Opinión

Y al sur, la Almadraba

Con inevitable pesar, he leído esta semana las páginas de este diario decano las denuncias y el sufrimiento de los vecinos de la Almadraba por el estado de abandono y deterioro que se ha apoderado del barrio. Que, dadas las circunstancias, los niños ya no salgan de casa por la inseguridad y porque los vehículos “entran a velocidades desmesuradas”. Que la basura se les acumule o que tengan “que lidiar con la visita de personas ajenas al barrio que crean conflictos y atemorizan a los vecinos” o “que los yonkis realicen actividades ilegales a plena luz del día y sin cortarse un pelo”, entre otras quejas.

Es la auténtica puntilla a un lugar que, desde hace seis décadas, comenzó a cambiar paulatinamente su fisonomía y su próspera actividad económica, a medida que la pesca comenzó a declinar cuando Marruecos fijó, amplió y blindó sus aguas jurisdiccionales, hasta prácticamente acabar con ella. Todo un golpe mortal que arrastró hacia una fatal decadencia a aquel barrio tan singular de Ceuta.

La playa de la Almadraba al final ya final de su anterior esplendor pesquero, convertida todavía en un arsenal de barcos con su pequeño astillero y sus típicas volaeras.

Durante los tres lustros que viví al pie de la frontera del Tarajal, la Almadraba fue mi lugar de paso obligado diario para llegar o salir de casa. Por entonces ya avanzaba seriamente el desplome de su actividad pesquera, y allí acudía para pasear y disfrutar de su entorno, hacer compras en lo que fueron España Vinícola o Dumaya o para disfrutar de las delicias gastronómicas que ofrecían establecimientos tan reconocidos por todos los ceutíes como Los Pulpos, La Barraca, el Chorlito o el bar Alex. Incluso, algunos domingos también, para acudir a la Santa Misa en su recogida capilla de Todos los Santos, popularmente más conocida como del Carmen.

Hasta ese bien espiritual hemos perdido momentáneamente con su cierre, pendiente de que los políticos y la burocracia se dignen a dar vía libre a la construcción del nuevo templo, que ya tiene su parcela, unos metros más allá. Esa iglesia que tan desesperadamente y con pertinaz insistencia y perseverancia reclaman de continuo sus feligreses, inmunes al desaliento. Sin ellos, a buen seguro que el templo habría caído ya en el olvido como tantas otras cosas de este, nuestro sufrido pueblo.

"Hoy, no es más que un botón de muestra de esta Ceuta que pierde identidad a pasos agigantados"

Los vecinos denunciaron esta semana en este diario la falta de seguridad, limpieza y equipamientos que sufre el barrio.

La Almadraba ya no tiene ni barcos, ni muelle con su grúa ni su propio astillero del que salieron tantas embarcaciones ni marineros ni tampoco sus fábricas de conservas de pescado. Las que como Folque y Feria y Benito Lamorena, dieron trabajo a tantas criaturas del lugar. Tampoco aquellos almacenes dedicados al porteo que reemplazaron posteriormente a la actividad pesquera, hasta que Marruecos decidió cerrar a cal y canto el paso de cualquier tipo de mercancía por la frontera.

Desconozco la población actual del lugar, pero es muy significativa cifra la de los 2.258 vecinos que llegó a tener en 1960. Muchísimos de ellos, hombres de la mar que arribaron al barrio procedentes fundamentalmente de Adra (Almería).

A lo largo de mi dilatada presencia en los medios tuve ocasión de dedicarle varios reportajes a mi entrañable Almadraba. Recientemente dos fragmentos de otros tantos programas televisivos no dudé en subirlos a Facebook, animado por antiguos vecinos.

La Almadraba, hoy, no es más que un botón de muestra de esta Ceuta que pierde identidad a pasos agigantados sin que nadie parezca pueda ponerle remedio. Diríase que, en mi plena edad provecta, al igual que me sucede con otros rincones de la ciudad, cada vez la reconozco menos. Como tampoco la identificaba ya cuando comenzaba a dejarnos para siempre el querido Antoñito Fernández Márquez, al que me he permitido ‘plagiar’ el titular de esta crónica, el mismo que él acertó a dar en su día a su sección de este diario: “Y al sur la Almadraba”.

Nadie como Márquez supo retratar con su prodigiosa pluma ese barrio y aquella otrora Ceuta marinera. De esto hace ya casi sesenta años. Afortunadamente y para que su obra no siga sepultada por siempre en el olvido, su amigo Vicente Álvarez, el autor de la Pavana, trabaja en recuperar gran parte de su obra en el ‘El Faro´ para darla a la luz en un libro para el disfrute de quienes no la desconocen o no la pudieron disfrutar en su tiempo.

