El menor homicida de la playa de La Ribera tenía, según su expediente personal, “una personalidad conflictiva”, “se mostraba irreflexivo e impulsivo”, “no medía las consecuencias de sus actos”, mostraba “reacciones de agresividad y violencia extrema ante situaciones de estrés o alta emotividad” y “no se responsabilizaba de sus actos e intentaba justificarlos manipulando y tergiversando los hechos”.
Según el Juzgado de Menores que ha condenado a la Ciudad a pagar casi 300.000 euros a la familia de la víctima, auto que la Administración no va a recurrir, “resulta indiscutible que no se agotaron ni establecieron con suficiencia medidas de vigilancia y control tendentes a paliar esa peligrosidad y/o someter a una mayor vigilancia al menor para evitar actos agresivos que eran perfectamente previsibles”.
¿Cómo se trabaja con menores conflictivos? ¿Qué se puede hacer? ¿Se pueden prever sus actos con el grado de certeza que apunta la resolución judicial? ¿Cómo se lidia, metafóricamente hablando, con perfiles de “lobos”, “jilgueros” y “zorros”?
Según los técnicos a los que este periódico ha podido plantear estas preguntas, la “motivación al cambio” pasa, sobre todo, “por preparar a los menores a nivel cognitivo, emocional y moral, los tres pilares básicos para que aprendan a pensar más allá de la rigidez que han aprendido en la selva: que no hay que entrar siempre al trapo, que hay consecuencias, que no hay que quemar las naves, que no piensen que son inferiores y solo tienen cobijo en el grupo de delincuentes, abrir una red social de apoyo...”.
El Centro de Reforma, las medidas de internamiento, son “como una bicicleta con patines”. “No tenemos que conseguir”, opinan quienes están a pie de obra, “que los niños hagan algo. No es suficiente, hay que conseguir que quieran hacerlo; ese es el arte de la educación con menores con perfil psicópata y con los delincuentes en general”.
El de La Ribera solo ha sido el último episodio de la “crónica negra” protagonizada por menores en Ceuta. Un repaso de la misma revela la existencia de múltiples perfiles y su epílogo, hasta ahora, no era ni mucho menos el más previsible.
"El riesgo es imposible evitarlo pero en este caso, con un chico que llegó a Ceuta muy joven y con una historia personal muy difícil no había una ausencia de sentimientos y conciencia. Sí una educación en la indiferencia, analfabetismo emocional... Estaba en libertad vigilada inserto en un programa de competencia social para enseñar a pensar bien, a entender las consecuencias de las cosas... Los educadores le veían avanzar bien, cumplía con las tareas y los horarios, mostraba interés, sumaba meses sin partes de incidencias..."
¿Cabía temer, sospechar, prever, intuir lo que pasó? “No”. ¿Por qué? “No tenía nada que ver con otros asesinos u homicidas. La mayoría de los niños que tenemos son delincuentes que han acabado ahí por razones de baja competencia familiar para educar porque no saben, no pueden o no quieren”.
Por las manos del personal de Menores ha pasado de todo: delincuentes peligrosos sin aparente posibilidad de reconducción y casos de trabajo brillante alabados hasta por jueces de la Audiencia Nacional.
Según los que saben, “básicamente las personalidades se desarrollan de la misma manera entre las variables apegadas a la herencia, al temperamento, más difíciles de modificar, y las ambientales, las moduladas por nuestro ambiente”.
La relación entre personas 'difíciles' y familias con escasa capacidad o nula para educar generan ese tipo de personalidades. En otro tipo de entorno el mismo niño “puede llegar a ser delincuente pero no con ese perfil”.
A ojos de los expertos, “importa mucho la relación que se establece en los primeros años de vida porque la seguridad afectiva facilita el desarrollo de la empatía: ponerse en el lugar del otro a nivel cognitivo y emocional. El problema de las personas con temperamento difícil es que empatizan en el primer nivel pero sin importarles nada tu vida, se aprovechan de la situación, conocen tus debilidades y las utilizan en su beneficio como depredadores”.
Esa no es, “para nada”, la personalidad del homicida de La Ribera pero en la hemeroteca de sucesos local ha habido de todo. Hace más de quince años, en 2001, cuando la nueva legislación de menores llevaba poco tiempo vigente en plena controversia por la limitación de la edad de entrada en prisión, un joven repartidor de comida falleció degollado y tres jóvenes, dos chicas de 17 años y una de 16, fueron detenidas y posteriormente condenadas.
“Hoy, en un marco de posmodernidad y valores hedonistas, hay jóvenes que se comportan como psicópatas pero en realidad no lo son”
Aquí eran niñas “que por enfado o rencor”, colocaron un cable en un lugar de poca visibilidad con aparente intención de causar la caída de la víctima pero que le mató. “No entendemos que fuese una muerte premeditada sino un juego maldito”, explican los expertos, que en ningún caso excusan ni exculpan.
Aquella fue la primera medida de internamiento en régimen cerrado por un delito de este tipo. Se les aplicó una metodología de trabajo con un enfoque cognitivo-conductual con promoción por fases en función del cumplimiento de metas y logros. Cumplieron, salieron a libertad vigilada (formación, ayuda en la toma de decisiones, retorno “suave” a la vida en sociedad...) y recondujeron sus vidas por distintos caminos dentro y fuera de la ciudad.
Cinco años después, en el Príncipe, un edil de IU, Mustafa Ahmed, fue asesinado por un menor que, esta vez sí, “apuntaba que iba a ser una persona complicada desde pequeño”. Retrato robot: “Carecer de conciencia, despersonalizar a las víctimas, considerar a las personas objetos de los que te puedes beneficiar sin más...”.
