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“Todo Solidario”

La palabra solidaridad está de moda. Ahora, todo es solidario. "Tapeo solidario", "Carrera solidaria", "Potaje solidario", "Torneo de Fútbol Sala solidario"... Así podríamos llenar la página entera.

Parece que una sociedad permisiva con la injusticia hasta la obscenidad, ha encontrado la fórmula mágica para aliviar su conciencia. Es bien sencillo. Se añade la palabra "solidario" a cualquier actividad (a ser posible cuanto más divertida mejor) y nos sentimos eximidos de la responsabilidad de combatir las desigualdades o reparar las injusticias. Este no es un fenómeno casual. Es un episodio más de la dura batalla que se está librando entre las élites y la "gente" en esta fase avanzada del capitalismo, que se acomoda con velocidad y voracidad a las nuevas condiciones y circunstancias impuestas por la globalización. La población "tiene que entender" que la situación de las personas postergadas a la marginalidad en el "mejor sistema jamás conocido" son víctimas de su propia fatalidad. Por ello es preciso socorrerlos individualmente, no cambiar el sistema. La dictadura de los mercados necesita blanquear las conciencias de quienes se consideran a sí mismos buenas personas. Para ello, lo más práctico es generalizar el sentimiento de compasión infundido por la pena. Esta muy bien que las personas se sientan afligidas por la situación de un individuo sin trabajo, con cargas familiares, y sin ingresos. Nos vemos moralmente obligados a ayudarlo. Se le recoge un kilo de garbanzos y otro de fideos y nos henchimos de felicidad. Pero ¡ni se nos ocurra alterar las estructuras económicas y políticas que provocan este cataclismo social! Si además le añadimos el vocablo "solidario" (paradigma de la excelencia del comportamiento humano) hemos redondeado la operación perfecta.
Es una auténtica tragedia que el ejército de los mercados (representado por la derecha en el ámbito político) se haya apoderado de un concepto tan hermoso como la solidaridad, para prostituirlo y someterlo a sus intereses. Resulta nauseabunda la exhibición pública de solidaridad de horteras y reaccionarios de toda clase y condición. Es una degeneración insufrible. Quienes no siente el menor remordimiento al destrozar la vida de miles de personas con su condescendencia activa o pasiva (y que refuerzan con su voto puntualmente cada cita electoral), se permiten el lujo de mostrarse ufanos entregando sus miserables dádivas.
Pero aún hay algo peor. Mucho más preocupante, si cabe. Esta forma cínica de entender las relaciones sociales, se está convirtiendo en un potente "vector" educativo. Esta artimaña intelectual de identificar "solidaridad" con "compasión" se está instalando en los centros docentes con peligrosa naturalidad. Hace cincuenta años, en los colegios se recogían alimentos para los "pobres" y los "negritos". Todos los niños y niñas llevaban sus paquetitos en la creencia de que ayudaban a los necesitados. Entonces no se usaba la palabra "solidaridad", sino "caridad"; pero los hechos eran idénticos. Estamos en un proceso de involución aterrador. Los docentes que participan inconscientemente en esta movilización del capitalismo más salvaje deberían reflexionar sobre el origen y las consecuencias pedagógicas de este tipo de actividades.
Las aulas son el lugar ideal para formar individuos solidarios. Si queremos otro mundo, es necesario educar a los niños y niñas en valores. Y uno de ellos, acaso la referencia por excelencia, es la solidaridad. La solidaridad es un sentimiento de reconocimiento mutuo de derechos inalienables sobre los que descansa la libertad en condiciones de igualdad de todos los seres humanos. Es la humanidad concebida en horizontal. Ser solidario es contribuir activamente a crear un espacio de convivencia universal capaz de garantizar la dignidad de todos los hombres y mujeres que pueblan la tierra. Y ello implica combatir con fuerza todas las injusticias. Y demoler las estructuras económicas, políticas y sociales que las provocan. Educar en valores es enseñar a no ser nunca indiferente. Cuando lo que se hace es inculcar la cultura de la "limosna", se está promoviendo un modelo de sociedad jerárquica, en la que los derechos son simples y graciables concesiones de los poderosos, que gestionan a su antojo, ante la complacencia de una mayoría ignorante y sumisa, para la que el paro y la pobreza son una cuestión de "mala suerte".

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