Opinión

El termómetro que mide nuestra humanidad

El sufrimiento, una de las vías más seguras y directas para penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas es también una de las claves para conocer el sentido profundo de la mayoría de nuestras actividades. Baudelaire, con vigor, con entusiasmo y con hondura, nos dice que la verdad reside en el sufrimiento, en el dolor que es la nobleza más ilustre: la única aristocracia de este mundo, que completa y humaniza “turbadoramente” la visión de las cosas.

En mi opinión, la manera de soportar los propios sufrimientos y de colaborar para suavizar los de las personas con las que convivimos, es la clave que nos descubre la pequeñez nuestras dimensiones humanas, la abundancia de vulnerabilidades y, sobre todo, el voluminoso caudal de falsas seguridades con las que construimos nuestros proyectos, nuestras costumbres y nuestras prioridades

Las maneras de trabajar para soportar los sufrimientos propios y para aliviar los de las personas con las que convivimos es el termómetro que mide, nuestra inteligencia, nuestra imaginación y, sobre todo, nuestra emotividad. El milagro de la compañía, de la atención, de la ayuda, se produce cuando reconocemos que todos estamos necesitados de ayudas y que todos podemos y deberíamos estar dispuestos a ayudar con independencia de las ideologías, de las procedencias y de cualquiera de las otras barreras todas ellas artificiales. Mientras que no seamos conscientes de que ayudar es un deber, una obligación y una necesidad, la mayoría de los problemas no tendrán soluciones.

Uno de los mejores criterios para calibrar la calidad humana de las personas con las que convivimos es el grado de atención y la cantidad de tiempo que dedican a acompañar a los “próximos” que sufren. Todos sabemos que los sufrimientos -los inevitables precios de la vida humana- pueden ser aliviados, al menos, por la compañía, por la comprensión y por la ayuda de las personas próximas. Además de los cuidados de los que ejercen las tareas profesionales de cuidarnos, la presencia, las palabras o los silencios de las personas próximas son factores decisivos e ineludibles. Sin esta convicción las ideologías y las creencias, todas, todas, son puras –perdón: impuras e irritantes- palabrerías

Esta conclusión nos duele en la parte más sensible de nuestro espíritu porque frustra las ilusiones largamente alimentadas, destroza los proyectos minuciosamente elaborados, tira por tierra los esfuerzos acumulados e, incluso, despoja de sentido las continuas privaciones a las que muchos se han sometido durante toda la vida. El tiempo y las energías que invertimos en aliviar los sufrimientos humanos son los únicos termómetros que miden nuestra humanidad. Es ahí donde reside el fundamento de la esperanza.

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