Opinión

Tartarugas

La magia caboverdiana aparece en los rincones desvencijados y en la quietud de los parajes volcánicos mudos y a la vez tan llenos de sonidos. Siempre llegamos a las campañas científicas llenos de maletas y bien vacíos de la calma que el trópico se dispone a restaurar. Como nuestra primera residencia en el archipiélago fue en la preciosa bahía de Murdeira, es fácil recuperar algo de equilibrio, solo bastan una sencilla caminata por el paseo costero, una mirada a la rojiza montaña de la Punta de Ilheus perdida en el tiempo de la lejanía y la imprescindible cercanía de dos gorriones amistosos y pintureros para recobrar la vida extraviada. Estos pajaritos son tan amistosos y gustan tanto de la cercanía que el gran Juan Ramón Jiménez podría haber compuesto una preciosa oda poética exclusiva para ellos. Se acercan con una gracia inusitada a buscar las miguitas caídas y su simpatía llegaría a alegrar, aunque solo sea por un instante, hasta a las almas más amargadas y decepcionadas de la vida. El rezo del rosario en estas condiciones me devuelve la paz anhelada a lo largo de un largo viaje por aeropuertos isleños, desde Gando hasta Amilcar Cabral.

Los acantilados costeros de bajo relieve, algunas dunas y los saladares fácilmente inundables son señas de identidad del paisaje de toda esta región de Santa María, Palmeira y Buracona; no en vano Sal es una de las islas más antiguas y erosionadas. Observo la abrigada y acogedora bahía con parsimonia, mi mar interior se une al océano caboverdiano y me hago el encontradizo como cualquiera que anhela el amor cortés tan inalcanzable y verdadero, ese amor que vive de la ilusión y el encuentro eternamente aplazado. Me llama hacia él para que lo abrace en el baño reparador, una vez dentro, la piel se purifica y reviste de una singular gracia natural mientras fluyen por mi ser los torrentes de exploraciones submarinas que quedaron ya fijadas, como cicatrices intemporales, eternamente, en mi alma inmortal. Entro en una especie de estado de embriaguez espiritual que me colma de ánimos para continuar con esta bendita vocación que mi Señor me dio para seguir explorando los jardines más bellos de la creación. Amo Cabo Verde por su mar y sus volcanes, por las tartarugas marinas y sus calles empedradas, por el viento que me trae el aroma generoso y la sonrisa genuina de Pakiki, mi siempre amada esposa; por las gentes bellas y sencillas que sonríen porque son amables; por sus modestas iglesias y sus coros dominicales. Pero sobre todo, adoro el delicado y amoroso trato humano que profesan a los perros. Verlos alrededor de todos los lugares es como estar rodeados de una compañía canina de guardianes, al modo de los antiguos serenos, en calles y plazas, hay un maridaje equilibrado entre canes y humanos. Así, este lugar del planeta bien podría ser uno de estos espacios singulares donde el mundo parece menos inhóspito y se contribuye al amor universal. Todo ello, a pesar de la enorme decadencia que está generando el turismo masivo que están desarrollando con gran impunidad y codicia en estas pequeñas y amables islas del trópico africano. No todo está perdido ni mucho menos, Dios no se ha mudado y hay muchas buenas personas trabajando por la luz y hasta nosotros estamos empeñados en ayudar a la conservación de este hermoso jardín marino, el más singular de toda la Macaronesia.

Aquí en Sal, empezamos la campaña científica de exploración de este año 2023 dentro del proyecto MIMAR que lidera Canarias y que trata de ayudar a monitorear y explorar los ecosistemas marinos de toda la región Macaronésica que reúne a todos los archipiélagos atlánticos desde Azores hasta Cabo Verde. Nos decidimos por tres lugares de exploración y dos de ellos serían cuevas. Las primeras son las de Palmira, todo un frente de acantilado bajo que por su naturaleza volcánica ha desarrollado muchas grutas que esconden secretos biológicos sin descubrir. Para mi era importante fijar la atención en ciertos corales crípticos de los techos de estas buracas (como se conoce a las cuevas por estos lares) para intentar descubrir algunos más; siempre sigo mi instinto que es como decir a mi corazón siempre asistido en estas cuestiones por el Espíritu del que todo lo sabe.

