Todos los hermosos coños

Que Beigbeder haya recuperado la revista erótica ‘Lui’ es una noticia magnífica que derriba barreras dictatoriales y palurdas y abre en el mundo  de la cultura una ventana más

Icono del erotismo en los años 70, tribuna libre de esposas y referencia cultural e intelectual de la entonces instruida sociedad gala, la revista Lui acaba de renacer de las cenizas de la mano del escritor Frédéric Beigbeder, genuino y magnífico contador de historias y padre de la tercera etapa de una cabecera legendaria que antes de cerrar, más allá de un fugaz paso a finales de los noventa, trascendió fronteras con estilo fresco y creativo, con política de fina transgresión, con elevado tono intelectual y honesta picardía.
Permanentemente señalada por aquellos individuos que profesando un mal entendido y por ende soez, ridículo y demagogo puritanismo amén de la actitud beligerante que evidenciaron otros tantos, necios sin remedio, la revista fue perdiendo luz y apoyo público, el apogeo desinflándose y quedando Lui poco a poco arrinconada hasta que los responsables se vieron en la obligación de bajar la persiana y echar el cierre, triste epílogo que coincidió con el estallido definitivo de una crisis cultural sin paragón en la historia reciente de Francia, la nación que hizo de su capital no hace tantas décadas el epicentro de todas las pulsiones de índole artística y que ahora vaga mediocre por el curso de los tiempos presidida por el zapatero francés.
No es este hecho en absoluto asunto baladí pues detrás de toda publicación erótica, e incluso pornográfica, de calidad se erige un velo protector tejido por escritores, bohemios, pintores, músicos o periodistas, sujetos con capacidad intelectual y delicada sensibilidad que componen a su vez la tan necesaria crema de la intelectualidad de un país para que éste goce de una estructura libre y de altos vuelos, de ahí que no se pueda achacar a la mera coincidencia la caída de Lui con el desplome de la Francia cosmopolita, con la París que ya no es, esa embriagadora urbe en la que se instalaban las mentes más lúcidas del panorama cultural del mundo y a la que soñaba con llegar, desde todos los puntos del planeta, otros tantos genios.
El cierre de una publicación del calado de Lui en la década de los 70 y 80, es decir el fusilamiento de una revista de corte erótica, no supone el fracaso de un empresario ni la ruina de una industria concreta sino que significa el abominable descalabro del estado de bienestar de un país y de una sociedad. Porque una nación sólo será un lugar rico si se compone de una sociedad dispar, abierta, solidaria y respetuosa entre los distintos miembros que la compongan, se trata por tanto de un juego basado en la asimilación de diversos gustos y creencias; de doctrinas y aficiones; de inquietudes y actitudes que presenten cada una de las personas que constituyan la totalidad de los estratos sociales. Es decir: ofrecer y demostrar respeto con la misma fuerza y honestidad por quien acude a misa de doce cada domingo, por quien gusta de ir a clubes de alternes los viernes y fiestas de guardar o por el que se reúne con sus vecinos en el patio de la Comunidad para festejar el buen tiempo a base de chuletones y vino peleón.
La pérdida de perspectiva, identidad, valores e inquietud en las inmaculadas sociedades actuales, con el claro ejemplo de aquella (ésta) paupérrima Francia que surgió tras el auge cultural, ha constituido sociedades basadas en un demagogo buenismo, donde todo ha de ser políticamente correcto, y un falso progreso en donde se pretende vender el humo de una feliz convivencia, de una paradisíaca armonía y de un mundo de color rosa pero en el que se incurre, mal que pese a muchos, en graves faltas que, en realidad, son el germen de posteriores insolidaridades, racismos, rechazos étnicos, burlas por orientaciones sexuales minoritarias y mutilaciones culturales: jamás existirá respeto y verdadero avance social si las personas bien se ningunean, bien se ridiculizan, bien se arrinconan blandiendo las espadas y escupiendo bilis acerca de un asunto natural y básico, amén de hermoso, como la sexualidad.
Ante este panorama, el papel que se le ha de exigir a los gobernantes es el de preservar, siempre que éstas estén dentro de un margen de legalidad, las aficiones de los ciudadanos y no instalar la prohibición ni la censura, automatismos caciquiles y propio de dictaduras, como conducta y norma habitual pues de seguirse una tónica prohibicionista ocurre que se empieza borrando el pezón de un seno y se termina aboliendo la Fiesta Nacional, por ejemplo.
Por esta razón, el papel de los intelectuales, muchos de los cuales en la actualidad paniaguados de la corte política, circunstancia que tristemente conlleva que la pluma se le seque a más de un instruido imbécil al tiempo que la vergüenza toma dimensiones descomunales, ha de ser el de una férrea y comprometida defensa de los valores de libertad en aras de que la cultura, en sus distintas y extraordinarias manifestaciones, brille con todo el esplendor que otorga las luces de la Ilustración y sus derivados.
Desde el pasado jueves 5 de septiembre, Lui está en las quioscos franceses, y lo hace luciendo un formato renovado en la maquetación, tal y como se aprecia a lo largo de sus 200 páginas por número (su tirada es mensual), pero sigue siendo fiel a una filosofía que aúna cuerpos preciosos y hermosos coños de bellas damas, como los de Catherine Deneuve, Brigite Bardot, Jane Fonda o Ursula Andress, mitos que posaron en su día para la revista cubriendo el sexo con trasparentes telas; firmas de reputados escritores galos, europeos e internacionales; fotógrafos reconocidos; o viñetistas profundos capaces de sacudir a las mentes más sagaces, un recetario imprescindible en toda sociedad avanzada que se precie y que jamás ha de acabar, como marcan los antecedentes, en la hoguera de la cerrilidad, la intolerancia y el autoritarismo.