Parece que dé algo de pudor comenzar un comentario sobre el proyecto de un grande como Martin Scorsese hablando de dinero, pero a pulso se ha ganado la mastodóntica producción que abramos boca diciendo que su presupuestazo es de más de 150 millones de euros. Inasumible del todo por una cinta cinematográfica si no fuese porque detrás tiene a la poderosa Netfix en plena cúspide de una loca montaña que las plataformas streaming dan señales de comenzar a bajar pronto, hasta estabilizarse en algo más razonable y a largo plazo. Es por su productora que se trate a la vez de un estreno de cine y del propio Netflix, para amantes del cine clásico en gran pantalla y también para el nuevo consumidor de televisión en casa con palomitas de microondas y poco tiempo, y es que el metraje dura nada menos que tres horas y media, que para lo que se estila en la actualidad es una barbaridad.
Con El irlandés, Scorsese podría estar cerrando un ciclo y ser consciente de ello; podría estar poniendo un colofón gigantesco envuelto de realismo amargo y tres semiretirados primeros espadas del cine de mafiosos como son Robert DeNiro, Al Pacino (pocas, muy pocas veces juntos en una película) y Joe Pesci, a todo un subgénero del que el director italoamericano es y será bandera.
Y la apuesta por esta adaptación de la desaparición del legendario sindicalista Jimmy Hoffa, enturbiada por bajos fondos, sicarios, crimen organizado, rivalidades y conexiones políticas, elementos que coquetean sin parar con algunos personajes más socialmente destacados de la época se antoja un nuevo clásico de relumbrón, aunque recién estrenado, del creador de joyas como Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros o Infiltrados, entre muchas otras.
Se trata de una historia que se alarga, nunca mejor dicho, a un periodo de tiempo de cuarenta años, y la evolución de los personajes requiere su rejuvenecimiento y también envejecimiento artificial; para ello se ha recurrido a la técnica digital de captura facial, todo un salto evolutivo en el cine de Scorsese con resultado que no llega a convencer, con algunos planos de plástico que no muestran a unos actores como eran de jóvenes, sino versiones libres y extrañas de los mismos a los que uno no llega a acostumbrarse.
Pero si nos centramos en la trama, en los engranajes de la maquinaria, en la tensión fílmica, esta historia de la mugre que sostiene a la vida pública de la gente poderosa es magnífica y digna del firmante, que se encuentra con una claridad artística impropia de su edad pero de justicia a su trayectoria. Clásico moderno recién llegado a pantallas dispares que no se deben perder.
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