Da la sensación de que hay asuntos sobre los que existe un interés concreto en dejarlos estancados. Viven atrapados en particulares tiempos muertos. Es lo que sucede con la obra de la N-352. Desde hace seis años venimos leyendo las mismas citas preñadas de similares promesas: el Gobierno de la Nación respalda nuestra petición y se compromete a acelerar las reformas con el objetivo de tener una carretera digna. Seis años de compromisos, de viajes a Madrid, de notas de prensa que publicitan lo mismo, pero la triste realidad es que nada cambia.
Ahora nos cuentan que el señor ministro se ha comprometido a crear una comisión técnica que estudie la segunda fase de la obra. Esperen, ¿qué me he perdido?, ¿pero Madrid no tiene hace años un proyecto de esa segunda fase remitido desde Ceuta?, ¿qué hay que estudiar ahora?
No sabemos nada de los pasos dados en la primera de las fases. Los ciudadanos nos topamos con una acción lenta, que dicen que no está parada (aunque todos sabemos que hay formas de no tener esa acción parada pero sí ralentizarla de tal forma que lo aparenta), no tenemos información de lo que se está haciendo y la sensación de dejadez nos termina marcando. En ese ámbito de la incertidumbre aparecen comunicados oficiales convertidos en particulares laberintos a los que resulta complicado poner una salida. Sería grave concluir que se están riendo de nosotros, aunque lo parece. Quizá para Madrid seamos el último de los problemas, por eso este maquiavélico juego de dar el visto bueno a lo mismo año tras año como si se tratara de un enfermizo día de la marmota.
A los compromisos de Fomento se añaden otros de carteras como la de Defensa y su pista de atletismo. Hay que retrotraerse a los primeros del año 2000 para revisar los proyectos publicados de esta actuación que nunca se llevó a cabo. Ahora otra ministra reafirma su compromiso, que viene a ser lo mismo que desempolvar los otros apoyos que dieron sus predecesores con una palabra dada que se ha traducido en algo fantasmagórico.
A Ceuta nos la hemos comido poco a poco hasta transformarla en lo que no es, permitiendo que haya zonas que ya no parecen ni Ceuta ni propias de una ciudad que se dice desarrollada. Esto debería causar tal sonrojo, pero muy al contrario genera tiempos perdidos, decisiones congeladas que avergüenzan.
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