Opinión

La Pizarra | Terapia de grupo

La semana pasada estuvieron en nuestra Ciudad las responsables directas de la gestión del sistema educativo de Ceuta y Melilla. Así, al menos, figura en Real Decreto 498/2020, de 28 de abril, por el que se desarrolla la estructura orgánica básica del Ministerio de Educación y Formación Profesional. Durante tres días, la Directora General de Planificación y Gestión Educativa, acompañada por la Subdirectora General de Centros, Inspección y Programas, han visitado algunos centros y han mantenido reuniones diversas con funcionarios, equipos directivos, cargos de la Dirección Provincial, representantes de padres y madres de alumnos y, lógicamente, con los sindicatos representativos del profesorado. Este tipo de excursiones siempre despiertan una cierta expectación no exenta de curiosidad. ¿A que vienen? Esta pregunta se suele saldar con el insulso tópico de “conocer de primera mano la realidad de Ceuta”. Es una respuesta muy poco afortunada porque, aun sin quererlo, nos lleva a otra pregunta asaz inquietante: ¿y que hacían hasta ahora? ¿tomaban decisiones sin conocer la realidad? No olvidemos que este equipo ministerial ya ha cumplido tres años de edad. ¿Tres años dando “palos de ciego”? La respuesta alternativa no mejora la situación: ¿acaso no se fían de la información que le suministra su propia Dirección Provincial? La falta de concreción en los objetivos de este tipo de visitas alimenta la convicción, cada vez más extendida, de que “no sirven absolutamente para nada”. Si acaso, abundar en el descreimiento. Tal parece ser el caso. La sesión con la Junta de Personal se celebró el viernes. Acudimos con más entusiasmo que esperanza, como ya es habitual. Siendo conscientes de nuestra obligación (reiterar la añeja plataforma reivindicativa del colectivo; exponer las clamorosas carencias del sistema; describir con rigor la frustración que asola al profesorado; reclamar un mínimo de interés en nuestra Ciudad; exigir medidas para mitigar el vergonzoso fracaso escolar que nos estigmatiza; clamar por la igualdad y pedir respeto al principio de equidad educativa enunciado en nuestro marco normativo); pero también sabiendo, por experiencia, que nuestro mensaje se evapora paulatinamente durante el trayecto aéreo, de tal forma que cuando las momentáneamente comprometidas visitantes se acomodan de nuevo en sus despachos, volvemos a ser la irrelevante letra “k” de entre todas sus variopintas ocupaciones. Y todo queda igual. En la reunión estábamos presentes nueve personas. Tres responsables de la Dirección Provincial. Las dos directivas del MEFP. Y cuatro miembros de la Junta de Personal. Todos docentes (alguno devenido en inspector). Con un conocimiento similar del mundo educativo y parecida sensibilidad al respecto. Hablábamos el mismo idioma. Por ello no fue difícil coincidir en el diagnóstico: “la educación en Ceuta es un absoluto desastre” que, en algunos aspectos, “provoca vergüenza ajena”. No en vano, y es necesario repetirlo una y mil veces, ostentamos el oprobioso liderazgo de fracaso escolar en nuestro país. Como es fácil colegir, todas y cada una de las demandas allí expuestas fueron ampliamente compartidas en cuanto a su legitimidad, y reconocidas como necesarias para recomponer nuestro diezmado sistema educativo. La consecuencia de este hecho, en condiciones de normalidad democrática, hubiera sido que el Ministerio (administración legalmente competente), a través de sus representantes, hubiera asumido su obligación de adoptar las medidas pertinentes para solucionar los problemas analizados. Sin embargo, en nuestro (incalificable) caso; las dirigentes ministeriales ya nos anunciaron que ellas no “podían hacer nada”. O, siendo más precisos, no podían hacer más de lo que ya venían haciendo (centrando sus “éxitos” en la reducción de la ratio de infantil, causada por el descenso en un 30% de la población escolar; y haber logrado contratar con una empresa un nuevo programa informático de gestión que estará operativo, probablemente, dentro de tres años). Aunque parezca asombroso, ¡se sentían y se expresaban como si de una víctima más se tratara! No estábamos en una reunión ministerio/sindicatos al uso, de esas en las que dos partes inicialmente distantes avanzan hacia un pacto a través de la negociación; sino en una especie de “terapia de grupo” en la que todos, reconvertidos en un amistoso e inoperante cónclave de empáticos colegas, nos lamentábamos de una desgracia que no tiene solución. Según se nos explica (con pesar más o menos fingido), el Ministerio no tiene dinero, ni tiempo, ni recursos, ni la voluntad necesaria para cambiar las cosas. Al parecer, sólo nos queda transitar con alguna dignidad por el amargo camino de la impotencia y la resignación. Porque esta situación, desesperantemente prolongada en el tiempo, es conocida más que de sobra por todas las instituciones, partidos políticos y agentes económicos y sociales de la Ciudad. Y nadie se siente concernido lo más mínimo por ello. Lo peor es que nos tememos que está indolencia generalizada, que se ha convertido en la seña de identidad por excelencia de Ceuta, no es privativa del ámbito educativo. ¿Es que no queda nadie en Ceuta a quien le importe, siquiera remotamente, los problemas de este pueblo?

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