Opinión

Sueños rotos en el Mediterráneo

Un niño del mundo, /tuyo, mío y de todos. /Un niño de nadie, /tal vez de Dios solo...

/Un niño lejano del mar /a la orilla del hambre, /donde juega la muerte /su juego interminable. /Un niño, a ver, sin nombre /con el sello de emigrante, /para que preguntar más, /si ya sé que no tiene nombre. /Un niño tal vez dormido /en la conciencia del mundo…”

Un año hace ya de Aylan*, y pareciera que fue ayer… Sin embargo 423 niños más se han ahogado desde aquel terrible día en el Mediterráneo que cantara en liricos versos Joan Manuel a su niñez…

Y en estos días nada más poner la radio, los entrevistadores de las cadenas de más audiencia traen a protagonistas de diversas “ONG,s” para que comentes estos luctuosos hechos que ocurren a diario en esas aguas milenarias donde Homero cantara las gestas de los héroes helenos.

Y, los comentaristas, como es su obligación testimonial de su sensibilidad abierta a los más abandonados, como pueden ser los refugiados que huyen de la miseria y de la guerra, vierten toda su frustración en una Europa sin corazón y sin alma, que mira hacia otra parte, mientras el “Mare Nostrum” se llena de cadáveres.

Y, yo me pregunto y también nos podemos preguntar: ¿Por qué Europa tiene la culpa de esta continua tragedia en el mar que un día uniera a tantas naciones? No; no me parece razonable ni justo –a mi modo de ver- que se culpe a las naciones que integran la Unión Europea a que sean responsables de estas muertes. Bien es verdad, que siempre se puede hacer más, y se podría establecer una mejor planificación de medios marítimos para tratar de salvar a todas las personas que intentan llegar a las costas europeas. Sin embargo, a poco que reflexionemos, podemos darnos cuenta que ésta no es la solución última de la problemática de los refugiados que huyen del espanto de la guerra, y tratan de alcanzar la Arcadia ilusionante de un mundo artificial lleno de imágenes rebosantes de felicidad.

Sin lugar a dudas, no es la solución vaciar los países del “Tercer Mundo” e instalarlos en los nuestros, como si fuera un nuevo comercio de esclavos de una nueva esclavitud que llenara las tarimas de los nuevos esclavistas para venderlos al mejor postor de los dueños sin escrúpulos de la economía de mercado.

Realmente, esta conmemoración de la muerte de aquel niño batido por las olas en una playa del Egeo, me parece de una demagogia imposible de aguantar. Sí; me parece triste, tanta hipocresía y tanto lamento, cuando después de Aylan han muerto 423 nuevos niños en estas tristes, tristes aguas que cantara el cantautor catalán… Porque, ¿acaso estamos dispuestos a protegerlos y que se alleguen a vivir con nosotros, o por el contrario es sólo la sensibilidad natural de cada persona ante la muerte de un niño en una playa?

La verdad, cada uno de nosotros nos hacemos esta pregunta, que no es nada fácil su contestación. Porque nuestro corazón siempre de divide en dos, y no sabe acertar cuánto suma nuestro compromiso por aquellos seres abandonados que necesitan nuestra ayuda.

A cada nueva imagen de una nueva muerte innecesaria, responde nuestra conciencia con una nueva tristeza que se acumula en nuestro recipiente del dolor ya apunto de rebosar. No; no nos sentimos indiferentes, como dicen aquellos que están cerca de estos dolorosos acaecimientos y hablan estos días en los medios de comunicación de las diferentes cadenas y medios periodísticos. No; no somos ni nos sentimos indiferentes, bien al contrario, nos sentimos solidarios y llenos de compasión hacia esos niños; porque esos niños pudieran ser nuestros hijos, o acaso ya lo son… No; nunca nos sentiremos indiferentes, y sobre nuestras almas pesa siempre un malestar de saber que no hacemos lo necesario para tratar de evitar el sueño roto de la infancia malgastada de estas criaturas en la orilla de cualquier playa…

Hoy, me he puesto a escribir estas líneas desde la tristeza, porque he sentido el deseo de compartirla con vosotros -anónimos lectores-, y me ha parecido que las mismas dudas que me asalta, también podrían asaltaros a vosotros. Porque las personas no somos tan diferentes, y en estas cosas que se agolpan de este lado izquierdo del costado -donde dicen que nacen los sentimientos- pareciera, que siendo tan diferente cada uno, sin embargo, el sufrimiento y el dolor nos aúna y nos hace por unos momentos semejantes, en el mejor sentido de la palabra.

