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Tiranía

Tiranía se define como la imposición en grado extraordinario de cualquier fuerza, poder o superioridad. El régimen político que ha implantado el PP de Juan Vivas en nuestra Ciudad es una tiranía. Inequívocamente. Es cierto que conserva los aspectos formales de una democracia; pero el ejercicio de las libertades públicas está tan restringido en la práctica, que se han desnaturalizado por completo. La libertad de expresión es consustancial con la democracia. Son conceptos indisociables. Si los ciudadanos no pueden expresar libremente sus opiniones, y desaparece el contraste de ideas del espacio público, hablar de voluntad popular es una cruel falacia. Eso es lo que está ocurriendo en la Ceuta del siglo veintiuno. El Gobierno de la Ciudad actúa como una fuerza represora implacable que cercena cualquier posibilidad de contestación al régimen establecido. Evidentemente no utilizan la fuerza física, ¡hasta ahí podríamos llegar!; pero sus métodos, aunque más sutiles, no dejan de ser exactamente igual de execrables. Su poder está en la tremenda fuerza económica que tiene el presupuesto municipal en una Ciudad cada vez más dependiente y, por  tanto, menos libre. Se ha instalado en la conciencia de la ciudadanía, con razón, que quien queda fuera del paraguas del ayuntamiento está muerto. La sociedad civil se está extinguiendo. Porque todo depende en última instancia del ayuntamiento. Hacer deporte, cantar, trabajar, atender a personas necesitadas, tener una empresa… todo depende del presupuesto municipal. En este contexto social, de justificado pánico a la represalia, basta con carecer de escrúpulos para ejercer un dominio asfixiante y tiránico sobre la población.
Las tiranías tienen, además, un efecto complementario que es el de la proliferación de  los “afectos al régimen”. Por las mismas razones expuestas, presentarse públicamente como una persona (o entidad) del agrado del tirano, te convierte en un potencial beneficiario del régimen. Los pelotas obtienen contratos, subvenciones, puestos de trabajo, o prebendas de cualquier tipo para sí o sus allegados. Así se abre una vergonzosa y vergonzante subasta a ver quien adula más a Juan Vivas. Son legión los que se afanan en competir en el ensalzamiento de la figura del Presidente. Es lógico. Los hechos animan este tipo de conductas. Basta con observar el elevado número de individuos, absolutamente inútiles, que se han procurado un envidiable nivel de vida (pagado con fondos públicos) sin más mérito que pertenecer al clan. La condición humana es débil; la necesidad, mucha; y la tentación… difícil de vencer.
Así, inconscientemente, sin dar la debida importancia a las consecuencias de este fenómeno,  estamos permitiendo que se erosionen gravemente los cimientos de nuestra vida social. No hay nada más triste que una sociedad murmurante.
Evoca viejos tiempos en los que había que mirar alrededor antes de hablar. Empresarios, empleados públicos municipales, miembros de asociaciones y entidades, y ciudadanos en general,  se quejan reiterada y amargamente de las innumerables tropelías y atrocidades que está cometiendo el Gobierno de la Ciudad. Pero lo hacen en privado, y casi susurrando, ante el temor (cierto) de sentir en sus carnes la furia de unos gobernantes ensoberbecidos que han perdido definitivamente el menor atisbo de referencia ética.
Esta situación, que se viene gestando desde hace tiempo, está alcanzando en estos momentos su punto álgido. No debemos olvidar que la cobardía es una cualidad intrínseca de los tiranos (de hecho, para algunos expertos, es la causa). De este modo, la tiranía se extrema en la misma medida que aumenta el miedo del tirano.
El miedo exagerado que embarga a nuestro presidente está intensificando desmedidamente la presión. Desde el puente de mando han activado todos los resortes de su particular maquinaria de poder para exterminar el intento de regeneración democrática que representa el proyecto político llamado Caballas. Y lo hacen fieles a su estilo, desde la más cínica cobardía. Escondidos. Manipulando la información. Comprando voluntades. Pagando sicarios. Azuzando a terceros. Mintiendo por tierra, mar y aire. Esta insólita operación es, en sí misma, una prueba irrefutable de su propia debilidad. Si fuera verdad todo lo que dicen y estuvieran convencidos de sus argumentos, no tendrían pánico a debatir públicamente. Cara a cara. Sin trampas. ¿Por qué no se atreven?

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