Sus historias

“Seguro que buena parte de estos son los que el otro día frenó Marruecos, porque tuvimos informaciones de que había un grupo considerable que se había ocultado en el monte”, señalaba una fuente de la Policía Nacional.
¿Y qué valoración más allá de la policial se hace de lo ocurrido? La connotación política no se evita. España atraviesa un momento de inmadurez política, con un gobierno que se va, con una crisis económica que acrecienta su debilidad, y un nuevo PP al que Marruecos le saca los dientes para comprobar cuáles serán sus pasos en materia de política exterior. ¿Y los vecinos? También dejan atrás unas elecciones con cambios y una lucha por intentar superar la primavera árabe sin  efectos negativos. Todo este telón de fondo no ayuda a que exista un horizonte claro en las políticas migratorias y policialmente se piensa que tiene mucho que ver en lo que está ocurriendo. Eso y el buen tiempo, que siempre ayuda en los intentos de entrada masiva a través de la frontera.
Las fuerzas de seguridad se repartían el trabajo de filiación de los subsaharianos mientras Cruz Roja efectuaba el reparto de mantas y la atención a todos los recién llegados. Según los datos ofrecidos por la institución humanitaria, 37 personas tuvieron que ser atendidas por heridas leves y contusiones y se organizó un único traslado de un inmigrante al hospital por contusiones. Mientras el 061 trasladaba a dos por hipotermia.
Las imágenes se repetían entre los varones. Los rezos eran constantes, así también las miradas sonrientes a los fotógrafos. Sonreían porque habían alcanzado la meta. Y cuando antes de la meta se dejan historias de dramas, de huidas, de persecuciones y de mucho sufrimiento, no queda más que sonreír por el destino que les espera. O al menos por el que ellos esperan.
En la Jefatura Superior no se daba a basto. ¿Está preparada para afrontar algo así? Es evidente que no. El viejo edificio acogía a más de 60 subsaharianos en los calabozos, a la espera de ser identificados y reseñados por los agentes de Extranjería. La masificación era total. Ni la Policía puede trabajar en estas condiciones ni los inmigrantes deben estar en unas dependencias que no pueden absorber tal cantidad de personas. ¿Debería estar preparada para esto? Los agentes dicen que sí, que siendo Ceuta una ciudad frontera, debe tener unas dependencias policiales preparadas para hechos de este tipo que se presuponen pueden ocurrir.
El malestar entre los funcionarios era claro y los comentarios eran los mismos en boca de distintos policiales. ¿A quién protestar? Ya ni saben. Mientras los subsaharianos asimilaban la llegada y recibían la ropa deportiva quitándose sus camisetas, muchas de ellas de los clubes de la liga de Primera División. El enfrentamiento entre el Barcelona y el Madrid del pasado fin de semana dejó como ganador a los de Guardiola. En la playa del Tarajal no había ganadores: dos inmigrantes, cada uno defendiendo los colores de su club, se daban la mano mientras esperaban la llegada de la Cruz Roja.
¿Y cuáles son las historias de estos hombres que rezan, se abrazan, sonríen, intentan mantener sus primeras conversaciones por teléfono móvil? Son las historias de los que han conseguido llegar, de los que confiesan que atrás quedan más porque, aseguran, en Castillejos y sus alrededores se encuentran más compatriotas. Las redadas de los marroquíes no cesan, pero también los inmigrantes han aprendido a burlarlas.
No están juntos. Pueblan distintos grupos y se mantienen separados, pero, eso sí, todos tienen una información común: saben qué día pueden pasar con mayor facilidad bien porque sea festivo o bien porque, presuponen, habrá menos vigilancia en el lado marroquí. ¿Connivencia? Para algunos existe. “Si Marruecos quiere no entra nadie”, espeta un agente de la Benemérita. Tener información del éxito o no de una de estas entradas es clave y para eso está la colaboración de los inmigrantes que viven en Marruecos y que sirven de enlace. En los viajes que ‘El Faro’ ha hecho a Tetuán y Castillejos para captar en origen la inmigración, los potenciales residentes del CETI lo dejan claro: tienen sus propios compatriotas que cobran por ofrecerles la información para facilitar la entrada. Paga más quien intenta su pase escondido en dobles fondos de vehículos. Esos enlaces saben cuando la presión en Marruecos será mayor o no, y en base a ese termómetro se suceden las entradas.
A los que Marruecos consigue detener, se los llevan a la comisaría para después abandonarlos en la frontera argelino-marroquí. Muchos vuelven al norte e intentan pasar siguiendo el periplo Ouxda-Rabat-Tánger-Tetuán-Castillejos; otros regresan a través de la ruta argelina Mostaganem-Ghardaia-Bechar-Tamarrassent, desde donde son deportados a Mali. Los más fuertes cruzan el desierto y llegan a puntos como Bamako en donde les ayudan voluntarios de oenegés como ARACEM, que protagonizó un reportaje en este medio hace unas semanas. Allí reciben ayuda, atención médica y psicológica y desde allí intentan emprender una nueva vida como extranjeros en África ya que la mayor parte no puede regresar nunca a su país de origen. De entrada carecen de documentación.
¿Intentarlo de nuevo? Muchos lo hacen, al menos los que tienen fuerzas. Otros se quedan para siempre perdidos en el camino o, peor aún, mueren sin que nadie sepa de sus vidas ni de sus identidades. Quizá por eso, leyendo el último párrafo de esta crónica pueda entenderse su inicio. Quizá sabiendo el destino que espera a estos hombres pueda entender que, sabedores de que están en Ceuta, no hagan sino reir, abrazarse y rezar a su Dios.