para ralentizar este proceso tanto como puedan.
–¿Está lejano el día en el que la protección del medio ambiente no se vea subordinada al crecimiento económico?
–Para eso trabajamos en Greenpeace. Eso es lo que dicen los científicos, que si queremos quedar por debajo de los niveles actuales y evitar un calentamiento de más de dos grados centígrados, que es el límite marcado de relativa seguridad, a mitad de siglo tenemos que haber reducido drásticamente las emisiones y tienen que estar cercanas a cero como sea posible. Y esto sucede poco a poco con el avance de las energías renovables, pero lo que tienen que hacer los gobiernos es dejar de apoyar al sector de los combustibles fósiles y acelerar el proceso.
–Parece complicado conseguirlo sin la complicidad de EEUU y de potencias emergentes como China o la India...
–Pues se trata de un problema internacional y es importante la complicidad y acción de todos. Cada uno tiene que reducir sus emisiones en la medida en que está marcada su contribución para solucionar el problema... A nadie se le escapa que hay países que prácticamente son neutros en emisiones y otros que son líderes no solo ahora, sino históricos en la generación del problema. Necesitamos la complicidad de todos y cada uno en la medida de su responsabilidad y de su capacidad para asumir su cuota. Eso ya lo dijo la mayoría de los países el año pasado, que es necesario un compromiso universal para evitar que la temperatura suba más de 2 grados centígrados, pero hay que ver cómo se concretan estos compromisos, que no queden solo en palabras sino en unas reducciones de emisiones que las avalen.
–Desde Greenpeace se insiste en que estamos inmersos en una década clave para combatir el calentamiento global y el cambio climático. ¿Qué ocurrirá si desoímos la advertencia?
–Está recogido en el Panel de Naciones Unidas. Ahí se alertaba de que estamos acelerando el cambio climático y que es el momento de evitarlo ahora, en esta década. Ya estamos viendo que el cambio climático está generando grandes impactos a nivel ecológico pero también económico, y son impactos que se van a seguir agravando hasta el punto de que si superamos el límite de los 2 grados centígrados nos podemos encontrar con una situación irreversible, un fenómeno que se retroalimente. Ya lo vemos en el Ártico, donde el cambio climático provoca el deshielo y éste, al mismo tiempo, vuelve a intensificarlo porque la superficie blanca del hielo refleja los rayos del sol y los hace volver fuera, a la atmósfera. Y si hay menos superficie blanca y se sustituye por oscura, es más fácil que el calor se absorba, con lo cual se genera una retroalimentación del fenómeno, del calentamiento. Puede pasar con otros muchos impactos si no nos mantenemos por debajo de este límite de temperatura.
–¿Las subidas del nivel del mar y la desaparición de países completos es una amenaza real?
–Sí, puede producirse una intensificación de fenómenos como los que estamos viendo estos días en Filipinas, con mayor frecuencia y mayor intensidad de fenómenos meteorológicos extremos: sequías, inundaciones y problemas cada vez más graves en temas relacionados con derechos esenciales, como es la vida. Hay países que si sigue subiendo el nivel del mar van a desaparecer, y también se verá afectada la alimentación, porque cada vez habrá menos superficie apta para el cultivo...
–¿Están haciendo la Unión Europea y España sus deberes?
–Nosotros desde Greenpeace no estamos nada contentos del papel que está jugando España en la negociación europea. En la Cumbre de Varsovia la UE negocia conjuntamente con una posición que viene acordada desde Bruselas en reuniones celebradas previamente. En esa negociación previa, España es uno de los países que nunca apuesta por aumentar la ambición climática, algo francamente preocupante porque es uno de los más afectados de toda la UE por el cambio climático no solo a nivel ecológico sino también económico. Pero se está jugando un papel bastante negativo en la definición de los objetivos climáticos europeos. También se ve a nivel interno, con una política climática española que es prácticamente inexistente, y una política energética que ya lo acabamos de ver en la última reforma, que premia con beneficios extraordinarios a energías como la nuclear y penaliza las renovables o el autoconsumo energético.
–La supresión de las ayudas al sector de las renovables no debe de ayudar mucho en la consecución de los objetivos...
–Exacto, es uno de los ejemplos de una política energética que es diametralmente opuesta a lo que se debería estar haciendo.
–¿La eliminación del Ministerio de Medio Ambiente es sintomática?
–Sí. Estos días he hablado con un delegado de la República Dominicana y me contaba que allí, con un objetivo bastante potente para el tipo de país que es, su oficina de cambio climático depende directamente de presidente del país, porque entienden que debe ser quien inspire la acción del ministerio por su carácter transversal: tiene que inspirar la acción a nivel industrial, energético, ambiental, de educación, a todos los niveles. En nuestro país es una dirección general de un ministerio que ni siquiera es de medio ambiente, sino que es muy amplio y en el que esa política juega un papel meramente residual.
–Cuando se hace referencia al cambio climático surge casi por asociación la imagen de Al Gore. ¿Sirvió su discurso para abrir brecha o levantó la bandera ecologista por una simple cuestión de oportunismo?
