Opinión

Tierra de aguas

Se han celebrado en la localidad granadina de Arenas del Rey las terceras Jornadas Gastro saludables, que se enmarcan en el calendario de ferias agroalimentarias de la agrupación Tierras de agua, en la que han colaborado distintas asociaciones de mujeres, además de la asociación de padres y madres de la localidad y el Ayuntamiento. La idea era degustar platos típicos de la zona y, de paso, realizar un taller artesano de elaboración de pan ecológico y otro de alimentación saludable. La finalidad última era poner en valor las tradiciones y costumbres de una de las zonas más despobladas de la provincia granadina, además de intentar concienciar a los jóvenes de que para llevar a cabo ideas emprendedoras no es necesario abandonar sus municipios.

La Diputación de Granada, a través de su área de Desarrollo Local, ha diseñado una estrategia para poner en valor tierras que pertenecen a lo que se denomina la “España vaciada”. En este caso, han creado la asociación Tierras de Agua, que agrupa a municipios de la Zona Bermejales y El Temple, con una clara intencionalidad de fomentar el desarrollo basado en la sostenibilidad, la innovación y el empleo. El sector agroalimentario, fundamentalmente ecológico, la generación de energías renovables o el turismo rural y sostenible, que crearía rutas micológicas, rutas de los maquis o fomentaría el deporte náutico en el pantano de los Bermejales, son aspectos interesantes que necesitan el concurso de los jóvenes para ser llevados a cabo.

El taller de pan levantó mucha expectación y contó con una nutrida participación de personas de todas las edades, que han escuchado con interés nuestras explicaciones sobre las virtudes del pan ecológico para una correcta alimentación. El momento más divertido ha sido cuando tuvimos que llevar la gran tabla en la que estaban todos los panes que habíamos formado en la plaza del pueblo, hasta la panadería de la localidad, en la que hemos horneado las piezas en un enorme horno de leña. Lo hicimos portando la tabla entre 10 personas, dando pasos cortos, como si de una procesión se tratara, ante las incrédulas miradas de los vecinos que aún estaban en sus casas. Yo no visitaba un horno de estas características desde que mi padre trabajaba en uno similar en mi pueblo.

Cuando todo este proceso terminó, y antes de degustar los magníficos platos que habían preparado fundamentalmente las vecinas, me pidieron que diera una pequeña charla sobre artesanía y emprendimiento a los jóvenes y no tan jóvenes allí concentrados. La había preparado con antelación. Se titulaba “El valor de las personas en la pequeña empresa”. Lo hice en la plaza del Ayuntamiento, al pie de la Iglesia, en la que, al fondo, se alzaba la casa del párroco. En ese lugar ocurrió un hecho, hace ya bastantes años, del que yo fui uno de los protagonistas, que quiero recordar aquí.

Cursaba yo mi primer año en la Universidad. Era el año 1973. Como cientos de jóvenes, militaba en organizaciones estudiantiles que luchaban contra la dictadura. Esa noche, ante el acoso policial al que estaba siendo sometida nuestra organización, con bastantes detenidos, decidimos alejarnos de la ciudad. Viajamos en moto hasta allí, a casa de un amigo, para hacer unos panfletos en una imprenta casera (la famosa “vietnamita”). Creíamos que nadie iba a sospechar de nuestra actividad. Sin embargo, a la llegada, nos interceptó la Guardia Civil, llevándonos al cuartelillo para interrogarnos. De forma casi milagrosa, en la declaración que hicimos por separado los dos, coincidimos, pese a que no nos habíamos puesto de acuerdo. Esto nos salvó, pues si hubieran registrado las grandes bolsas que llevábamos, hubieran descubierto todo el material “subversivo”, en palabras de la policía social de entonces. Finalmente pudimos hacer todos los panfletos y repartirlos al día siguiente, muy temprano, en las Facultades de la Universidad de Granada, antes de que los estudiantes entrasen a clase.

Con estos recuerdos vivos y la emoción de poder contar a los jóvenes nuestra experiencia propia, les hablé de la crisis como oportunidad, utilizando para ello la frase de Einstein para momentos similares: “En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”. También les hablé de lo importante que era aprender de la historia para descubrir el auténtico valor de los pequeños municipios, pues a lo largo del tiempo muchas civilizaciones que se creyeron inexpugnables colapsaron y desaparecieron. Solo sobrevivieron las villas rurales, alrededor de las cuales se crearon pequeños núcleos urbanos, dedicados a la agricultura y la ganadería. Y esto fue posible porque las gentes de aquellos tiempos contaban con un profundo conocimiento práctico artesanal en materias básicas para la supervivencia como el cultivo, la crianza de animales, la fabricación de útiles o la construcción de edificios. Justo lo que ellos tenían.

Reflexioné con ellos acerca de la importancia de los oficios artesanos, como conjunto de saberes fundamentales para la vida, que iban a ser esenciales en el mundo que se nos avecina. De hecho, muchas de las cosas a las que nos hemos acostumbrado que hagan otros en nuestro nombre vamos a tener que hacerlas con nuestras propias manos, aplicando métodos artesanos tradicionales de producción. Es el cambio que va a traer la transición ecológica que conlleva el cambio climático. En la obligada evolución hacia el mundo más próspero y saludable para todos sus habitantes, la recuperación y vitalización del “saber hacer” representa una considerable fuente de empleo y, sobre todo, de trabajo por cuenta propia. Esta promoción de la industria artesanal hay que enmarcarla en un proceso general de transformación de la sociedad y del propio ser humano. En este contexto fue en el que les hablé de la necesidad de emprender y llevar a cabo ideas de desarrollo sostenible, que no buscara sólo el beneficio económico.

Quizás no ha sido un foro de mucha envergadura, ni asistencia de público, pero sí ha sido algo muy práctico y ajustado a las necesidades de la zona. Espero que iniciativas de este tipo se lleven a cabo en más lugares de nuestra “España vaciada”. Este será el camino para que la transición climática en la que estamos inmersos sea justa para todos.

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