Toy Story lleva con sus diferentes entregas traumatizando para bien, por contradictorio que ello parezca, a generaciones de niños y, sobre todo, adultos. Porque ya no somos capaces de mirar a los juguetes antiguos como antes, porque apela al corazón de los más sentimentales, porque ahora nos cuesta deshacernos de objetos a los que les tenemos aprecio o nos recuerdan a algo o alguien. Puñetero Disney que lleva manipulando mentes tiernas desde tiempo inmemorial…
El gigante del entretenimiento por la vía de su marca de Pixar nos trae la cuarta entrega de una saga que hace tiempo que la lógica indica que debió acabar y la sensación satisfactoria tras el visionado de cada una de las partes corrobora que se agradece que no haya ocurrido así. Y pinta que tiene de seguir volando hacia el infinito y más allá mientras la cosa funcione, que diría el gran Woody Allen. Y la realidad palmaria es que sigue funcionando.
Se sigue apostando en la franquicia por valores como la amistad, la valentía, la camaradería, también por sentimientos como el amor o la necesidad de pertenencia a un grupo, además del protagonismo del vaquero más famoso de la animación, acompañado por su ¿inseparable? Buzz Lightyear y el resto de la panda de juguetes que han hecho las delicias de los pequeños y también de los comerciantes de merchandising, de lo cual también es un filón la serie de películas. También aportarán aire fresco a la evidente y necesaria aventura algún que otro muñeco nuevo y pondrán las dificultades unos adversarios que parecen salidos directamente de otra saga, la de Chucky, el muñeco diabólico.
Con el habitual buen gusto de no caer en sensiblería barata y un toque de neta inteligencia que acerca a la película nuevamente a los adultos, el secreto del éxito del “para toda la familia”, puede que en esta ocasión comience a dar alguna pequeña muestra de agotamiento cuando la hora y media de metraje además de la sonrisa en la boca deja un leve amago de haberse hecho un poco larga, lo cual no es buena señal, pero no llega al punto de convertirse en lastre para llegar a replantearse el futuro, pero sí para tenerlo presente.
El caso es que no podemos pedir peras al olmo de la originalidad cuando estamos hablando de algo que lo fue, y mucho, pero allá por mitad de los noventa del siglo pasado, y que va ya nada menos que por 4 partes. Demasiado que todavía se mantiene actual y gusta al respetable…
Porque gustar, gusta, divertir, aún divierte, emocionar, aún emociona, y además sigue siendo un buen plan veraniego. Ergo llegamos a la conclusión de que todavía se salva de la quema de las secuelas aburridas hasta el indignante hartazgo, porque funcionar, aún funciona.
PUNTUACIÓN: 6
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