–Yo creo que, oportunista o no, es una bandera que tenemos que tener levantada y que al margen del beneficio para la carrera de Al Gore, que desconozco cómo hubiera sido si no hubiera liderado esa lucha, su intervención ha sido positiva porque ha abierto un poco los ojos de la sociedad que no estaba relacionada con este problema directamente. Ha abierto una vía. Desde entonces, y cada vez más, nos damos cuenta de que el cambio climático ya no es un problema de futuro ni de otros países, es del presente porque ya nos está afectando a cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana. Creo que campañas como la de Al Gore, pero también otras acciones que se pueden hacer desde sitios más pequeños o desde el Gobierno, con educación, con escuelas y pedagogía o en las televisiones públicas, son francamente indispensables en el momento en el que estamos.
–¿Puede hacer algo el ciudadano de a pie para poner su grano de arena en este combate?
–En primer lugar exigir a los gobernantes que defiendan los intereses generales de la mayoría, aprobando medidas que nos libren de estos impactos ambientales y económicos que ya estamos sufriendo en sectores claves como la agricultura, la pesca o la industria vitivinícola. La conciencia climática también debe pasar factura en las elecciones. Y luego, a niveles individuales hay que ser conscientes de que el sector energético es uno de los principales causantes del cambio climático. El Gobierno debe modificar el panorama para que mucha de nuestra energía provenga de fuentes fósiles como el carbón y el petróleo, moderar nuestra demanda e intentar ser lo más consciente de nuestra contribución al problema.
–¿Qué sabor de boca le ha dejado la sentencia del ‘Prestige’?
–Pues malo. Lamentablemente este tipo de cosas cada vez nos sorprenden menos porque nos damos cuenta de que vivimos en un país en el que hay cosas que no pasan factura. Y cargarse el medio ambiente es una de ellas. Tenemos un Gobierno que apuesta por las energías más sucias, que además de haber hecho la reforma energética que penaliza las renovables, que son las únicas que frenan el cambio climático y además son un incentivo económico para países como España como productor, nuestro Gobierno las penaliza y en su lugar apuesta por fuentes como la fractura hidráulica para el gas o por las plataformas petrolíferas en aguas profundas que pueden acarrear catástrofes parecidas a las del Prestige. Y uno se pregunta cuál es la forma de parar esto si cuando se lleva el tema a los tribunales lo que se encuentra uno son sentencias como ésta. Es descorazonador. Lo único positivo es que genera opinión pública, y al margen de que la sentencia sea injusta y una vergüenza, eso también está construyendo opinión pública y la gente cada vez tienen más claro qué está pasando con el medio ambiente en España.
–El delegado filipino al que aludíamos antes llegó a pedir la instauración de una “Justicia climática”. ¿Habrá algún día dirigentes en banquillos por atentar contra el medio ambiente?
–Hay que buscar la forma. Estos días estamos viendo aquí, en la Cumbre de Varsovia, cómo establecer un mecanismo por el que los estados no puedan irse de rositas por incumplir la legislación climática internacional o por aprobar prácticas que representen o se aprueben a sabiendas del elevado riesgo para el medio ambiente y para cuyos accidentes no hay medidas existentes. Hay que tenerlo en cuenta y hay que aplicar la ley de forma estricta porque también tenemos medidas en el sistema legislativo español para evitar que pasen este tipo de cosas. El problema es que muchas veces la ley se aplica con una manga ancha para determinados sectores y determinadas actividades.
Dos largas semanas sin apenas avances en Polonia
Dos largas semanas de reuniones no habían servido, a última hora de ayer, para alcanzar un acuerdo de mínimos en la Cumbre del Clima de Varsovia, en la que ha estado presente Aída Vila como representante de Greenpeace. La cita continuaba anoche sin un pacto global después de horas de negociaciones, en las que tan solo ha quedado patente la falta de consenso sobre cómo financiar la lucha contra el cambio climático y la hoja de ruta hacia un compromiso definitivo que debería rubricarse en la futura Cumbre de París de 2015.
El objetivo fundamental de esta conferencia era consensuar esa hoja de ruta hacia un acuerdo global vinculante de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, aplicable a todos los países para evitar, sobre todo, la indefinición de la decisiva Cumbre de Kioto, que alumbró un gran acuerdo pero solo se circunscribió a los países desarrollados. Pese a 14 días de intensas reuniones, ayer todavía no se había cerrado el calendario de trabajo hasta la cita de París. Así, mientras la Unión Europea quiere mantener unos plazos y compromisos claros, desde los países en vías de desarrollo se intentan evitar las obligaciones vinculantes y se insiste en que la prioridad es incrementar la financiación de la lucha contra el cambio climático. Una hoja de ruta sin calendarios ni objetivos previos a la conferencia de París supondría dejar sin contenido la llamada Plataforma de Durban, que marca el camino hacia el acuerdo global vinculante para que todos los países se sumen a la reducción de emisiones.