En torno a Tito -ya desde antes de la guerra civil- existe otro misterio: su supuesta estancia en Argentina. Según algunos periodistas e historiadores llegó al país el 20 de octubre de 1930. Residió en Berisso (conocida como “La Capital del Inmigrante”), cerca de La Plata, donde trabajó como mecánico en dos empresas frigoríficas haciéndose llamar Walter.
Allí, entre los obreros, como es fácil suponer, hizo proselitismo de su ideología marxista; por ello, al ser considerado por las autoridades un elemento peligroso, al año siguiente fue deportado a su país. También se comentó que había participado en el atraco a un banco “para recaudar fondos para la causa anarquista”, y que igualmente estuvo un tiempo residiendo en San Juan, donde trabajó en la construcción de una vía pública.
Al parecer era un gran aficionado al fútbol, apasionado seguidor del equipo Czvene Zvezda, de Belgrado, que usaba una camiseta idéntica a la de Estudiantes de la Plata; por eso, según se dice, nada más llegar al país del Cono Sur se hizo hincha de este equipo.
Muchos años después, durante una gira del equipo por Europa, en 1968, fueron invitados a jugar en Belgrado. Antes del encuentro los futbolistas tuvieron la oportunidad de ser saludados por el ya mariscal y presidente Tito. Acompañaba a la delegación el exjugador Nolo Ferreyra, integrante de la famosa delantera del 30 llamada “Los Profesores”.
Al encontrarse, según parece, Tito le dijo en perfecto castellano: “A usted lo vi jugar muchas veces en La Plata. No puedo olvidar ese equipo”, y le dio la alineación completa de esos años. Fue, como es obvio, para todo el equipo una sorpresa. Con todo, la permanencia de Tito en Argentina, como la tan discutida en España, es igualmente puesta en duda.
Entre la numerosa bibliografía sobre el personaje son de destacar: Tito. Biografía crítica (1982), del exjefe comunista partisano, exvicepresidente, expresidente de la Asamblea Nacional y uno de los principales disidentes de su régimen Milovan Djilas. Ya antes, en La nueva clase (1957), criticó, como también hace notar Carrillo en sus memorias, el extremado gusto por el lujo y la vida aristocrática del mariscal y demás dirigentes del país, por lo que Djilas fue a la cárcel: “Se adquirieron casas de campo, los mejores muebles, las decoraciones más costosas y cosas similares; se construyeron barriadas especiales y casas de reposo exclusivas para los más altos gerifaltes del aparato burocrático, para la élite de la nueva clase.
En algunos sitios el secretario del Partido y el jefe de la Policía secreta no solo se convirtieron en las máximas autoridades sino que obtuvieron las mejores viviendas, automóviles y otras muestras evidentes de privilegio”. Carrillo dice: “Me chocaba un poco la ostentación con que vestía, su sortija de oro y su alfiler de corbata, piezas sin duda caras”.
Por otra parte Djilas dijo que, para él, Tito no estaba dotado de talento militar ni como estratega ni como táctico. En su libro Guerra de guerrilleros le discute no solo sus conocimientos castrenses, sino también su capacidad para ejercer el cargo de comandante en jefe. “Los estrategas de mayor relieve -según Djilas- sostienen esta misma opinión, lo que se pudo comprobar en la práctica”.
También son notables la monumental Tito, de Jasper Ridley y Tito en la resistencia, de William Deakin. Ninguna de ellas nos aclara nada sobre el asunto. Otro estudioso del personaje fue Vladimir Dedijer, cuya Contribución a una biografía de Josip Broz Tito, en varios tomos, debido a las críticas que levantó en el país el segundo de ellos, su publicación fue interrumpida; quedaban por aparecer, en Yugoslavia al menos, el tercero y cuarto.
Preguntado en una ocasión Dedijer sobre si la leyenda de la presencia de Tito en la guerra civil española había tenido algo de realidad dijo: “Hay que dejar a las leyendas sobrevivir, a veces creo que son las fuentes más preciosas de la historia”.
Pasando ya directamente al tema del artículo: mi familia materna -concretamente mis abuelos, sus dos hijas y su hijo menor, Rogelio, de quince años- pasaron gran parte de la guerra la guerra en un cortijo, propiedad de un sobrino de mi abuela, situado cerca de Conquista. Esta, un día, envió a mi tío al pueblo para que recogiera unas ollas de la casa.
En esta, situada en la calle Palma, 14, habían instalado unas oficinas y su residencia varios jefes de las Brigadas Internacionales.
