Por la época que te voy a contar yo estaba con una depresión tremenda. Los días pasaban dentro de una pauta. En el interior de mi habitación. Sólo salía de ella para hacer mis necesidades y poder comer algo. Tuve una pelea constante con mi mujer ya que no comprendía lo que me ocurría. Tenía un crío pequeño y debía de trabajar, ya que yo era el único que podía traer dinero a casa. Pero la verdad sea dicha el peligro que había corrido hacía ya casi quince días no se me quitaba de la cabeza.
Estuve a punto de caerme al resbalarme de un tejado y gracias a Dios pude sujetarme de un poste y con la agilidad y fuerza de un hombre de veinte y poco de años pude salir del trance con soltura, ¡quién los pillara hoy en día! Pero la edad no perdona.
Sin embargo cuando en mi sueño apareció nuevamente la escena ralentizada, una y otra vez, fue cuando comprendí la suerte que había tenido aquel día.
A raíz de aquello y pensando que tenía que estar todo el día en lo alto de los techos fue cuando me dio el bajón. Y en extensión entré en este cierre en mi escondite interior. Pero gracias a un sueño que tuve pude salir de esa habitación donde me había recluido voluntariamente.
Creo que llevaba dos semanas y fue cuando se me apareció mi abuelo que siempre había sido mi maestro y persona de confianza y yo la verdad lo respetaba muchísimo.
Él mismo se recreaba en que estábamos en el campo, como a mí me gustaba, tumbados tomando el sol y contemplando el verdor del mismo y los árboles.
De vez en cuando salían de las madrigueras las liebres y veíamos unas carreras para volver a meterse en otro nuevo escondite.
Ver el vuelo de alguna primilla buscando algún ratón que salga de la maleza, según me explicaba mi abuelo, yo sólo los veía en lo alto de los árboles dándoles picotazos para comérselos con cuidado para que no se le cayera la pieza al suelo.
Esas largas suspensiones oteando el paisaje y el vuelo en picado para capturar a su presa. Y ahí fue cuando aprovechó mi familiar para replicarme y decirme:
“Todos tenemos una forma de ganarnos la vida. Tú tienes que estar en las azoteas. Eso quiere decir peligro. Pero debes de pensar en tu hijo. Le hace falta muchas cosas, ya que es muy pequeñín ¡y qué rico es! y el único que trae el dinero a casa eres tú.
Sé fuerte y vuelve a tu forma de ganarte la vida. Dentro de tu habitación no haces nada. Vive la vida. Sabes que es muy bonita. Hay cosas fuera de la habitacion que te interesan. Yo si quieres estaré al lado tuya para que no te ocurra nada, como sabes que siempre estoy. Procura utilizar arreos para evitar una eventual caída.
Recuerda cuando tu madre no te dejaba montar en la bicicleta que te regalé. Tú te caías una y otra vez y te levantabas y seguías pedaleando. ¿Cuántas broncas me daba tu madre? Pero ahora te encanta darle a los pedales. Cada caída era una fuerza nueva interna que te daba más ganas de seguir montado en tu bi-rueda.
Juan sigue para adelante por tu hijo y tu mujer. Sabes que salí por la mañana y miré en mi agenda y empecé a trabajar nuevamente.
Y es que ante un consejo tan bueno no se le puede poner ningún tipo de pegas.
Por descontado que tengo reparos en subirme a los techos. Pero siempre lo hago con todas las precauciones del mundo. Debo mi trabajo por mis personas queridas. Sin ellas no sería nada.
Gracias por escucharme.
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