A tal prueba, de dejar claro a aquellos que desde sus afectados sentimientos denuncian a las naciones de Europa como insolidarias e insensibles ante el sufrimiento de los emigrantes, hemos de contraponer que todos los países de la Unión Europea, en mayor o menor medida, acogen miles de emigrantes en sus pueblos, ciudades y “campos de refugiados” construidos expreso para tal fin; pero si mencionamos a Alemania -como el paradigma de esta acogida y país referente donde desean dirigirse la mayoría de los refugiados- por poner el mejor ejemplo altruista y de generosa “acogida”, ha recibido en el último año, un millón de personas que procedían de otras fronteras en un camino lleno de esperanza a alcanzar un bienestar donde pudieran desarrollarse como seres humanos. Acoger a un millón de persona protagonistas de otras realidades históricas y culturales -al margen de la generosidad de los políticos y de los agentes sociales que se han decantado por esta actitud tan sumamente solidaria-, hemos de percatarnos de la enorme complejidad y el coste económico que supone: alojar, alimentar y cumplimentar un programa cultural que los acerque a la nueva sociedad a la que acaban de llegar. Suministrarle el conocimiento de la lengua y el prepararlos en nuevas tecnologías para afrontar con éxito abordar el mundo del trabajo, no es tarea fácil, y requiere un tiempo necesario para que la adaptación no termine en fracaso; y estos millones de refugiados puedan con un cierto éxito, incorporarse a una sociedad donde sus antiguos valores necesitan adaptarse para no quedar atrapados en la marginalidad de unas sociedades, tan diferentes a las primigenias establecidas desde siglos en las tradiciones de sus países.

Por tanto, hemos de concluir ateniéndonos a la objetividad con que pretendemos columbrar la tragedia de los refugiados, que Europa -a pesar de todas sus deficiencias y falta de sensibilidad que a veces pudiera tener con la emigración- es la zona del planeta donde a más emigrantes se han acogido y, todos los días, las embarcaciones de salvamento y otras de las diferentes marinas dedicadas a esta menester, continúan en esta labor solidaria en los diferentes mares que bañan nuestras costas…

Qué pudiera decir más, acerca de esta fecha fatídica y de esos niños, que apenas nacieron a la vida, la muerte se los llevó sin apenas haber tenido tiempo para jugar en sus calles y en sus plazas. Sin apenas ocasión para soñar con “un pegaso, caballito de madera”, como cantara en su famoso poema don Antonio Machado. Sin apenas haber trazado en el cielo azul la última de sus sonrisas que el día le ofreciera a sus tempranas madrugadas…

Bien sabemos que este mundo se llena de “vanidad de vanidades”, y lo que hoy parece ser, tal vez mañana sólo sea mera apariencia que queda en el olvido… No me gusta -como seguramente a vosotros- el tener el corazón dividido, pues parece que sentimos más gozo al compartir el sufrimiento con aquellos descamisados que sufren. Sin embargo, mis palabras son sólo palabras que el viento del Sur se llevara al concluir el punto final, y vosotros dejaréis el periódico sobre la mesa y el café de la Cafetería del Puente o de cualquier otra donde halláis leído este artículo…

Mañana será otro día, y volverá el nuevo ciclo del “Samsara**” de nacimientos, vidas, muertes y reencarnaciones, y a girar la rueda kármica en nuestras calladas conciencias y sobre el destino incierto de los que huyen de la barbarie y del espanto. Y, sobre una playa de arenas grises y de cantos rodados, con aguas trasparentes de tonos turquesas, un nuevo niño sin nombre aparecerá tendido a Dios, traído por el flujo de la marea, como huyendo de la cobardía y la compasión de los hombres…

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