Patriota, conspiranoico, pájaro de cuenta o visionario según opiniones, J. Edgar Hoover fue el fundador del FBI y uno de los mayores valedores de la palabra “antiamericano”. En cualquier caso, no sólo se le atribuye una encarnizada lucha contra “el enemigo bolchevique”, sino que organizó una facción importante de las fuerzas de seguridad estadounidenses y modernizó métodos de investigación y gestión en lo que desembocaría lo que ahora es ejemplo mundial de eficiencia.
Con todo, controvertidísima figura histórica con una personalidad llena de contradicciones y aristas cortantes reclama infinitamente menos atención que el padre de la criatura, un Clint Eastwood que firma con la serenidad acostumbrada una cinta que brilla por lo, también como siempre, impecable de su manufactura.
Bajo la batuta del más que veterano director y también bajo un quintal de maquillaje en los pasajes de Hoover de anciano que hace más mal que bien (seguramente habría compensado contar también con un actor de esa edad y centrarse más en la época de juventud) encontramos a un espléndido Leonardo DiCaprio en el papel protagonista (absoluto) como si no hubiera un mañana profesional, con convicción y contundencia, todo un lujo. El resto del reparto no se queda atrás, dejándose arrastrar por la cómplice dirección de Eastwood, que sabe sacar lo mejor de sus repartos, destacando a Naomi Watts, que hace con su presencia más importante de lo que en minutos es a su personaje, o a Judi Dench, que logra con estupenda naturalidad que el público odie a la autoritaria mamá de la criatura, a la vez que aporta bastantes explicaciones al devenir de los acontecimientos.
Si bien es cierto que un enfoque más agresivo y escandalista aportaría mayor efectividad, la eficiencia en la realización logra trascender a un dubitativo guión, y cuando el realizador toma personalmente las riendas del asunto y se centra en el lado más frágil e íntimo de las personas, en el contacto humano en resumidas cuentas, el producto se agiganta y logra por el camino de la excelencia emocional y visual que nos olvidemos de que en realidad, la vida de este hombre nos trae bastante sin cuidado...
Exquisito gusto, delicadeza como hacía tiempo que no demostraba y sólo él sabe transmitir, dominio absoluto de los coloridos pastel, sepia y los claroscuros (no me cansaré de resaltarlo) y una banda sonora compuesta por él mismo con su inseparable piano, sello de identidad innegociable, el hacer de Eastwood, especialista en conectar con el espectador y en retratar historia viva de su país, vuelve a ser más grande que la propia película que firma. Una auténtica delicia que deja claro que ojalá nos siga regalando su madurez profesional a pesar de la excesiva madurez física durante mucho tiempo, y a la espera de otro proyecto con mayor gancho al que dedicarle exactamente el mismo esfuerzo y talento.
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Puntuación: 7
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