Desde el momento en que se asume el régimen democrático este debe ser respetado minuciosamente, tanto cuando las decisiones que toman los representantes del pueblo resultan afables como cuando no. Por lo tanto, lo que decidan los parlamentarios de este país por mayoría sobre el resto de sus compañeros ha de ser acatado coherentemente, y si no es deseo que ese tipo de propuestas salgan adelante, ajusticiarlos en los comicios, pero nunca llevar a cabo ofensivas de ninguna clase (excepto en ocasiones flagrantes) hacia los legítimos representantes del poder del pueblo.
En este sentido la derecha no ha sabido canalizar su descontento con la reciente abolición de las corridas de toros en Cataluña, inclinándose hacia unas declaraciones poco democráticas y menos responsables, pues continúan agitando a los ciudadanos y alentando la confrontación entre los españoles de fuera de la comunidad catalana y de dentro de esta. La antiespañolidad a la que aluden para justificar su ofensiva es netamente estúpida, ni siquiera habría que blandir el caso de la abolición de la matanza de toros en Canarias o la existencia de grupos antitaurinos en otras comunidades españolas. Ante argumentos tan paupérrimos y absurdos la respuesta no ha de ser ni tan solo articulada, ya que de hacerlo se inyectaría más vigor a una incoherencia mediática productora de una peligrosa crispación.
No obstante, las justificaciones de la izquierda me parecen moralmente inaceptables dada la controversia de sus pensamientos. Dicen los izquierdistas que defienden la vida por encima de todo, sea la de un animal, la de una persona o la de cualquier ser viviente, y ello es una afortunada y loable muestra de humanidad que debería propagarse por todos los rincones del universo descubierto y por descubrir. Pero esto hace que no pueda reprimir reflexionar acerca de la laxitud de su compromiso cuando se olvidan del “viviente” al apoyar sin apenas condiciones el aborto. No quiero que en esto se refleje mi inexistente oposición respecto al aborto y/o quiera utilizar este último para explotar una incongruencia que oscurezca la buena intención de salvar la vida de miles de toros, sino que, en un intento por extraerme de mis pasiones personales, no encuentro lógica alguna en esta apostura, como no la encontraría nadie que esté inmerso en las pugnas de ideología políticas imperantes. La izquierda moralista que, con una desvirtuada hipocresía, está continuamente negando dictar moral de cara a la galería, se asfixia cada día un poco más en su espesa soberbia.
Los antitaurinos, que son los que verdaderamente defienden la vida de los astados, han sido utilizados por la izquierda española a su antojo, para demostrar su adoración hacia la vida (que luego se esfuma al sustentar el aborto); pero también por la derecha, que ha procurado arañar apoyos llevando a cabo una cruzada contra ellos en la dimensión política del campo de batalla, es decir, haciendo de los izquierdistas los auténticos antitaurinos cuando, de ninguna manera, es así. Finalmente, como suele ocurrir demasiado a menudo, los que se embarcaron en una iniciativa tan pura como es la erradicación de la tortura animal en Cataluña, se han convertido en las piezas de ajedrez de esta peculiar partida que la izquierda y derecha mantienen en España, y más específicamente en la comunidad catalana. Los salvadores de los toros de Cataluña han conseguido su prometido, pero que no se olviden por qué lo han conseguido. Quizá, si lo reflexionan con detenimiento y sin influencias externas, no estén todo lo contentos que creerían estar.
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