Todos tenemos un ramalazo político

Está clarísimo que no podemos renunciar a nuestra ascendencia puesto que es una herencia irrenunciable, incluso que tendríamos que agradecer, pues si no, estaríamos todavía en los árboles (hay quien siente añoranza).

Hay que asumir la herencia en su totalidad, por lo menos hasta el momento en que se adquiere cierto grado de COHERENCIA, y a partir de ahí, aunque no podremos modificar la genética, sí que podemos elegir, en el sentido de relacionarnos, cómo queremos orientar y usar nuestra vida.

La coherencia es un concepto complejo y por tanto difícil de evaluar, de cuantificar, para considerar cuando, de ella, se tiene suficiente. La experiencia y sus consecuencias van marcando la pauta comparando nuestra actitud y sus resultados con el entorno que nos rodea, del que percibimos constantes respuestas, positivas o negativas, que sirven de indicadores que nos confirman si el rumbo seguido (me permito el símil marinero) es el de nuestro propósito o está desviado por la deriva.

Aunque se atisba, incluso se aprecia cierto orden moral en la propia naturaleza, cuando aparecemos a la vida la naturaleza ya está alterada, y ese orden original ha sido modificado por las generaciones precedentes. Venimos a una sociedad estructurada y evolucionada desde hace miles de años.

Durante la infancia se han debido superar ciertos síndromes psicológicos (Edipo, Electra…) que han identificado a cada uno con su rol en el seno familiar. También desde el nacimiento hemos asimilado un lenguaje con su gramática (morfología, sintaxis y semántica) que nos identifica con nosotros mismos y nos relaciona con la realidad de todas las maneras posibles: para la acción, con el uso verbal (el nene va a comer….a dormir); para la identificación de la personalidad (yo, tú, él ….); para el sentido de la pertenencia ( mi juguete, tu mamá….) etc. Ése es nuestro referente más cercano, nuestro presente; pero podemos indagar más atrás, hacia nuestro pasado siguiendo el hilo de la Historia hasta este presente y así podremos imaginar, sólo imaginar, hacia donde vamos, pretensión que puede ser desde una inquietud hasta una simple curiosidad.

De momento, desde el presente solamente podemos comparar las distintas etapas de lo ocurrido, si es que acudimos a fuentes contrastadas y sacar posibles consecuencias si se analizan y se estudian los hechos con la profundidad suficiente y se relacionan en su espacio y su tiempo. Cuanto más muestras de ese pasado se investiguen y más exhaustivamente se haga su estudio, más acertadas serán las conclusiones y mejor entenderemos nuestro presente.

En el presente, al que cree que vive bien o muy bien, al que tiene todas las necesidades cubiertas, incluso lo superfluo, no le interesa el pasado, no necesita comparaciones; al contrario, las detesta, las teme, no sea que aparezca algún reproche que le haga sentirse compungido; para él la sociedad discurre por el camino correcto y perfecto.

El que vive mal o muy mal, no encontrará remedio a su miseria en el pasado, al que no tiene acceso real, pero sí puede investigar en él la causa de su presente; del pasado debe sacar conclusiones, reconocer las circunstancias que motivaron el curso de su situación e intentar revertirla.

Quizás no todo dependa de la actuación de los agentes externos como el Estado y sus Instituciones, sino de la propia actitud. Vivir en un Estado de Derecho supone convivir en la diversidad, y el Estado debe ser garante de la buena convivencia mediante la aceptación de la dicotomía derechos-deberes por parte de los ciudadanos.

Hay que entender que el Estado debe ser garantista del reparto de las oportunidades, no de los bienes, sino de ofrecerle a todos la oportunidad de conseguirlos; y entender también que la oportunidad es sólo la antesala del mérito, y que el mérito nunca es otorgado….es conquistado mediante el esfuerzo.

El concepto de Beneficencia es atemperar la carencia, no indefinidamente, sino cuando la carencia es sobrevenida …..hasta que se recupere la normalidad.

No se debe admitir que, ni personas ni colectivos, indiferentes, se sientan cómodos en esa situación de beneficiarios de la solidaridad, de la piedad o de la caridad…..según se quiera entender.

Los países educados en la filosofía del esfuerzo tienen un bajísimo presupuesto para la beneficencia, que casi no es necesaria; así los recursos pueden ser distribuidos en políticas de bienestar general, que son las que motivan al ciudadano hacia el esfuerzo y hacia el progreso.

Si observamos a nuestro alrededor el esfuerzo colectivo y la justa respuesta del Estado en distribuir honestamente los recursos, nos sentiremos orgullosos de pertenecer a ese Estado. Si por el contrario observamos un populismo indiferente, ajeno al esfuerzo, embebido en la rutina y en el ocio, que es mantenido por la beneficencia del Estado, nuestra actitud debe ser, como poco, de airada protesta. No estaremos motivados a la colaboración con el Estado al progreso, progreso a ninguna parte.

Hay que admitir y convivir con la diversidad, pero no cuando ésta suponga un peligro evidente para el desarrollo de la convivencia.

Creo que no es necesario para establecer los criterios de convivencia, ni tanta autoridad, ni los dogmas, ni la lógica difusa (las medias tintas) de la política actual. La naturaleza (el sentido común) otorga el conocimiento suficiente para el establecimiento de las normas.

En los Regímenes Democráticos representativos sobran muchos de los miles de empleados (políticos) pagados por el Estado que abarrotan las asambleas en una discusión constante y con una crítica personal mordaz, donde se discute de todo menos por elaborar leyes de consenso sobre la política efectiva, que en definitiva se traduzca en determinar deberes y derechos, y no en discusiones banales sobre la “Damnatio memoriae” (condena de la memoria), si derribamos estatuas o cambiamos el nombre de las calles; o discutir sobre el eterno, supuesto, problema de la sexualidad; o sobre la modalidad del lenguaje (inclusivo o exclusivo); cuestiones que deberían ser pospuestas para momentos de calma existencial, que ahora no tenemos.

Sin tener en cuenta la gravedad de los problemas que nos acucian, la relación en los Parlamentos se plantea en tan aguda discrepancia que el ciudadano de a pie no comprende y se desespera ante la confusión y la ineficacia…. ¡Es un escándalo! En todos los Parlamentos, a todos los niveles, desde el Estado hasta en la ciudad más discreta, miles de advenedizos se han convertido en “políticos” de la noche a la mañana, aferrados al sillón que más calienta y al servicio de Partidos de claros u oscuros ideales egoístas que no cejan en su desmedido empeño de poder. Las críticas por los errores, por los desmanes, por las corruptelas, no les preocupa; lo importante es “poner el cazo” al final de cada mes …. y si hay “propina”, mejor.

¡¡ Vaya pandilla !! …..No sé si estaríamos más seguros en el bosque ….

Es clara la deriva de la Democracia hacia los populismos (demagogia, oclocracia) que el sistema nos ofrece como la panacea; lamentablemente no nos conduce por el mejor camino y evidentes son los resultados: La brecha social se agranda, la desigualdad aumenta en el peor de los sentidos, más miseria ….. más pobres abocados al más incierto de los futuros….

Habría que investigar el pasado y releer la teoría de la anaciclosis, de Polibio.

Aquellos griegos serían más listos, más transparentes ….. y más honrados.