Colaboraciones

Una tierra maravillosa

Esta semana se ha presentado en la biblioteca pública Adolfo Suarez la obra “Guía Etnobotánica del Campo de Gibraltar” escrita por el biólogo y profesor de secundaria Jesús (Lechu) Sánchez Hernández. En esta guía se incluyen más de ochocientas especies con su correspondiente ficha descriptiva, imágenes y un apartado sobre los usos pasados y presentes de un alto porcentaje de las plantas identificadas en el ámbito campo-gibraltareño. El autor de esta detallada y bien ilustrado guía etnobotánica ha diferenciados diecisiete tipos de usos que van desde los más tradicionales como son el alimenticio, ecológico, medicinal y ornamental, hasta los más llamativos, caso de la utilización de algunas especies botánicas como alucinógenos o su empleo en rituales de magia. Mientras escuchaba la amena presentación del libro que nos ofreció su autor acudió a mi mente el recuerdo de un pensamiento expresado por el también botánico Patrick Geddes. Durante su última conferencia en la Universidad de Dundee, Geddes lanzó al aire la siguiente pregunta: “¿Cuántas personas piensan dos veces en una hoja?”. Sin dar tiempo a que ningún asistente respondiera dijo: “la hoja es el producto y fenómeno principal de la vida: nuestro mundo es un mundo verde, en el que los animales son comparativamente pocos y pequeños, y todos dependientes de las hojas. Por las hojas vivimos. Algunas personas tienen la extraña idea de que viven por el dinero. Piensan que la energía es generada por la circulación de billetes. En tanto que el mundo es ante todo una vasta colonia de hojas, que crece sobre un suelo con hojas y lo incrementa, no una mera masa mineral; y no vivimos mediante el tintineo de nuestras monedas, sino por la abundancia de nuestras cosechas”.

Cada vez pensamos menos en las hojas y, en general, en la naturaleza. Con el paso del tiempo nos hemos vuelto más y más urbanitas. Todo el proceso de emigración masiva del campo a la ciudad se aceleró a mediados del siglo XIX con la perversa estrategia de privatizar las tierras comunales para obligar a los campesinos a trasladarse a las ciudades para trabajar en las fábricas en situación de explotación laboral, hacinamiento e insalubridad. Gracias a la movilización obrera y a la expansión de la democracia como forma de gobierno en buena parte del mundo se han mejorado mucho las condiciones ambientales, laborales y sociales, aunque los males asociados al capitalismo están lejos de estar erradicados. Lo que resulta más difícil revertir es el gran distanciamiento existente entre el ser humano y la naturaleza. La mayoría de nosotros vivimos en entornos dominados por el asfalto, el cemento, el ruido y el humo de los vehículos. Por este motivo, nuestros niñas y niñas se sienten extraños cuando raramente visitan un entorno natural. Es más, como nos contó Jesús Sánchez, autor de la mencionada guía etnobotánica, no es raro que en el primer contacto con la naturaleza los alumnos/as sientan una mezcla de repulsa y miedo. Una vez superada esta primera impresión negativa, la mayoría de los niños y jóvenes disfrutan de sus paseos por la naturaleza y de mancharse las manos de tierra en el huerto escolar.

Hablando de huertos escolares, justo al día siguiente de la presentación de la guía etnobotánica del Campo de Gibraltar acudí a la amable invitación que me había cursado Juan Carlos Navarro para visitar el huerto escolar que ha creado en un amplio terreno perteneciente al colegio público “Ortega y Gasset”. Este huerto tiene el mítico nombre de “Jardín de las Hespérides”. Juan Carlos ha logrado transformar un solar baldío en un vergel de plantas, árboles frutales y estanques de nenúfares. Allí la vida ha rebrotado con fuerza gracias a la fertilidad de la tierra, a la presencia de antiguos pozos y, sobre todo, a la labor incansable de Juan Carlos. En el rato que estuve disfrutando del “Jardín de las Hespérides” observé la presencia de mirlos, perdices y otras aves que acudían a este frondoso espacio verde muy cuidado y magníficamente diseñado.

