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Superstición, oscurantismo y fanatismo

Los pasados viernes y sábado, días 10 y 11 respectivamente, tuvieron lugar en Estocolmo, Suecia, dos actos de naturaleza y consecuencias bien distintas. Por un lado, el viernes, se entregaron los Nobel con todo el boato, la pompa, la solemnidad y la fastuosidad que los caracterizan, con la presencia de los reyes de Suecia. Fue, además, retransmitido por la televisión a medio mundo. Estos premios representan el triunfo de la mente humana. Es el triunfo del estudio, del sacrificio, de la dedicación de los galardonados. Ellos, los premiados, han sido capaces de crear una belleza tal que excita nuestros sentimientos y emociones, han sido capaces de desentrañar los misterios que guarda la madre Naturaleza y ponerlos al servicio de la humanidad para mejorar nuestras vidas. Estos premios Nobel representan, en suma, el triunfo de lo humano, de la ciencia, que, al fin y al cabo, es un hecho humano, de la razón, del diálogo, es el triunfo de la generosidad sobre el egoísmo en favor de los demás.
Como decía, el otro acto del que se habla más arriba que sucedió en Estocolmo, el sábado, fue la explosión de dos artefactos por un terrorista de origen iraquí pero con nacionalidad sueca. En este hecho no hay grandeza, no hay belleza, no hay generosidad. Es la maldad la que lo impregna. Este acto representa el desprecio a la vida de los demás. El terrorista había enviado previamente un mensaje en el que hacía constar que su ataque estaba relacionado con la presencia de las tropas suecas en Afganistán y con que las autoridades del país nórdico no hubieran pedido disculpas por las caricaturas de Mahoma realizadas por el dibujante sueco Lars Vilks en el año 2007. ¡Otra vez con las caricaturas! El terrorista dejó su rastro en la red social Facebook describiéndose como “muy religioso”. He ahí el problema. El exceso de religión lo había enloquecido. Este acto criminal carece de toda grandeza, es la victoria de la superstición religiosa, del oscurantismo y del fanatismo. La práctica de la religión llevada a estos extremos conduce a la cerrazón intelectual y al despeñadero del fanatismo. Cuando no existe ilustración sólo queda la fe, es, decir, la religión, algo reñido con el raciocinio. Están tan imbuidos de fanatismo religioso que les impide ser felices. No pueden serlo. El odio del que se somete –dice Jon Juaristi– se dirige contra quien se resiste. Y es cierto. El ejercicio de la libertad, la indiferencia o tibieza religiosas, la descreencia, el librepensamiento, la primacía de los derechos del individuo y no los de la colectividad, etcétera, despiertan odio contra quienes los llevan a la práctica y son blancos de la ira y de la violencia de los fanáticos religiosos.
Occidente tiene un problema y el problema se identifica como “el islam de la caverna”. Como dice el periodista Antonio Soler “el islam metido en la caverna se alza en un único juez del mundo y niega cualquier pensamiento o religión que no sea el suyo”. “Ordenar el bien y prohibir el mal”, he aquí los dos mensajes del islam. Cualquier individuo se puede arrogar el derecho de castigar el mal, incluso con violencia, por el bien de la comunidad. “El paraíso se encuentra a la sombra de las espadas”, dice el hadiz. Antonio Elorza escribe en su libro “Los dos mensajes del islam” que “el exterminio del adversario, la intimidación, el engaño y la muerte como elementos siempre presentes en las acciones, tanto colectivas como individuales, dan forma a un cuadro de violencia pragmática que desmiente las habituales leyendas sobre la paz y la benevolencia que supuestamente presidieron la edad de oro del islam”.  
Hay que llamar, por otro lado, la atención sobre el hecho de que el terrorista iraquí tiene nacionalidad sueca. Son legión los ingenuos que abogan por conceder la nacionalidad a los inmigrantes para así hacerles más fácil su integración en la sociedad de acogida. Nada más lejos de la realidad en el caso de los que provienen de áreas árabo-islámicas. Ya nos lo advirtió hace muchos años el italiano Giovanni Sartori. Incluso defendió la postura de quitarles la nacionalidad a aquellos inmigrantes que no aceptaran integrarse y conspiraran para subvertir el orden democrático en los países de acogida. Naturalmente no faltaron perros rabiosos que se lanzaron al cuello del pensador italiano conminándole a que devolviera el premio Príncipe de Asturias, y faltó poco para quemarlo en la plaza de la Señoría de Florencia, como al viejo dominico Girolamo Savonarola en el año 1498. Me temo que si no nos andamos con tiento y seguimos aceptando que entren y tomen carta de naturaleza inmigrantes árabo-islámicos, reacios a integrarse en esta sociedad, andando el tiempo nos podría suceder como a Savonarola.

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