Días atrás estuve de viaje en Madrid. Los detalles del motivo de este ya los expliqué en un artículo anterior. Pero, lo que no conté fue la sorpresa que me llevé en las oficinas de Renfe, cuando alguien me dijo que podía obtener los billetes del tren mucho más baratos, dada la edad que tenía. Dicho y hecho. Les di mi documento de identidad y 6 euros. Inmediatamente me dieron un tique que se titulaba “Tarjeta Dorada”. Según me explicaron, con este documento podría obtener hasta un 40% de descuento en los viajes entre semana y un 25% en fines de semana. Me alegré muchísimo, pues suelo viajar bastante y el ferrocarril es el medio más cómodo y limpio que conozco. Sin embargo, conforme me dirigía a la zona de seguridad para acceder al tren, no sé si a causa del cansancio, o por otra razón desconocida, comencé a tener un sentimiento “agridulce”, que me duró bastante y me costó superar.
La verdad fue que en un espacio corto de tiempo experimenté tres tipos de sentimientos contrapuestos, aunque todos ellos razonables y explicables. El primero, de alegría, fue lógico. No está uno acostumbrado a que le digan que le van a rebajar el 40% en algo que se adquiere. Sin embargo, y esta fue mi segunda sensación, de pronto caí en la cuenta de que ese descuento era consecuencia de mi edad. ¡Había superado los 60 y llegado ya a los 62!. Fue entonces cuando empecé a ponerme nervioso. Bueno, era una sensación entre la desesperanza y el enfado. Desesperanza, porque, sin darme cuenta, ya había llegado a una edad en la que se me podía calificar de “persona mayor”. Esto me entristecía. Enfado, porque no alcanzaba a entender cómo no me había dado cuenta de que ya no era un chaval. Entonces empezó a apoderarse de mí una especie de miedo escénico, conforme me hacía consciente de que ya no podría hacer las mismas cosas que cuando era más joven.
El tercer sentimiento fue positivo y llegó algo más tarde, cuando racionalicé la situación y comencé a verlo de otra forma. Había llegado a una edad avanzada, sí. Pero, después de una vida intensa en trabajo y experiencias. Por otro lado, aún me encontraba en una edad en la que mantenía mis capacidades intelectuales en plena forma, y las físicas, razonablemente bien (sin entrar en muchos detalles). También había que considerar bastante positivo el hecho de que, sin llegar a estar impedido e inmovilizado en tu casa, a consecuencia de la edad, alguien, en este caso, nuestro sistema ferroviario, te permitiera moverte a un precio razonable. Ya sé que los estudios de mercado de los que dispongan en Renfe darán como resultado que estos descuentos les proporcionan mayores ingresos, pues, evidentemente, si tienes esta rebaja en el precio, lo lógico es que te plantees viajar más veces, o de forma más cómoda (pagando más por el billete). Lo cierto es que también nos beneficiamos los mayores de 60 años.
Actualmente ya tengo normalizada y asumida mi nueva situación. Y estoy bastante contengo. Salvo momentos puntuales, cuando visitas al médico y te recuerda, casi en tono intimidatorio, que alguno de los niveles te ha subido por encima de lo normal. Pero, esta especie de “ITV” que todos pasamos a partir de ciertas edades, es algo que, también, hay que saber llevar con dignidad.
Mi mayor “empoderamiento” ha llegado cuando en estos días vi un programa del Intermedio, en el que se entrevistaba a los jubilados de Bilbao que llevan ya bastantes días andando, en una marcha por la dignidad de los pensionistas. Contemplar cómo algunos conciudadanos eran capaces de emprender una lucha de este tipo, incluso con más años que yo, buscando simplemente obtener compromisos políticos a favor de los pensionistas de nuestro país, pese al enorme esfuerzo que suponía llegar caminando desde Bilbao a Madrid, me hizo caer en la cuenta de la importancia de aquello que me enseñó mi buen amigo José Luis, ya fallecido (ha hecho bien Pedro Sánchez en tomar nota de estas y otras reivindicaciones y comprometerse a que las pensiones suban por encima del IPC en este ejercicio). Para él, lo más transcendental era seguir luchando hasta el final. Cada uno conforme a sus capacidades y convicciones. Pero siempre caminando hacia adelante. Esta es la cuestión.
Ser conscientes de las limitaciones y fortalezas con las que contamos en cada una de las etapas de nuestras vidas, creo que es el secreto de la felicidad y, también, de la libertad. Buscar esto de forma permanente, es lo que nos ayudará a continuar por nuestro camino, sin desfallecer. Y, también pensar que el caudal de experiencia acumulada a través de los años, si es bien utilizada, sin duda podrá ayudarnos a nosotros mismos, pero también, y esto es lo fundamental, a las generaciones venideras.
No quisiera yo que mis lectores pensaran que este artículo es el de una persona de “avanzada edad” (¿qué son 62 años en los tiempos que corren?), triste y reflexiva. Todo lo contrario. Creo firmemente, como ya he escrito, que puede haber jóvenes de edad, pero viejos de espíritu y personas mayores en años, pero con una juventud apabullante. Yo intento, día a día, situarme entre los segundos. Y todo de forma natural, sin tintes ni abrillantadores. Mis amigos Rafa, José María y Juan Luis, que tanto están luchando por mantener viva a nuestra querida Ceuta, creo que también están en este grupo de jóvenes, aunque ya con “algunos años”.
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