Generalmente, sobre todo cuando somos jóvenes, no reflexionamos sobre el porqué de nuestras motivaciones y deseos. No es hasta bien avanzada nuestra vida cuando empezamos a pensar en eso que llaman el destino. Éste no se desvela hasta que hemos superado la medianía de nuestra vida. A partir de ese momento empiezas a entender que todo lo que te ha ocurrido respondía a un plan premeditado y perfectamente organizado. El filósofo Schopenhauer escribía, en un ensayo poco divulgado, sobre la curiosa sensación de que, en algún lugar, hay alguien escribiendo la novela de nuestra vida de modo tal que los hechos que parecen sucedernos por azar, revelan, de hecho, una trama oculta de la que no tenemos conocimiento alguno.
Guardo ciertas dudas sobre la conveniencia desvelar algunas claves oníricas de mi vida, pero si algo he aprendido de la vida es que siempre, o casi siempre, sale a cuenta ser valiente y arrojado. Allá voy. Quien me conoce sabe lo importante que ha sido en mi vida lo que me ocurrió en el año 2015. Este año comenzó con una pulsión interior irrefrenable que me empujó a escribir sin descanso sobre el espíritu de Ceuta. De aquellas intuiciones nació el libro del mismo título que vio la luz cuatro años después. Ese mismo año retomé, tras mucho tiempo, mi dedicación activa a la arqueología. Y entonces sucedió una sincronía extraordinaria. Una parte importante de mis intuiciones sobre el significado trascendente de la tierra que me vio nacer se vieron confirmadas por una serie sucesiva de hallazgos arqueológicos. Este insólito hecho me llevo a prestar más atención a mi mundo interior, lo que se tradujo en mi pasión por la escritura en la naturaleza. Deseaba escuchar y entender lo que el espíritu de Ceuta quería compartir conmigo. Al igual que le sucedió a Henry David Thoreau en su Concord natal, he puesto todo mi empeño en aprender el lenguaje de Ceuta para poder expresarme mejor.
Hasta aquí no he desvelado nada que no conozcan las personas más próximas. Quizá lo que solo saben las personas de mi círculo más cercano es que ese mismo año, el 2015, comencé a tomar notas de mis sueños para interpretarlos. Al principio eran anotaciones distantes en el tiempo y no muy detalladas, pero, poco a poco, he ido prestando más atención a los mensajes procedentes del inconsciente colectivo. Al hacerlo he podido identificar una serie de sueños arquetípicos con un argumento similar que se repiten año tras año sin solución de continuidad. Algunos tienen un carácter apocalíptico, con grandes olas que arrasan todo y con bolsas de fuego que caen del cielo. En otros el agua tiene un carácter vivificador y también he tenido sueños premonitorios. De los sueños que quiero hablarles en esta ocasión es de los que tienen que ver con la temática de esta columna de opinión: la defensa del patrimonio natural y cultural.
Desde mediados de abril de este año vengo soñando con derribo de edificios que ocultan estructuras más antiguas. En el primero de la serie, al tirar abajo un céntrico inmueble quedó a la vista una edificación de época medieval islámica. Era un edificio de color blanco y en la fachada se distinguía decoraciones murales pintadas a la almagra definiendo motivos geométricos similares a los que proceden del yacimiento de Huerta Rufino. Contaba con una puerta en la que se distinguía un arco de herradura con decoración vegetal. Poco después de este primer episodio onírico soñé que visitaba un conjunto de edificios en ruina. Intuía que ocultaban importantes vestigios arqueológicos. Me fijé en una de estas vetustas construcciones que parecía, como en el sueño anterior, un edificio de época medieval islámica con varias plantas y un gran patio central. En una primera inspección no hallé nada relevante, así que entré en una nave contigua. Allí había algunas máquinas para trabajar el hierro y la madera y quedaban unos pocos trabajadores. Era evidente que aquellos edificios estaban en proceso de desmantelamiento.
"La más destacable era una enorme figura humana muy esquemática, alargada y con las piernas y brazos extendidos"
Al regresar de nuevo al edificio de cronología medieval islámica fui testigo del derrumbe del piso superior del inmueble. Al despejarse la nube de polvo tras el derrumbe quedó a la vista un abrigo con pinturas rupestres. La más destacable era una enorme figura humana muy esquemática, alargada y con las piernas y brazos extendidos. El cuerpo estaba ligeramente flexionado por la cintura. Se trata del tipo de representaciones rupestres levantinas correspondiente a la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, datadas entre el 7.000 al 3.000 a.C.
En la pared rocosa que quedó al descubierto al desprenderse el piso superior del edificio medieval apareció un enorme panel con pintura rupestres paleolíticas del estilo de Altamira. Eran decenas de pequeños bisontes recién nacidos y todavía en posición fetal.
