Brahim dice que desde hace días en su casa nadie duerme. Están intranquilos, aguantando esa pena derivada de la ausencia de un familiar y, sobre todo, de no saber qué ha sido de él. Su hermano Anass, de 23 años, cruzó con tres amigos a Ceuta, usando en su caso la cámara de la rueda de un camión a modo de flotador. Fue el 6 de agosto cuando habló por última vez con sus familiares. Quería irse a España, les dijo, y se unió a la expedición compuesta por otros tres amigos más. Uno llegó a Ceuta, otros dos fueron interceptados por agentes marroquíes y Anass quedó en el mar, aferrado a su cámara neumática sin que sus compañeros supieran algo más de él.
Su familia hace un llamamiento agobiada por la falta de información sobre Anass. Cuentan en una entrevista con El Faro de Ceuta, que ese 6 de agosto cruzó por el Tarajal, por la mañana, buscando dejar atrás una vida complicada por la falta de trabajo. Aspiraba a que sus conocimientos sobre los trabajos con mármol pudieran hacerle ganar algo de dinero. ¿Dónde está Anass? Esa es la pregunta que se hacen sus familiares, pero también sus amigos de travesía. Las llamadas al teléfono siempre tienen el mismo final: apagado. Anass se quedó en el mar, esa es la imagen que vieron sus compañeros. El rastro perdido del joven se convierte en la peor de las pesadillas para sus seres queridos que esperan en Castillejos tener alguna noticia. Anass se suma a los relatos de desapariciones en el mar que se agolpan en esa particular leyenda integrada por ausencias, miedos y excesivo riesgo.
Como Anass, de Castillejos también salió Mustafa Nayid, de 23 años. Su madre explica en una entrevista con este periódico que no saben nada de él desde el pasado 30 de julio, cuando decidió marcharse a buscar fortuna con otros compañeros. No sabe si logró llegar a Ceuta o a cualquier otro punto, pero sí que emprendió la escapada como buena parte de una juventud marroquí que está desangrando toda una generación.
Cuenta su madre que siempre hablaban por teléfono. Naturales de Beni Melal, la familia al completo se trasladó a Castillejos donde estuvo viviendo durante 17 años del negocio tejido en torno a la frontera. La pandemia y la ausencia de recursos económicos llevó a que todos los miembros de la unidad familiar regresaran a su tierra, pero en los últimos tiempos Mustafa había mostrado su intención de marcharse de Marruecos y contó a sus amigos que cruzaría a Ceuta. El 30 de julio llamó a su madre. Después, nada. Esa llamada fue “como las de siempre”; a la progenitora no le hizo sospechar que fuera a cometer tal acción, pero era su interés oculto que poco a poco han ido conociendo ahora que su ausencia pesa, y mucho.
Cualquier dato sobre el paradero de los dos jóvenes es crucial para unas familias que viven atormentadas por la ausencia de información, por unas familias que desconocen del paradero de Anass y Mustafa y que solo aspiran a saber de ellos, a conocer lo que sea, pero a calmar en definitiva todo este tiempo de intranquilidad, de no saber cuál fue su futuro inmediato tras ver a Ceuta como la oportunidad para un pase emulado en demasía por una juventud falta al completo de esperanza.
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