Rida terminó el jueves de trabajar. Solo un día antes había intentado cruzar a nado a Ceuta por Beliones, utilizando una cámara neumática. Los agentes de frontera le sorprendieron y, además de abortar su intento de incursión a nuestra ciudad, le quitaron lo que para él era su salvavidas, la única manera de mantenerse a flote ya que no sabía nadar correctamente.
El jueves, Día de la Autonomía, Rida volvió arrojarse al mar. Esta vez por el Tarajal y ayudándose de unas botellas de plástico que harían las funciones, o eso pensaba, de flotadores. “Quería irse como muchos jóvenes para buscar una mejor vida, pero lástima, la ha perdido”, explica a este periódico Munir, uno de sus familiares, quien supo de esta muerte al leer la noticia porque ni la situación de bloqueo fronterizo le permitió venir a Ceuta y despedirse en persona.
Rida trabajaba en revestimiento de suelos. Laboró media jornada y se echó al mar, en el que iba a ser el segundo intento consecutivo por escapar de Marruecos. A las nueve de la noche los GEAS de la Guardia Civil sacaban su cuerpo sin vida. Ahora está enterrado en Sidi Embarek, al lado de Khalid, otro joven marroquí que murió en un intento de entrada a nado acompañado de más magrebíes. Su cuerpo fue recuperado en el mar por el Instituto Armado el mismo día en el que en Marruecos se producían otras muertes.
Y así, una tras otra, se van agolpando las tragedias en una carrera sin final. Nunca antes los enterradores del cementerio musulmán habían dado sepultura a tantos jóvenes magrebíes en tan poco espacio de tiempo entre uno y otro caso. Tres en una semana, dos en otra... así hasta superar, en lo que vamos de año, los 30. Y todos con el mismo perfil: jóvenes, marroquíes o argelinos, alguno incluso menor, que se atrevieron a bordear la escasa distancia entre Ceuta y Marruecos cruzando a nado los espigones de la muerte.
Ellos encarnan el drama de una Frontera Sur, un drama que se queda atrapado en Ceuta. De esta grave situación no hablan los medios de comunicación nacionales. No interesa lo que está pasando ni la auténtica sangría permitida sobre una juventud marroquí cansada, sin futuro ni posibilidades de prosperar y que, por eso mismo, se marcha.
Muchos no saben nadar. Rida lo hacía de manera torpe, por eso no pudo aguantar en el agua. Meses antes Badr se quedó en el camino sin fuerzas y su cadáver pudo ser identificado en una nevera de Nador, tras ser arrastrado por el mar desde Castillejos. Se supo que era él porque llevaba una cadena con su nombre. En el cementerio de Sidi Embarek se lleva el registro de todos los fallecidos por si, al tiempo, aparecen sus familias.
El cierre de la frontera ha roto y anulado la posibilidad de acudir a los entierros, de sacar los cuerpos por el paso del Tarajal, cerrado desde marzo de 2020, de sufrir el duelo al lado del cuerpo del hijo, del hermano o del esposo perdido en unas travesías infructuosas. Cada uno tenía su historia: los hay que llegaron engañados con la promesa de un mejor trabajo, otros que cruzaron angustiados al no poder mantener económicamente a sus hijos o los que llegaron atraídos por el efecto llamada del asilo o la necesidad de escapar de un país sin futuro.
La Frontera Sur se ha convertido en la gran devoradora de esas vidas que agotaron su tiempo en Ceuta. De esas vidas cuya pérdida está además entregada al más absoluto silencio.
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