Los servicios secretos alemanes, por otra parte, tenían conocimiento de la estancia del croata en nuestro país, y en la primavera de 1943
Lo hicieron allí porque, con otras de los “ricos del pueblo”, eran de las únicas casas que disponían de agua corriente; de su abastecimiento se encargaba la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya (SMMP), de capital francés, que explotaba además, entre otras, las minas de carbón y plomo de Peñarroya-Pueblonuevo, Puertollano y otros pueblos de la zona.
Mi abuelo no es que fuera “rico” sino el administrador de la empresa La Eléctrica de Villanueva de Córdoba; por su cargo, en varias ocasiones le fue solicitado por esta sociedad minera algún favor, que, en agradecimiento, correspondió de esa forma: instalándole en su domicilio el agua, que procedía de La Garganta (Ciudad Real).
Mi tío, tras recoger de la bodega lo encargado por mi abuela, se dispuso a partir, pero antes, uno de los militares extranjeros que allí estaban lo llamó para entregarle algo: una lata de carne de vaca, presumiblemente soviética: Era el futuro mariscal Tito.
Carrillo dice: “Me chocaba un poco la ostentación con que vestía, su sortija de oro y su alfiler de corbata, piezas sin duda caras”
Le oí contar la anécdota varias veces a mi tío; y a él, pese a su poca edad, nunca le cupo duda sobre la identidad del obsequiante: por las numerosas fotografías del líder -ya gran figura política mundial- que posteriormente pudo ver en revistas y periódicos y por alguna otra creíble información siempre se reafirmó en ello: era Josip Broz Tito.
Años después, en pleno franquismo, decidió escribirle una carta -siempre lo recordó con gran afecto- al ya veterano mariscal y jefe del Estado yugoslavo, en la que se identificaba como el joven, hijo de los dueños, que acudió un día a la casa, y le recordaba y volvía a agradecer el regalo -que sin duda él tendría más que olvidado- de la lata.
Pero, aconsejado por alguien del pueblo -lo más seguro que un maestro o alguna otra persona con estudios-, la misiva nunca llegó a echarla al correo: estaba en su plenitud la dictadura y aquello, de una u otra forma, podría crearle problemas. Como dato significativo –lo que da idea de su integridad-, cuando partieron los interbrigadistas, la casa quedó intacta: ni tocaron ni desapareció nada. Hace unos años, en el libro Polifemo vive al Este.
Viaje a la trastienda de Europa (2015), de Daniel Pinilla, que visitó su pueblo natal: Kumrovec, también asegura que Tito residió, durante la guerra civil, un tiempo en Villanueva de Córdoba, donde era conocido por los vecinos, con algunos de los cuales -no tuvieron las prevenciones de mi tío- “pasaría luego años carteándose, incluso cuando ya era el mandamás de Yugoslavia”. Dice haber tenido conocimiento de ello por un compañero de estudios jarote -gentilicio de los naturales de la villa- que se lo oyó referir en numerosas ocasiones a su abuelo, vecino del yugoslavo durante el tiempo que estuvo en la localidad.
Este hecho, la estancia del futuro mariscal en Villanueva, tanto la que tuvo lugar en la casa de mis abuelos como a la que se alude en el referido libro debe de ser la misma; actualmente en el pueblo -aunque siempre se oyó algún comentario sobre ella-, es un asunto no muy divulgado. La identidad de los corresponsales, hoy por hoy, la desconozco.
En resumen: después de todo lo dicho, ya tan solo por el reiterado testimonio de mi tío y, sobre todo, por el totalmente fiable de Carlo Penchienati -como a los historiadores que he citado-, no me cabe duda de que, durante la guerra civil, por más o menos tiempo, Tito estuvo en España combatiendo con las Brigadas Internacionales.
Con posterioridad, nuevas informaciones han afianzado más, si cabe, esta convicción: durante diversas declaraciones y entrevistas personajes muy cercanos al mariscal, como su colaborador Edvard Kardelj, el escritor croata Miroslav Krleza y Dolores Ibárruri, entre otros, dejaron caer que sí luchó en España.
E, igualmente, en un artículo aparecido en The Observer, en 1943, se afirmaba que “la guerra civil española había sido una gran experiencia para Tito”. Los servicios secretos alemanes, por otra parte, tenían conocimiento de la estancia del croata en nuestro país, y en la primavera de 1943, cuando pusieron precio a su cabeza, dijeron que “para la realización de sus propósitos se entrenó en la guerra civil española y en la URSS, donde conoció todos los métodos terroristas”.
Y, sorprendentemente, en 1953, ordenó a su biógrafo oficial, el ya mencionado Vladimir Dedijer, que suprimiera del tomo correspondiente de la nueva edición ampliada de su biografía lo que el año anterior había declarado (5-V-1952) en la tan citada entrevista concedida al Life, en la que, si bien reconocía haber pasado un día en Madrid, negaba haber combatido en nuestra guerra.
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