Opinión

Tiempos de Remington

Afortunadamente, todavía me persigue el inconfundible golpeteo de los típicos caracteres American Type Writer que dejaban, sobre el papel, un código particular que algunas llaman escritura.

La máquina de escribir tenía un encanto que, desgraciadamente, hoy no tienen los ordenadores, si bien las ventajas de estos con respecto a las románticas y negras moles de hierro son infinitas. Sin embargo, poco importa, ya que al fin y al cabo, teclas tienen las dos herramientas que nos permiten juntar mecánicamente palabras con cierto sentido y que, hoy más que nunca, resultan imperiosamente necesarias para seguir narrando lo que está ocurriendo.

Estamos adentrándonos -lo queramos reconocer o no- en una época terroríficamente invisible para el ejercicio de Pensar, en la que todo son bozales, bocados y anteojeras con más o menos sofisticación. Con esos ingenios de sometimiento de la razón, nos están dirigiendo, sin más remedio, por el sendero que conduce a la mansedumbre intelectual o hacia una ración extra de cadenas, que para el caso es lo mismo.

La pregunta que inmediatamente irrumpe es: ¿tan tontas y ciegas somos que nos dejamos arrastrar dócilmente hacia los lodos de la absoluta negación de cualquier racionalidad o librepensamiento? Ni invidentes, ni mermadas mentales: es Miedo, con “M” para definirlo en toda su amplitud, lo que realmente nos inoculan para hacer de nosotras dóciles marionetas. Y visto lo visto, funciona a la perfección.

Inyectado a presión en los hemisferios izquierdos de nuestros cerebros, el Miedo provoca unas reacciones impropias de quienes nos creemos homines sapientes.

El Miedo nos empuja a situaciones del todo irracionales: podemos odiar todo aquello que no conocemos, somos capaces de escupir a las eruditas por clamar una incómoda verdad o toleramos que se taladre nuestro planeta hasta extraerle toda la savia, a pesar de conocer las mortíferas consecuencias que ello conlleva.

El mismo Miedo es el que provoca que permitamos que las mujeres seamos consideradas objetos de raza inferior sin que a nadie parezca, de verdad, importarle mucho.

El Miedo facilita que nos manden las de siempre sin que nos cuestionemos un simple ¿por qué?, que no nos atrevamos a tomar nuestras propias decisiones o que aplaudamos a las nuevas hogueras destinadas a quienes tienen el arrojo de saltarse los sentidos prohibidos.

Es el Miedo el que permite que se prostituya la palabra de quienes hace miles de años, ya pedían guerra a la guerra, muerte a la pena de muerte y respeto profundo a la sonrisa de una niña.

Miedo es lo que nos corroe cuando se atisba la posibilidad de perder cosas que no necesitamos, mientras hipotecamos nuestras vidas y las de quienes nos rodean por poseerlas.

También es Miedo, infundido por las mil y una morales represoras, lo que nos ahoga cuando queremos amar a pleno sentimiento pero unas reglas sin sentido nos lo impiden, hasta con la muerte.

El Miedo es el que hace que levantemos muros, dinamitemos puentes, se enfrenten hermanas y se bloquee cualquier posibilidad de entendimiento bajo el pretexto de adorar a una deidad en concreto, o no venerar a ninguna.

El Miedo es el que nos inculca que no podemos, ni debemos, pensar por nuestra cuenta. Nos insuflan el miedo a que tomemos nuestras propias decisiones y machaconamente, nos enseñan que para reflexionar ya están las elegidas; lo nuestro es obedecer. ¿Qué ocurre si las designadas cometen las peores tropelías –no todas, insisto- en beneficio de las poderosas? Pues que nos queda la opción de cambiar de carta cada “x” años, pero no de reglas del juego.

El Miedo es el que permitirá, más pronto que tarde, que los cien lobos de la canción de Albert Vidalie entren con fuerza hasta el corazón de nuestras ciudades, imponiendo su orden nuevo sin que ninguna de nosotras sea capaz de tan siquiera elevar una mirada de reprobación.

El Miedo es el que nos aliena y nos lobotomiza, impidiéndonos considerar que cualquier ser humano sea nuestra hermana, como manda cualquier texto de buena voluntad, sea religioso o laico.

El mismo Miedo es el que nos obliga a obviar, como si de una nimiedad se tratase, que alrededor de 800 MILLONES de personas se mueren de hambre en el mundo.

Es el Miedo el que posibilita que se nos grabe a fuego que el silencio de las buenas ante las desigualdades es la felicidad absoluta de quienes nos manejan como si de monigotes se tratase.

Ese Miedo inducido es, en definitiva, el que anula cualquier posibilidad de dignidad. Y todo porque nosotras lo permitimos, claro está.

Usted, como siempre, sabrá qué le conviene, pero en estos tiempos de tinieblas prefabricadas, hora es ya de sacar la Remington a la luz para que cada golpe de tecla sea toda una declaración de intenciones a favor de la razón y una barricada contra la intolerancia. Utilicemos la Remington para que cada timbrazo de retorno de carro sea un impulso para el librepensamiento y, en definitiva, para nuestra Libertad.

De lo contrario, los teclados apenas servirán para escribir necrológicas… Para las que tengan derecho a ellas, huelga decirlo.

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