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Tarajal: entre el olvido y la fortuna

La frontera se ha convertido en la línea de la vergüenza. Las fuerzas de seguridad y los porteadores arriesgan sus vidas a diario en un paso obsoleto y tercermundista que ayer soportó durante todo el día varias avalanchas.

En Ceuta hay dos mundos. Está el que todos vivimos día a día y está el Tarajal. Allí, en plena frontera, reina el caos, se reproducen las imágenes más tercermundistas que alguien pueda imaginar. Las mujeres pierden su dignidad en el momento en que se transforman en grandes bultos con piernas y son jaleadas por hombres que les instan a acelerar sus traslados a Marruecos, las fuerzas de seguridad se ven desbordadas, siendo los ejemplos visibles de la más despreciable atención de unos dirigentes que, desde Madrid, son incapaces de desviar de forma urgente a esta zona un mayor número de efectivos. A cada momento se suceden los milagros, a cada paso aumentan las tensiones... El Tarajal debería ser foco de refuerzo de seguridad inmediato, pero la relidad pinta bien distinta, más bien asoma como la encarnación del olvido. Esta es la frontera sur de Europa, la frontera de la vergüenza.
Ayer, el paso más visitado por ministros, mandos policiales, eurodiputados y oenegés soportó varias avalanchas protagonizadas por entre 200 (las más pequeñas) y más de 500 personas (las mayores). El Faro fue testigo de varias, de las producidas durante la mañana, de las acontecidas en torno a las 14.00 horas y de las que se reprodujeron por la tarde noche. Todas ellas protagonizadas por mujeres cargadas de bultos, encorvadas por el peso de unos fardos cuyo tránsito se dijo que estaba prohibido pero por el que ya se paga más de 100 euros. En apariencia cargan mantas, paquetes de gusanitos, ropa usada... pero dentro se han hallado teléfonos móviles de calidad, tablets, ropa de marca.
Las poblaciones de Castillejos y Tetuán han albergado en los últimos meses una población fantasma que ha terminado por sembrar el caos directo en este espacio fronterizo. Miles de personas presentan su documentación en la que marca su residencia en las dos localidades fronterizas. Lo hacen únicamente para facilitar una entrada más rápida pero la realidad dice todo lo contrario: “Hay familias enteras que se han venido hasta aquí atraídas por el precio del bulto. Alquilan viviendas o ni siquiera eso, viven de lunes a jueves en la propia frontera, solo para cargar y pasar”, explica un agente de las fuerzas de seguridad.
El polígono del Tarajal lleva varias semanas controlado. Accede el número de porteadores que se estima puede pasar desde las 8.00 hasta las 11.00 horas. A partir de ese momento, la UIP permite el acceso de las puertas para la entrada de más clientes. Es entonces cuando empieza la tensión en su lado inmediato, en la frontera. Los camalos que no han logrado pasar su mercancía optan por hacerlo por el tubo.  Las fuerzas de seguridad, mermadas en número y medios, intentan evitar esa salida porque, saben, quedarán atrapados en el puente internacional ante la negativa de Marruecos de permitir su entrada con esos fardos. Pero la presión de los porteadores termina teniendo sus consecuencias. Las avalanchas se producen de imprevisto. En segundos se pasa de la absoluta tranquilidad al caos.
La escena es la siguiente: no más de una decena de policías y guardias civiles aguardan en la frontera, al lado de la puerta, frente a cientos de personas cargadas de bultos cuyo único cometido es pasar. Tienen hambre, soportan penurias y llevan horas de espera, su finalidad es cruzar sea como sea. Así se gestan las avalanchas: un grupo cada vez mayor empieza lentamente a acercarse hacia la frontera para, de repente, iniciar la carrera. Ahí ya solo queda rezar, cerrar la frontera para tener que abrirla inmediatamente y retirarse del lugar.  

Algunos gritan mientras otros corren, la avalancha se forma ante las miradas de unos agentes desbordados por la situación, ante unos agentes obligados a ejercer un control sobre un asunto que les supera, ante unos agentes apabullados por el tránsito de mercancía, aplastados por el olvido. Hay que estar sobre el terreno para entender lo que a diario está pasando en esta frontera, en donde se escribe un milagro a cada momento, en donde la diosa fortuna se ha terminado por hacer fuerte.
Al aumento descomunal de porteadores se añade otro hecho: ya a primera hora decenas de mujeres hacen cola frente a la puerta norte, sin bultos, para ser las primeras al día siguiente. No han dado las doce de la mañana cuando las colas ya se han organizado. Esas mujeres, sentadas sobre cartones, dormirán ahí para ser las primeras en pasar al polígono hoy. En Marruecos los agentes contienen a cientos de camalos que quieren entrar para quedarse en Ceuta y esperar el tránsito posterior. Es como la pescadilla que se muerde la cola: todavía no han salido los bultos, todavía no han terminado las avalanchas cuando ya hay mujeres sentadas esperando a cubrir el pase del día siguiente y más compatriotas queriendo entrar a Ceuta para coger sitio. Y ante esta situación, ¿hay más policías que antes, más guardias civiles? Con una ciudad en alerta antiterrorista como todo el país, que soporta sus propios problemas delincuenciales, su tráfico de hachís y personas a través de Tarajal, el número de policías y guardias civiles es menor. La balanza está desequilibrada por completo: a más porteadores, menos agentes, el resultado es desastroso. La precariedad trae la tensión, de ahí se derivan las intervenciones en las que los policías y guardias civiles se ven solos ante una cantidad cada vez mayor de personas. Las consecuencias se esperan.
A las avalanchas, al caos, a la tensión le sigue el oportunismo del que echan mano los grupos organizados que ya operan en la frontera. No se trata solo de los que quieren delinquir, pasar subsaharianos, colar droga adosada como ocurrió ayer o burlar órdenes de prohibición (se detuvo a una persona mezclada con porteadores que tenía prohibida su entrada). Se trata de quienes aprovechan para, aprovechando que son residentes en Ceuta, utilizar sus vehículos para pasar a Marruecos cargados de bultos. Llegan hasta el otro lado y vuelven a entrar para hacer nuevas cargas. El problema no hace sino aumentar.
El tránsito de camalos causa además bloqueos en el puente internacional. Ayer se sucedieron varios, camalos sentados con su mercancía sin poder cruzar hasta que las autoridades vecinas lo permiten. Y así a diario. “Antes se producían de lunes a jueves. Ahora hasta los fines de semana entran, cruzan los sábados para quedarse aquí a dormir, se sientan en la frontera y de ahí no se mueven”, expone un agente. Allí las mujeres viven situaciones denigrantes, duermen entre cartones, ni se mueven siquiera para ir a los baños ubicados en frente para no perder el sitio. Es inhumano. Y se da en la frontera de Europa.

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