Terca fascinación por la inmigración

La inmigración ilegal a Europa es un problema –ha dejado de ser un fenómeno– que nos ha explotado en las mismas  narices. Lo cierto es que, en un principio, dos décadas, ya, se minimizó su perversidad y su capacidad de desestructurar el tejido social de los países europeos. Quienes advirtieron de su perversidad y vieron venir los desastres que ocasionaría en las sociedades europeas, fueron, en un primer momento, excluidos y marginados, y calificados de racistas, xenófobos y fascistas, y, acto seguido, se hizo un canto a los beneficios de la inmigración, legal e ilegal, canto que ahora nos sonroja, pues sus apóstoles sabían que estaban mintiendo al ciudadano. Después, como siguieron insistiendo en la perversidad de la inmigración ilegal, los que anticipaban catástrofes fueron amenazados con leyes-mordaza y con aplicarles el artículo 510 del CP, para, de esta manera, silenciarlos miserablemente. Como antaño se excluyó la inmigración, legal e ilegal, del debate público, aquellos polvos han devenido en estos lodos. Y para ir integrando a africanos y a asiáticos, que entraban a manadas, se puso en circulación la ya conocida ideología maligna llamada multiculturalismo, que ha fracasado estrepitosamente. Por consiguiente, cada país hizo –hace– lo que pudo o supo para mantener a raya la inmigración ilegal, sin mucho éxito, pues han seguido entrando inmigrantes ilegales a Europa por todos los puntos cardinales de la rosa de los vientos. Llegados aquí, o la inmigración ilegal no tiene solución (que sí la tiene), y cada país hace lo que dios le da entender, o quienes son los llamados a controlar ese tipo de inmigración no desean poner en práctica medidas duras y definitivas por aquello de que no quieren pasar por xenófobos y/o racistas.
Ahora, tras la tragedia de Lampedusa, se les ha ocurrido a los inútiles prebostes que dirigen la UE discutir sobre la posibilidad de establecer una misión militar en el Mediterráneo para evitar tragedias como la de la citada Lampedusa. Nada más descabellado, pues esta clase de misión militar sería sufragada por los Estados. También se ha pensado en una misión civil, que se pagaría con fondos de la política europea de seguridad. Se trataría de rescatar, en el Mediterráneo, a quienes estuvieran en peligro. Una vez más, Europa se enfrenta a sus propias contradicciones respecto de la inmigración. Muchos Estados se oponen a reforzar el salvamento por el temor a que este mensaje de que Europa rescatará a todo aquel que se aventure a lanzarse al Mediterráneo para llegar a sus costas provocará, ciertamente, un efecto llamada que ningún país quiere ni está dispuesto a asumir.
Al socaire de este fracaso para controlar a los inmigrantes ilegales, organizaciones de todo pelo y condición han echado su cuarto a espadas a este respecto. Todas han puesto el grito en el cielo, cuando han tomado postura sobre las concertinas en los perímetros de Melilla y Ceuta. Quienes se han manifestado en nombre propio o en nombre de la entidad a la que representan han abogado por suprimirlas por, dicen, no ser ajustadas a derecho, ya que los inmigrantes ilegales se pueden hacer heridas de consideración cuando tratan de saltar las vallas para entrar ilegalmente en nuestro país. Están para eso, para intentar que no entren, caso contrario, que les abran las puertas. Sin embargo, esos ingenuos no aciertan a encontrar recambio a las concertinas.
La inefable Elena Valenciano, del PSOE, aboga por los llamados ‘drones’. Tengo serias dudas de que esos aviones puedan rechazar a los ilegales, los verán llegar a la valla, pero no los rechazarán. ONG, partidos políticos, ciudadanos particulares y, la que faltaba, la casta religiosa, el controvertido presidente de la Conferencia Episcopal, Rouco Varela, se han unido al coro de voces que claman por que las concertinas sean quitadas. Incluso, CCOO exige la libre circulación de los inmigrantes que residen en el CETI. Ese sería el premio a haber asaltado una frontera: llevarlos a la Península y que allí se diluyan y si te he visto no me acuerdo. Estos comunistas creerán que somos tan necios para creernos sus patrañas. A ellos se ha unido el padre Ángel, de Mensajeros de la Paz, que peca de ingenuidad, demagogia y candidez. Maneja, este padre Ángel, como todos los demás, un discurso demagógico y ‘buenista’. “Ahora mismo no hay que poner tantos palos, tantas cuchillas en las fronteras. Se puede poner orden, pero no de esta manera”. Este hombre cree que nos va convencer con esas estupideces que no resisten el más mínimo análisis crítico. Creerá que está hablando a una manada de estúpidos y que con ese discurso blandito y acaramelado nos va a convencer de que nos dejemos asaltar por esta turba, por esta marabunta, que está desestabilizando las sociedades de los países europeos, como he venido advirtiendo desde hace muchos años. Nos rompe el corazón, padre.
La realidad de la inmigración, legal e ilegal, es que tiene una cara perversa, cara perversa que el padre Ángel y los demás no quieren mirar de frente. Todos estos personajes de discurso fácil y demagógico quieren seguir tomándonos por tontos. Mienten y ellos lo saben, y quieren convencernos, otra vez, de las ficticias bondades de esta inmigración. No se les mete en sus obtusos y carcomidos cerebros que existe una estrecha relación entre la inmigración ilegal y el terrorismo y/o el crimen organizado. Pero la inmigración les fascina. Todos ellos, en efecto, sienten una terca fascinación por la inmigración.