Opinión

The Big One, por Germinal Castillo

La sensación es aterradora. Todo se mueve bajo sus pies, todo se derrumba y usted ya solo es una triste muñeca de trapo en manos de la enfurecida naturaleza. Estas son las sensaciones que se sienten cuando se sufre un terremoto en primera persona. Eso, y el terror.

Del latín terraemotus (terra/tierra y motus/movimiento), un terremoto es generalmente la consecuencia de la liberación de la colosal energía contenida por la fricción de las placas tectónicas, o por la actividad de las fallas geológicas, entre otras causas (el fracking o las detonaciones nucleares subterráneas son también las causantes de estos desastres).

Estas actividades sísmicas son medibles, y si bien los medios y el gran público usamos indebidamente la escala sismológica Richter –también llamada de Magnitud Local (ML)- para todo, lo cierto es que cada vez que superan una magnitud de 6.9, los terremotos se miden (desde 1978) con la escala sismológica de magnitud del momento, ya que según todas las expertas, es una escala que discrimina mejor en los valores altos.

Es tan brutal la cantidad de energía liberada que las comparaciones son monstruosas. Un ejemplo: en septiembre de 2017 se produjo en la costa del Pacífico, frente a Méjico, un terremoto brutal cuya magnitud se cifró en 8,2. Para hacernos una idea, el de Haití en el año 2010 –ese que aún sangra en algunos corazones- alcanzó una magnitud de 7,0.

Ese “8,2” liberado por el movimiento de las placas tectónicas, que limitan con la costa occidental de Centroamérica y la del Pacífico y del Caribe, supuso una energía equivalente a la explosión de TREINTA Y DOS MIL bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima o CUATROCIENTOS DIECISÉIS MILLONES de toneladas de TNT. Brutal.

Los terremotos ocurren como todos los grandes cambios en la vida, por una acumulación de tensiones. Las especialistas lo llaman el final de un ciclo sísmico. La deformación en el interior de la tierra va provocando un movimiento de curvatura que acumula una energía impresionante y que se libera de una vez.

Las sismólogas afirman que prevenir un seísmo es muy complicado, ya que si hay algo que caracteriza a un terremoto es precisamente su espontaneidad. No obstante, y aunque no tengan una fiabilidad del 100%, existen tres formas para intentar intuir un seísmo. La primera es llamada la “distribución de Poisson”, una fórmula matemática que calcula la probabilidad en base a determinados parámetros, como tiempo o magnitud de terremotos pasados. La segunda es el “Sistema SCIGN”, que monitorea el movimiento de las plazas tectónicas utilizando los satélites GPS. Este sistema, totalmente abierto, puede ser consultado por cualquiera que posea un GPS. El terrible problema reside en que esos datos pueden variar en pocos segundos, con lo que la posibilidad de aviso a la población es escasa.

Y la tercera es, obviamente, el constante estudio de las fallas.

La falla más minuciosamente estudiada y controlada es la archiconocida “Falla de San Andrés”, en la estadounidense California. Es la más alta del mundo y las sismólogas ya afirman que el próximo terremoto en esa zona será el “big one”, el más grande, y todas creen que está próximo a producirse. Cuando ocurra, el suelo se retorcerá sobre sí mismo y nada ni nadie podrá quedar en pie. Será lo más parecido al tiempo de las cavernas. Será la desolación. Será el “Big One”. Y en esas estamos.

Nuestro sistema democrático está acumulando una infinidad de tensiones que están produciendo, inevitablemente, un “retorcimiento” de una sociedad que parece estar llegando a su límite de capacidad de aguante. Las “sismólogas sociales” no se cansan de verlo y advertirlo. Y nosotras, como las vacas que ven pasar el tren.

La particular “distribución de Poisson” que llevan a cabo estas observadoras sociales demuestra que la explosión será irremediable cuando nos cansemos de los privilegios de las poderosas, de la corrupción de las políticas (no todas, lo reitero), de la esclavitud encubierta de la inmensa mayoría de las trabajadoras y de los abusos de poder.

Afirman que la inexorable e incontrolada liberación de energía se producirá cuando caigamos en la cuenta de que la educación pública que reciben nuestras hijas es de subsistencia, además de encasillarlas desde muy pequeñas en moldes prefabricados. Es esa misma educación la que las encamina a ser carne de cañón en mayor o menor grado y que, inexorablemente, las diferencia de quienes sí han tenido medios económicos para estudiar. Como la vida misma.

Pero, si son tajantes con el diagnóstico de la situación, no lo son menos con lo que está por venir. Aseguran que la deflagración final no irá encaminada hacia un “más democracia” sucesor de las luces de la Revolución Francesa, sino todo lo contrario. Sostienen que si no forzamos un radical cambio de actitud, caminamos directa e irremediablemente hacia una forma de gobierno basada en la ley del ordeno y mando y del garrote vil. La doma a la que estamos sometidas es tan brutal y sofisticada que cuando reventemos –junticas, como siempre van las ovejas hacia el matadero- nosotras solitas pediremos a voz en grito que reine el orden y la autoridad, como si las dictaduras fuesen la solución, como si la Libertad fuese el problema. Como siempre, lo más lamentable es que nosotras mismas pediremos las cadenas para esclavizarnos al banco de la galera. Históricamente clásico.

Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si continúa sin hacer nada, sin ni siquiera intentar oponerse a tanta barbaridad, no se queje si mañana no le permiten ni protestar por el retraso del autobús. Tampoco se queje si, llegado ese momento, sus vecinas -que serán “personas de orden”- aprueban mansamente que no tengamos libertad de expresión, sindicatos, votaciones, posibilidad de asociación y, sobre todo, ningún librepensamiento. El abc de todas las dictadoras.

Eso sí, siempre la autorizarán a insultar a las árbitras. Faltaría plus.

En California esperan tensamente el “Big One” sin posibilidad de preverlo con tiempo, inevitable consecuencia de una naturaleza carente de códigos humanos que cíclicamente revienta para volver a su particular normalidad. Aquí, las que supuestamente pensamos, ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de que, gradualmente, el cielo se está juntando con la tierra para acabar aplastándonos a todas. En fin, como dijo Camus “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”. Ya lo sabe, será todo eso y el terror.

Nada más que añadir, Señoría.

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