A finales de agosto soñé que enfrente de la iglesia de los Remedios habían tirado un montón de casas antiguas. Como resultado había quedado un solar inmenso. Entre las ruinas observé que quedaba un espacio habitado. Me asomé e identifiqué unos arcos de herradura. Al observarlos más de cerca aprecié que era una doble hilera de arcos de herradura, similar a la que de la mezquita de Córdoba. Aún a riesgo de quedar atrapado por el derrumbe del edificio entré dentro y pude contemplar una magnífica bóveda de medio cañón sostenida por la mencionada arcada. Siguiendo esta bóveda llegué a una estancia con magníficos capiteles y columnas en la que residía una familia. Allí encontré una lápida de mármol con epigrafía árabe. Dudé si era una mezquita medieval o un edificio de estilo neo-árabe del siglo XIX, aunque mi intuición me decía que se trataba de una construcción del periodo medieval islámico reaprovechada hasta la actualidad.
El último sueño de la temática que les vengo contando ocurrió esta misma semana. De nuevo presenciaba el derribo de un antiguo edificio situado en el centro de Ceuta. Un grupo de operarios trabajaban retirando cascotes para despejar el camino a las máquinas excavadoras. Me fijé que salí bastante agua y al derribar del todo la vieja casa quedó a la vista un impresionante manantial que brotaba de una pared rocosa. Al lado reconocí una segunda fuente con menos caudal. Me llamó la atención las manchas anaranjadas que se distinguían en la roca del manantial principal y me acerqué a observarlas de cerca por si se trataba de restos de óxido de hierro o de algún otro metal. Cuando lo hice me fijé que mi amigo Juan Carlos Rachamdani había depositado una serie de ofrendas consistente en gajos de manzana roja y flores, por lo que consideré que el lugar había sido consagrado y no debía profanarlo. Me limité a tomar algunas fotografías.
En la parte derecha del solar había un conjunto de árboles frutales y una fuente. Lo más curioso es que algunas de las ramas de estos árboles estaban unidas por fragmentos de columnas de mármol y capiteles de época clásica. Todo indicaba que las máquinas excavadoras no tardarían en llevarse por delante este hermoso jardín con árboles cuyas ramas estaban injertadas con capiteles y columnas del periodo grecorromano. Pensé en decirle a los obreros que me guardaban estas piezas arqueológicas y al acercarme a ellos me advirtieron que el dueño del solar, un conocido empresario hindú de Ceuta, estaba acercándose al solar y que no convenía que me viera merodeando por la parcela. En ese momento me desperté.
"Debemos regresar a aquel tiempo en el que, como escribió Marie Louise Von Franz, se comprendió y cultivo el concepto de anima, entendida como la capacidad de amar del hombre, en contraste con su ansia de poder"
La recurrencia de este sueño es una clara señal de que mi destino vital está unido a la defensa y estudio del patrimonio cultural de Ceuta. Al mismo tiempo traduce mi creciente interés por la Ceuta medieval islámica. Sirviéndome de mis conocimientos arqueológicos y de la imaginación intento reconstruir mentalmente aquella Ceuta floreciente de la plena Edad Media. Pienso que en ella podemos encontrar la fuente del agua de la vida que renueve nuestra decadente civilización y reconduzca la deriva de una ciudad fracturada social y culturalmente. Debemos regresar a aquel tiempo en el que, como escribió Marie Louise Von Franz, se comprendió y cultivo el concepto de anima, entendida como la capacidad de amar del hombre, en contraste con su ansia de poder. Eran hombres “que cultivaban su capacidad de amar, su sensibilidad. Era la época de las leyendas del grial, de los trovadores, de la historia de Tristán e Isolda” (Marie Louise Von Franz, el camino de los sueños, 2017, 134-135).
Esta Ceuta oculta, a su vez -tal y como indican algunos de estos sueños- a la naturaleza primigenia, al hombre original, a la fuente del agua de la vida y al árbol de la vida. Coincido con la idea expuesta por Carl Gustav Jung y Marie Louise Von Franz de que nuestra civilización ha entrado en una fase de decadencia y ocaso y que si no encontramos una renovación será el fin. Esta renovación solo será posible con un contacto positivo con el fondo creativo originario de lo inconsciente y con los sueños. Son nuestras raíces. Un árbol sólo puede renovarse a partir de sus raíces. En el mensaje que nos ha dejado ambos intelectuales es, en el fondo, una invitación a dirigirse de nuevo a nuestras raíces interiores, porque en ella encontraremos las únicas respuestas constructivas para solucionar nuestros enormes dilemas, tales como la bomba atómica, la sobrepoblación o el cambio global.
Si me he atrevido a contar mis sueños es para despertar el interés por los mensajes del inconsciente que están llegándonos a todos para salir del atolladero en el que nos encontramos en este momento.
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