El asesino estaba controlado de cerca por un delito en la península.
“Intentamos trabajar con él en una relación positiva para integrarle en recursos: estuvo en un curso de formación en el que no cumplía del todo y concertamos una cita para analizar su evolución y advertirle de que podía volver a internamiento. Le vimos un viernes y el sábado por la mañana ocurrieron los hechos. Al parecer estaba intentando quitarle un móvil a otro chaval y la víctima le llamó la atención. Ni corto ni perezoso, con toda la sangre fría, fue a buscar una pistola en casa de otro joven que también tuvimos en libertad vigilada y por la espalda le disparó y le mató. Sin más”.
Cuando entró en el centro de internamiento no tuvo problemas. “Sabía lo que le convenía y no tenía compañeros. Si estuviera en una selva estaría aparte porque transmitía pánico a los demás. El diálogo con él revelaba que no iba a cambiar, que no tenía ningún interés en hacerlo, que era así. En estos casos no es fácil intervenir. Con un psicópata”, resumen, “solo puedes engordarle el ego, aprovechar su fuerza, no meterle en una sesión terapéutica con otros porque adquiere conocimientos para dominarles”.
Sobre las paredes de Punta Blanca fue acumulando las denegaciones de permisos que solicitaba. Con el paso de los años ha acabado en una silla de ruedas parapléjico tras un tiroteo en las naves del Tarajal y un ristra interminable de delitos, agresiones, ajustes de cuentas... “Estamos ante un psicópata al uso, pleno, en el que converge un temperamento difícil con una capacidad de socialización escasa y una de educación de los padres muy baja”. Una “personalidad antisocial” en la que las variables temperamental y capacidad educativa dan pie con “mucha más probabilidad” a “un delincuente peligroso psicópata de libro”, no a una persona “difícil” que con las mismas complicaciones de partida puede “modular” su entorno familiar.
El suceso de abril de 2015 que terminó con un porteador asesinado a manos de cuatro chicos reunió a “tres delincuentes de alto riesgo y a un 'limpiabotas', un chaval de barrio que se había pegado a ellos”. Se fueron a pescar de noche, volvieron a casa y regresaron a la calle a las 5.00 horas. Robaban motos pero ese día “querían 'subir', detectaron a una persona con ánimo de ir más allá de robar, de sentir el poder de un arma sobre la vida, y la víctima intentó huir a la carrera”.
El que confesó el acuchillamiento fue quien sacó él mismo un machete y les dijo a los policías que lo había utilizado y limpiado, con una frialdad absoluta, han completado el relato distintas fuentes.
Otro, con problemas psicológicos y de estupefacientes, criado en una familia conflictiva y con historial delictiva, se amamantó “entre pistolas”. Un perfil “peligroso” asociado a otro “peor” que se intuye que hoy está en la península dando 'palos'.
“Encontramos un psicópata, alguien malo de partida, y un trastornado, sobreprotegido por su madre, con sangre fría pero más 'aprendido' con el tiempo, siempre amenazando y manipulando, muy difícil de cambiar también porque quieren vivir así y cuya respuesta a los programas acostumbra a ser muy débil”.
Parecido es el panorama de otro asesinato en la rotonda de acceso al Príncipe, donde también confluyeron “un delincuente como forma de vida y un psicópata” que apuntó maneras desde antes de cumplir 14 años. Tenía un diagnóstico de la Unidad de Salud Mental Infantil de Algeciras con medicación y tratamiento y no pasaba de la fase cero porque tenía problemas “con todo y con todos”.
La Ciudad planteó un traslado para una intervención terapéutica fuera de su entorno con una metodología distinta y se fue a un centro especial fuera de Ceuta donde el psiquiatra hizo otro diagnóstico. Empezó a hacerse con el módulo, le metieron en sesiones de grupo que derivaron en otro retrato médico distinto y uno más de psicópata hasta que, un día, se hizo 'el dueño del centro'. Metafóricamente, con una metodología de grupo le habían dado “al zorro las llaves del gallinero”.
Durante un tiempo estuvo en libertad vigilada “complicada” porque “no encajaba en ningún recurso” pero sin cometer delitos “muy gordos”. En la última reunión con los técnicos antes del asesinato se le dio un ultimátum para que mostrase voluntad de cumplir las medidas impuestas por el juez. No hubo acuerdo y su rastro se intuye en más casos mortales de amplio eco mediático.
Su compañero tenía otro perfil: fuguista, delincuente, “no psicópata”. “Si uno lleva un arma en un contexto de violencia puede llegar a utilizarla en un determinado momento pero no con premeditación, no matar para experimentar ese poder o placer, no con ensañamiento”. Es lo que, intuyen los técnicos, pasó en los casos de disparos por el fruto del robo de una moto, en el asesinato durante una partida de parchís con disputas precedentes...
“A veces puede fallar el sistema inhibitorio pero después a estos casos la conciencia no les deja vivir. Se etiqueta a algunos: vienen a robar, a delinquir... No es cierto. Hay de todo. MENA o no. Que se fugan de su familia y sus padres vienen a buscarles, que vienen como si esto fuera un colegio, otros sin ningún control...”.
“No se trata”, recalcan los técnicos, “de lograr que no hagan cosas porque se les ve, como un jilguero, sino de ordenar el desorden creyendo que el cambio es posible, que las personas pueden incorporarse a la sociedad, aprender a demorar la recompensa, a construir proyectos no inmediatos...”.
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