No en vano, Cabo Verde es un archipiélago tropical muy alejado del continente y con multitud de islas (diez además de algunos islotes); se trata de la Macaronesia tropical y por lo tanto la riqueza en especies se dispara en todos los grupos marinos estudiados hasta el momento y los corales no son una excepción. Llevo ya descritos muchas nuevas especies y al menos cuatro nuevos géneros para la ciencia, y de seguro que pronto describiré bastantes más. En Palmeira me centré sobre todo en colectar ciertos ejemplares de corales negros que todavía no están descritos y que esperan para su estudio. Sin embargo, en la zona de Buracona, el buceo es más profundo pues la entrada de la cueva está casi a treinta metros y enseguida se pierde la luz hasta que no se llega al fondo de la cueva que llaman el “blue eye” porque hay un pequeño buraco por donde la luz se cuela creando un precioso fenómeno luminoso mientras se bucea. En efecto, los techos de esta cueva me depararon tres nuevos hallazgos coralinos desconocidos para la ciencia que a su debido tiempo van a incrementar la biodiversidad de corales de Cabo Verde y hará muy feliz a nuestro amigo Rui Freitas profesor de la Universidad en Mindelo y animador de todas estas investigaciones submarinas. Entre inmersiones, hicimos dos seguidas con el correspondiente intervalo en superficie, aproveché para charlar con mi compañero de buceo, un caboverdiano que se llama Dudú, oriundo de la enigmática y muy montañosa isla de Santo Antao. En esta isla he pasado jornadas memorables caminando y escribiendo mis relatos en el transcurso de otras campañas. Mientras me narraba sus vicisitudes con las salidas de buceo recreativo, veíamos pasar oleadas de turistas que bajaban las escaleras para echar un vistazo al curioso fenómeno luminoso desde tierra. Nada comparado con lo que se observa desde el fondo marino como se puede comprobar en la imagen que incluyo en este artículo. De repente vimos emerger del mar un enorme ejemplar de tortuga boba que respiraba abriendo su pico ostensiblemente, quise coger mi cámara pero picó hacia el fondo rápido y no tuve tiempo de acercarme para tomar imágenes. Dudú me comentaba que, con toda seguridad, este ejemplar, tendría una cueva cercana y angosta en la que descansar y dormir a salvo de predadores. A pesar de haber trabajado con esta especie de reptiles en Ceuta y de haberlas observado con mi barco y también buceando, y a veces posadas en el fondo, nunca pensé que se metieran en cuevas a dormir. Sin embargo, mi amigo David Bedia del centro de buceo Burbujitas de Ceuta, observó y grabó a un ejemplar de esta especie durmiendo en una cueva del bajo Susan cerca de Benzú. Las tortugas pueden parecer parsimoniosas pero tienen una velocidad de nado asombrosa y si lo desean huyen con gran eficiencia cuando el peligro las acecha. En ese instante, tuve la sensación de que tendría más encuentros con estos lindos animales salvajes capaces de surcar el océano para buscar pareja o plantar su nidada en el mismo lugar donde nacieron. Efectivamente, algunos días más tarde ya en la isla de Sao Vicente y en la localidad de Callao, una pequeña aldea de pescadores, al pie de un imponente cono volcánico, he vivido una singular experiencia con tortugas marinas, “tartarugas” en el idioma de Luis de Camoes. La entrada y la salida desde tierra fue dificultosa por el estado del mar pero una vez dentro y al alejarnos del acantilado se puede decir que tuvimos una inmersión placentera. Después de haber visto a dos grandes ejemplares de tortuga boba a lo largo del buceo y de captar algunas imágenes, metí la cabeza en una angosta cueva en la que no podía penetrar pero si observar su interior, gracias a los focos que llevo en los dos flashes de la cámara submarina. Dentro dormitaba un ejemplar de la mencionada especie que no advirtió mi presencia. Enseguida algo removió mi interior y solo quería quedarme con ella a vivir aventuras oceánicas, hacerme su amigo y penetrar en sus sueños bondadosos. Recordé la fijación de Gaudí con las tortugas marinas como la famosa fachada de la casa Batlló o también con las que aparecen esculpidas en la Sagrada Familia, (cuestión que publicamos en un ejemplar de nuestra revista Alidrisia Marina y fue advertido por mi amigo José Manuel Pérez-Rivera).

Mañana viajaremos a la preciosa Santo Antao a explorar un par de cuevas en Ponta do Sol, así que quedamos emplazados para una nueva entrega de la campaña, antes del regreso a Ceuta.

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