Decía Geddes que “el crecimiento de un jardín parece lento; y toda la gente anda en busca de resultados inmediatos, como pueden ser votos inmediatos o dinero inmediato. Un jardín lleva años y años para crecer; las ideas también llevan tiempo para crecer. Y en tanto que un sembrador sabe que su trigo madurará, la siembra de ideas es, hasta ahora, algo mucho menos seguro”. Desde Septem Nostra llevamos plantando ideas desde hace algo más de dos décadas con resultados a veces ilusionantes y otros desesperanzadores. Entre las que han echado raíces la más sólida es el Museo del Mar de Ceuta. La reforma de la sede del Museo está en marcha y la fundación cuenta con un grupo de jóvenes y entusiastas científicos, como Alfredo, Blanca, Dacio y Manolo. Este último ha sido el responsable técnico del estudio y montaje de las dos osamentas de cetáceos instaladas en el patio del Campus Universitario de Ceuta. La semana pasada se inauguró la osamenta de un ejemplar de zifio de Cuvier que varó en las costas de Ceuta en el año 2007. En esta ocasión contamos con la presencia y participación en el acto de la rectora del Universidad de Granada (UGR), Doña Pilar Aranda, que se mostró muy satisfecha con los resultados del acuerdo de colaboración suscrito entre la UGR y la fundación Museo del Mar de Ceuta. También expresó su alegría por la posibilidad de abrir la Universidad y la investigación científica a toda la sociedad mediante proyectos tan ilusionantes como el de “Gigantes del Mar”, dedicado a la memoria de nuestra añorada Pakiki Serráis.

No estaba Eurípides errado al definir este lugar como “una tierra maravillosa” de la que mana con inusitada fuerza la vida para alimentar el alma y sentir la dicha divina

Otros proyectos brotaron y dieron buenos frutos, como la Agenda 21 Local de Ceuta o el Observatorio de la Sostenibilidad, pero se secaron y desapareciendo. Al menos han quedado los informes emitidos por el Observatorio sobre temas tan diversos como el ciclo integral del agua, la gestión de residuos, la energía, el cambio climático o la ordenación del territorio. Nuestro millar de artículos de opinión en esta sección sabatina o denuncias periodísticas son también parte de nuestro legado que esperamos hayan servido para despertar la conciencia conservacionista entre nuestros conciudadanos. El ejercicio de la acción cívica en defensa del patrimonio cultural y natural es algo ingrato, pero imprescindible para salvaguardar nuestros bienes patrimoniales. En el camino se cosechan muchos enemigos, pero también amigos que reconocen tu trabajo. El reconocimiento colectivo es algo que suele llegar tarde, si es que lo hace, y el olvido no tarda de borrar las huellas de la senda recorrida. No obstante, esto es lo de menos. Lo importante es la satisfacción personal al haber contribuido a la preservación de un lugar sagrado, mágico y mítico como Ceuta. Según vamos profundizando en el camino del patrimonio natural de este emblemático sitio cobran más sentidos aquellas palabras de Eurípides (484/480 a. C.- 406 a. C.):

“Me gustaría alcanzar en mi camino la costa que da entre sus frutos las manzanas de las Hespérides cantoras, donde el soberano del purpúreo mar ya no concede ruta a los marineros y fija venerable límite al cielo que Atlas sostiene. Las fuentes destilan ambrosía en la alcoba nupcial del palacio de Zeus, allí donde una tierra maravillosa, dispensadora de vida, alimenta la felicidad de los dioses (Hipólito, 741-751) (ver artículo de Francisco Ariza, La conquista de las Hespérides).

No estaba Eurípides errado al definir este lugar como “una tierra maravillosa” de la que mana con inusitada fuerza la vida para alimentar el alma y sentir la dicha divina. A partir del recordatorio del carácter sagrado de Ceuta y el Estrecho de Gibraltar podemos emprender la tarea de recultivar nuestro entorno implicando en esta misión a nuestros niños y jóvenes. Las escuelas tienen que transformarse en puertas de acceso a la naturaleza. A este respecto escribió Patrick Geddes que “cada niño necesita su parcela en el jardín de la escuela y su banco en el taller; pero asimismo habría que llevarlo a excursiones cada vez más extensas que fueran de su propia elección”. Espero que la Red de Centros Sostenibles de Ceuta siga creciendo y que cuente con el apoyo de las administraciones públicas para lograr el objetivo común de restaurar nuestro patrimonio natural y cultural e implicar a las nuevas generaciones en el aprecio y cuidado de nuestro medio ambiente.

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