Categorías: Opinión

Tolerancia ante el despiadado acoso

El acoso y en particular el acoso escolar, por cuanto los jóvenes representan una sensibilidad más tierna, son dos de los males más tiránicos contra los que casi toda la sociedad se posiciona cada vez que alguien los denuncia o se plantean protestas contra ese tipo de maltrato psicológico y en demasiadas ocasiones también físico. No obstante, la sociedad no parece obrar de la misma manera cuando se apagan los focos, es decir, cuando no hay denuncias ni protestar multitudinarias, importándoles un poco menos las víctimas del acoso en su vida diaria. Esta es la conclusión a la que se puede llegar echando un vistazo a la impresionante pasividad con la que se tolera que grupos mayoritarios hagan sufrir a personas más débiles, sin capacidad de respuesta ni apoyos firmes para hacerles frentes. Casi todos los ciudadanos están en contra del acoso cuando la cámara está encendida, pero cuando esta se apaga, a pocos les importa defender la integridad de esos hombres, mujeres, chicos y chicas que experimentan el áspero maltrato del acoso día tras día, en circunstancias muy diferentes pero con un fondo igual de aterrador. De hecho, la mayoría de la gente que en esos días de reivindicaciones se suma al apoyo dedicado a los que sufren, ha llevado a cabo prácticas parecidas que han hecho sufrir lo indecible a personas como ellos mismos durante su juventud.
Ni siquiera en los colegios e institutos los niños y niñas están a salvo de ser sometidos a un duro castigo psicológico regular, es más, es en estos lugares donde el acoso encuentra un caldo de cultivo para desarrollarse todo el tiempo que precisa y con la intensidad que considere oportuna. En general, los maestros y profesores están poco interesados en perder parte de su tiempo en solucionar una parte esencial de su vida a los chicos frustrados por el mal hacer de sus compañeros; para aquellos no existe más que desempeñar su trabajo con una praxis de dudosa calidad y cerrar los ojos, en la medida posible, ante una situación que cada año crece otro tanto. No deja de ser curioso que en los centros de educación, donde supuestamente deberían brillar los pretendidos valores sociales de primer orden, se conviertan en hervideros de todo lo contrario.
La única defensa verdadera y activa a la que pueden recurrir las personas que sufren cualquier tipo de acoso es el propio colectivo de hombres, mujeres, muchachos y muchachas que han sufrido en sus propias carnes la fiereza del acoso, quienes se desviven para que este no se vuelva a repetir nunca jamás, aunque sea una quimera, por desgracia. El resto, dejando a un lado momentos puntuales, no muestra la solidaridad social necesaria para echarle la mano a una persona obligada a pudrirse en el ostracismo porque unos cuantos, en superioridad numérica, lo han querido así. Para una persona que quiere convivir en la sociedad siendo tratada como uno más, no hay más dolor que el de ser rechazada con tantas excusas como la crueldad de las personas puedan imaginar, sólo con el objetivo de machacar, de reducir a cenizas a un semejante, quizá por diversión, por envidia, por complejo de inferioridad… La razón es lo de menos, porque nada justifica un acto demente de este calibre, sobre todo cuando las secuelas que desprenden estos embates de la vida son tan duras que llegan a culminar en el suicidio, como ocurre con más frecuencia de la que sería deseable. Hoy, con la existencia de Internet y su capacidad para conectar todo el planeta entero instantáneamente, la posibilidad de prolongar aún más el acoso se extiende e intensifica como nunca hasta ahora.
La solución a este lamentable asunto parece imposible de alcanzar. La mayor parte de la sociedad cada vez presenta menos empatía por las minorías más reducidas, y si no las marginan con un acoso permanente lo hacen negándole su ayuda. Una ayuda que, por supuesto, no es necesario pedir, dado que todos sabemos identificar el acoso ya que convivimos con él desde que comenzamos a tener consciencia de lo que nos rodea. Quien no ofrece su apoyo a otra persona que está sufriendo una presión tan descomunal no es porque no sepa que le está ocurriendo, sino porque prefiere asegurar su posición neutral dentro de la sociedad, ¿para qué arriesgarla por una persona? La cuestión es que no se trata de una persona sino de miles que sufren individualmente vidas tan horribles por esta razón que jamás podríamos ni imaginar. Podemos ignorarlo todo hasta que nos afecta a nosotros mismos o a nuestra inmediata cercanía, donde duele de verdad. Será entonces cuando más de uno comprenda la gravedad, no quedándole más que revolverse al pensar que no hay antídoto para el veneno que un día él mismo contribuyó a desarrollar.

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