Llegar a una frontera, en territorio español. Frontera Sur de Europa. Vía de paso entre Ceuta y Marruecos. Punto que ha sido objeto de múltiples visitas de altos cargos españoles y europeos –quizá sea el paso fronterizo más visitado de todos-, punto que ha obtenido muchas promesas de inversión en medios humanos y materiales. Promesas nunca cumplidas. Punto que es el vivo ejemplo del tercermundismo. En la tarde y noche del lunes se produjeron escenas inhumanas, escenas que no deben ser soportadas jamás pero que constituyen el día a día de una normalización insana.
El Faro recoge los testimonios de aquellas personas que quedaron atrapadas entre la marabunta de hombres, mujeres y niños que querían salir a Marruecos y no pudieron hacerlo hasta incluso cuatro horas más tarde. Si esa espera hubiera sido la normal de un aeropuerto o una estación de tren nadie se quejaría más allá de la pataleta. Pero la del Tarajal es una espera distinta, es una espera inhumana en la que a las personas se les tiene como animales.
“Íbamos a morir”, cuenta Fatima Z. Transfronteriza, trabajadora regularizada en Ceuta. Con una antigüedad de más de 10 años. Ella supera los 50 y llegó, como cada día, en torno a las cinco de la tarde a la frontera. No llevaba nada de mercancía, tiene miedo a que se la quiten aunque lleve cuatro dulces para sus hijas, todas menores de edad. ¿Saben cuando llegó a su casa en Castillejos? Más allá de las ocho de la tarde. Llego con más compañeras, “estábamos muertas”, explica a pie de frontera.
Se vieron atrapadas en un grupo sin control de cientos de personas. Había menores, también gente mayor. Unos portaban mercancía pero muchos no. Todos tenían en común que querían salir a Marruecos, cruzar una frontera. Los movimientos de la masa les llevaban de un lado a otro. Ella casi siente las porras de la Policía. “Llegaron más agentes a las siete y solo notamos palos sobre bultos, pero nosotros no teníamos nada”.
Imagínense un grupo de animales descontrolados, así eran tratados en el Tarajal. Pero no eran animales, eran personas. Personas sin derechos, agrupadas, presionadas, con vehículos que pasaban al lado, motos que podían causar atropellos. Abdelkader tiene 60 años. O eso dice. A él casi se lo lleva una moto por delante. Trabaja, también regularizado, en una casa de Ceuta. Lleva años cruzando la frontera. Ayer se sintió atrapado en una masa de personas que no encontraban salida. “Nos juntan a todos. Dicen que éramos porteadores, mentira, muchos éramos trabajadores, no teníamos mercancía, pero no nos dejaban salir”, explica.
Los decomisos masivos de Marruecos cuyos agentes revisan los bolsos particulares de quienes salen de Ceuta y quitan hasta bolsas con comida para la casa o incluso un papel higiénico –testimonio verídico de una mujer a la que le quitaron los cuatro rollos que llevaba, recién comprados en un supermercado de la Almadraba- llevan a que la Guardia Civil cierre la frontera para evitar problemas en mitad de la frontera. Pero lo hace sin discriminar a las personas que están en Ceuta, con lo que todos quedan mezclados y sin poder salir.
La AEGC ya ha advertido de que puede pasar una tragedia, ha denunciado que muchos menores están soportando esta situación. Este lunes, a diferencia de otros días, hubo refuerzo con Policía Nacional y GRS. Pero estos problemas no se solucionan a base de más agentes, sino con criterios claros que, hoy por hoy, no están definidos.
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