Categorías: Opinión

Sueños rotos

Cuando el pasado martes abrimos las páginas de este periódico y vimos la imagen de una pala excavadora destrozando la fachada del edificio de la calle Ramón y Cajal nº2 y 3, sentimos una profunda tristeza y al mismo tiempo un gran indignación. Me consta que no hemos sido los únicos que hemos lamentado este nuevo acto de destrucción  de nuestro patrimonio histórico, como lo atestiguan las llamadas que recibimos de personas cercanas con la suficiente sensibilidad por la conservación del patrimonio cultural y natural para darse cuenta de la atrocidad del derribo perpetrado contra el antiguo juzgado de Ceuta. Unas llamadas a las que debemos añadir aquellas que recibimos cuando unas semanas antes eliminaron las palmeras que decoraban el jardín de este inmueble, acción entonces justificada por la Consejería de Medio Ambiente debido a su afectación por el picudo rojo. El tiempo ha venido a darnos la razón a los que pensamos que se trataba de una excusa y un paso previo para acabar con el edificio que se erigía en esta parcela.
La pérdida patrimonial que ha supuesto el derribo del edificio de la calle Ramón y Cajal nº 2 y 3 es un hecho innegable. Pocos inmuebles en nuestra ciudad gozan de la belleza estética, la singularidad y el encanto que poseía esta edificación de estilo neoárabe. Su desaparición ha supuesto la evanescencia de un sueño que muchos ceutíes teníamos de verlo rehabilitado para cumplir un función cultural. Llevados por la imaginación algunos veíamos este edificio convertido en la sede una fundación para la protección del patrimonio cultural. El sueño se ha roto, como tantos otros, por el afán de lucro de unos pocos y la manifiesta complicidad de la Consejería de Fomento que ha permitido durante años que el edificio se deteriora sin hacer el más mínimo gesto para favorecer su mantenimiento y conservación. En este caso no tiene excusa, ya que los llamamientos públicos para su protección han sido constantes en la prensa local. A esto se suma la solicitud formal que hizo nuestra asociación en el año 2006 para que el inmueble fuera incluido en el Registro de Bienes Protegidos y de Servidumbre, tal y como posibilita el artículo 2.2.16. de las Normas Urbanísticas del vigente PGOU. La falta de interés por conservar este bello edificio queda patente en el hecho de que la Ciudad nunca se ha dignado en contestar este escrito.
La Consejería de Fomento…del Derribo, no parece haberse enterado del estallido de la burbuja inmobiliaria en nuestro país, que entre otras consecuencias nos ha aupado al lamentable puesto de líder en destrucción del patrimonio arquitectónico. Según los datos aportados por José Manuel Naredo (Editorial Siglo XXI, 2010), “más de la mitad del parque de viviendas existentes en 1950 ha desaparecido por demolición o ruina en España, que cuenta con menor porcentaje de viviendas anteriores a 1940 que Alemania, que quedó destruida por la Segunda Guerra Mundial, haciendo que el crecimiento económico fuera más destructivo del patrimonio inmobiliario de lo que, en proporción, lo fue la Segunda Guerra Mundial en Alemania”. En nuestra ciudad, por los datos que se ha recabado por parte del Observatorio de la Sostenibilidad, la destrucción del patrimonio construido ha alcanzado cifras espeluznantes. Así, se ha podido determinar que si en 1990 el 48 % de los edificios de Ceuta se habían construido antes de 1940, en 2001 esa proporción se había reducido al 29,3%.
Al margen de cuestiones de índole económica y sostenibilidad, Lewis Mumford nos advirtió que la destrucción de todo vestigio del pasado, sin conservar vínculos formales ni estructuras visibles entre el pasado y el futuro, exaltan la importancia relativa del presente, a la vez que amenaza de destrucción a todos los valores permanentes que el presente pudiera crear, así como anula todas las lecciones que pueden extraerse de sus errores. Por todo ello, y ahora más que nunca, resulta vital un giro en la política urbanística que, a diferencia de lo expresado por los mandatarios de Ceuta, dejen de atender a objetivos económicos y se dirijan a satisfacer propósitos humanos. El primer paso, sin duda, debería ser pararse a reflexionar sobre las causas y consecuencias del actual modelo económico, basado principalmente en el ladrillo, cuyo descontrol nos ha conducido a la profunda crisis que estamos padeciendo en estos momentos. Esta mínima reflexión nos permitiría apreciar el “aquelarre inmobiliario”, -término acuñado por Naredo-, en el que estamos inmersos y nos debería conducir a un serio replanteamiento de nuestro sistema urbano.
La ciudad, queremos insistir en esta idea, no puede limitarse al escenario de provechosos negocios especulativos para el enriquecimiento de una minoría y el mantenimiento de una burocracia costosa e ineficiente, supuestamente al servicio de la sociedad y a la defensa de los intereses generales. Tal y como declaró Margarita Luxán en las recientes Jornadas de Arquitectura y Urbanismo, organizadas por el IEC, ha llegado el momento de establecer una moratoria en la construcción de nuevos inmuebles, hasta que al menos se equilibre la sobredimensionada oferta de edificios de nueva construcción en nuestro país. A diferencia de las políticas vividas hasta ahora, se debería potenciar la rehabilitación en vez de la nueva construcción, aprovechando el importante patrimonio histórico que aún queda en España, a pesar de las graves operaciones destructoras que se han cebado con nuestros centros históricos. Este giro en el mercado inmobiliario requiere que las viviendas desocupadas, junto a cientos de miles que no se han conseguido vender por la erupción de la crisis, pasen al régimen de alquiler. Pero, por encima  de todo, tiene que haber la suficiente inteligencia política para darse cuenta de que el antiguo pensamiento económico basado en el crecimiento ilimitado y los pelotazos urbanísticos forman parte del pasado. Políticos, promotores urbanísticos, constructores y demás agentes económicos relacionados con el sector inmobiliario tienen que dar el salto de la economía monetaria a la economía vital, poniendo al hombre, y todo lo que es esencial para el propio hombre civilizado, en el fin último de toda acción pública o privada. Las “oportunidades de negocio” no están en el desmantelamiento del tejido urbano y la ocupación de más territorio, sino en la rehabilitación de lo existente y en la corrección de los graves errores del pasado, haciendo la ciudad más habitable y saludable para el cuerpo y el espíritu. Un espíritu que se alimenta de la imaginación que despierta la visión de un paisaje urbano cuidado y atractivo que se conforma con edificios de la belleza que poseía el antiguo juzgado de la calle Ramón y Cajal, impunemente destruido por una actuación emprendida por la Consejería de Fomento, dirigida por el Sr. Doncel, que tantos sueños de muchos ceutíes ha roto. Algunos no deberían olvidar que la historia se nos juzgará no por los monumentos que construimos, sino por los que hemos destruido. Y estén seguros que la asociación Septem Nostra está dispuesta a que no se olvide a los responsables de cada uno de los edificios que han caído bajo la inmisericorde fuerza de la piqueta. Y sobre toda esta destrucción del patrimonio, ¿Qué dicen nuestro Cronistas de “Maurilia”?.

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