Será una delicia y todo un éxito. Al tiempo.

¿Qué fue de aquel viejo barrio marinero?

En la época de plena prosperidad pesquera, todo tipo de barcos y marineros se congregaban en el lugar, eran otros tiempos.

Pepe Gómez nunca vivió en la Almadraba, pero para él ese fue siempre su barrio. Mecánico de profesión, comenzó a trabajar desde niño en un taller del lugar como aprendiz. Al cabo de los años, una interesante oferta laboral le llevó a despedirse de la noche a la mañana de su patrón. Levantó su casa del Morro y se marchó con su familia a Málaga donde, trabajando de sol a sol, terminaría convirtiéndose en empresario.

Jubilado ya, la jura de bandera de un sobrino le trajo de nuevo a Ceuta después de varias décadas de ausencia. Del puerto, Pepe, se fue directamente al barrio de sus amores. Ansiosamente buscaba el reencuentro con sus recuerdos y sus viejos conocidos. Lo primero fue su taller, aquel en el que se reparaban las averías de los pesqueros y hasta se fabricaban piezas de repuesto en años de escasez y restricciones. Pero del taller no quedaba el menor rastro, como tampoco de la vecina carpintería en la que expertas manos artesanales se encargaban de curar las heridas de alguna roca traicionera o los envites que mar iba dejando sobre los sufridos lomos de las embarcaciones de la playa. Ni siquiera aquella herrería polifuncional por la que él viera desfilar caballerías, carruajes y hasta alguna camioneta de la época.

¡Cosas del progreso!, exclamó Pepe camino de las fábricas de pescado mientras su olfato echaba en falta en el ambiente el inconfundible aroma del barrio, mezcolanza de salazón, maromas húmedas, brea y pescado fresco.

- ¿También han desaparecido las fábricas?

- Todas, sí, desde hace muchos años, le dijeron en ‘El Espigón’.

Tampoco la playa parecía la misma, huérfana de su estela de grandes superficies de redes sometidas al permanente y minucioso zurcido de los pescadores.

-¡Cómo ha cambiado esto!, se dijo sin dar crédito a lo que veían sus ojos.

La remodelación de la N-352 a su paso por la Almadraba con una rotonda y carriles amplios busca una modalidad sostenible y reducción de atascos.

En El Chorlito preguntó por Ramiro Ramírez y Juan Disch, los maestros de escuela del barrio, excompañeros de faenas, los domingos, en la pesca con chambel o en el arte de zurrar calamares. Nadie sabía ya de ellos. Ni tampoco de Román Heredia, el herrero, ni de Miguel Molina, el diligente funcionario municipal del barrio.

Se adentró por los callejones, por la Colonia Romeu, por el Pasaje Ruiz Medina y por la angosta callejuela de el Tobogán, preguntando inútilmente por algunos pescadores como Albarracín León Ruiz, por ‘El Machaco’… Nada. Ni pescadores, ni fábricas, ni barcos, ni conocidos, ni tan siquiera pescado. Allí, Pepe, sólo vio cartones, montones de cartones y envoltorios, almacenes de mayoristas, furgonetas y coches cargados de mercancía camino de la frontera, camiones en continua carga y descarga de toda clase de géneros, antenas parabólicas…

Aturdido, bajó a la playa donde unos jóvenes drogadictos exhibían su ruina en traje de baño como cristos góticos muy taladrados. Desde el arenal contempló lo que fue la Pesquera del Mediterráneo, la iglesia y las casitas del lugar, y elaboró su propia composición visual, fundiendo la panorámica con las imágenes de sus recuerdos. De vuelta a al ‘Chorlito’ compró un bonito seco. Era lo único que había encontrado de la Almadraba de sus tiempos.

A Pepe le he dicho que vuelva por el Carmen. Que en esa fecha un grupo de personas, antiguos vecinos del barrio, ex – pescadores en su mayoría, siguen con la tradición de sacar procesionalmente a su Virgen de la capilla. Son los mismos que propiciaron su reapertura, según me ha contado mi amigo Pacote. De esta forma, una vez al año, con la procesión, las tertulias y algún que otro acto paralelo, la Almadraba nos traslada por unas horas al típico barrio marinero que perdimos para siempre.

El día 16 de julio quiero estar con Pacote y los suyos y grabaré un video para Pepe. Seguro que en él si que reconocerá a su barrio.

*Artículo publicado por el autor en el número 81 de la revista ‘Ceuta Cultural’ del Ministerio de Cultura, julio de 1995.

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