Recuerdo una historia en la que unos hombres habían sido hechos prisioneros durante muchos años en tierras extranjeras. Acabada la guerra los trasladaron maniatados y con los ojos vendados de vuelta a su país. Estaban deseosos de llegar a su tierra, dispuestos a vivir allí el resto de sus días, ansiosos por cultivar la tierra que amaban y por la que habían luchado y arriesgado sus vidas. Al bajar de las carretas les quitaron las vendas de los ojos, les desataron y les dijeron… “aquí comienzan los campos de vuestro país. Sois libres”. Estaban tan entusiasmados y agradecidos que se arrodillaron de emoción, besaron el suelo que pisaban, se establecieron allí mismo, levantaron sus casas, amaron esas tierras y vivieron en paz el resto de sus días. Lo que nunca supieron es que sus captores les habían abandonaron en un remoto lugar muy lejos de su país.
El ámbito de la fe suele estar reñido con el del conocimiento, por mucho que Hawking se empeñe en hablar de Dios jugando a los dados. O dicho de otro modo, los sentimientos y las creencias suelen ser incompatibles con los hechos, la lógica y el sentido común, y cuando ambos campos se enfrentan estos últimos tienen tendencia a salir malparados. Voy a tratar de corroborar este pensamiento y en un ejercicio de malabarismo y lo trasladaré al “procés” catalán.
En Cataluña, el nivel de sentimientos, creencias y anhelos de unos cuantos han creado un sistema de normas propio para darle sustento, de manera que han adaptado el conocimiento e interpretación de los hechos para justificar sus propios anhelos. Es decir, han manipulado la realidad a la medida de su fe, y de ese modo han creado su propia lógica.
El mejor exponente de esta situación lo encontramos en el término “democrático”. Toda la marea independentista se nutre de un término que envuelve todas sus reivindicaciones. Es democrático preguntar al pueblo, es democrático votar para saber lo que quiere, y es democrático tomar decisiones en función de la voluntad expresada en las urnas. Y todo lo que no se adapte a este planteamiento automáticamente deja de ser democrático y por tanto no merece ser respetado. De ahí que justifiquen cualquier comportamiento de sus representantes destinado a ese fin.
Parece idílico, no cabe duda. Ese discurso sin añadir aclaraciones sobre los hechos recibiría un caluroso aplauso en la sede de la ONU e incluso a alguien sensible (pongamos, no sé, un Cristóbal Montoro por poner un ejemplo) se le saltarían las lágrimas. Por tanto no lo discutiremos. El comportamiento democrático es bueno. Los contrarios a la democracia son malos. Parece sencillo, estoy emocionado ante un posible principio de acuerdo para solucionar este conflicto.
Sin embargo existe una evidente perversión en esa lógica, que consiste en la realidad selectiva. Es muy sencillo. Se trata de que los independentistas seleccionan una parte pequeña de la realidad y el resto lo borran de su discurso e incluso niegan su existencia. Es lo que se llamo el síndrome del avestruz. Existe, pero deciden no verlo.
En primer lugar, ignoran la realidad de las leyes que les afectan. Un independentista catalán desea ser independiente de España por definición. No quiere pertenecer a España por mil motivos o solo por uno. Es un sentimiento respetable, conozco a algunas personas que les gustaría ser ingleses, o que admiran a los suecos y quisieran ser suecos. Incluso conozco a personas que les gustaría ser más inteligentes. No voy a valorar las motivaciones o anhelos de las personas. El problema comienza cuando piensan que comportándose como lo que no son se volverá realidad, es decir, que serán independientes, ingleses, suecos o… inteligentes. Saben que no lo son porque la realidad es la que es, pero se obstinan en repetirlo. Por tanto empiezan a negar la realidad. De entrada, empiezan a ignorar la ley, es decir, las normas democráticas que les afectan. ¿La Constitución? Deciden que no es su constitución. Sí lo es, pero confunden el deseo de que no lo sea con la realidad. Y justo en ese momento en que la ignoran dan el paso siguiente, y la incumplen. Con lo cual ya no hablamos de soñadores lectores de Byron con reivindicaciones legítimas que actúan democráticamente dentro de las normas que les afectan para cambiar esas normas que no le gustan. Hablamos de delincuentes que, además, lo hacen conscientemente. No nos queda el pueril consuelo de no saber lo que hacen. Sí lo saben, pero les da igual, se convencen que sus deseos son más fuertes que la realidad. Y para ello repiten el mantra de que esas leyes no son suyas porque los sueños de ser algún día independientes ya se han cumplido, piensan que la vida es sueño. La fe mueve montañas, y pero la estupidez hace que te estrelles contra ellas.
En segundo lugar, ignoran la realidad de la mayoría diciendo que Cataluña y los catalanes quieren la independencia. No es cierto, tan sencillo como eso. La minoría independentista la quiere, los políticos nacionalistas la quieren, pero no la mayoría de catalanes, y mucho menos todos los catalanes. Es decir, se han apropiado incorrectamente de un término tan peligrosamente democrático como “el pueblo” para hacer creer que el pueblo son ellos y ellos quieren la independencia, luego su lógica “democrática” les ampara. Curiosamente suena mucho al discurso de otros grandes dictadores actuales. Pero esta manipulación la repiten tanto que causan una gravísima consecuencia. Que en el resto de españoles se empieza a crear un sentimiento de hastío hacia los catalanes, empezamos a pensar que los catalanes quieren separarse de España. Desgraciadamente los españoles no somos tan perfectos como nos creemos, y sucumbimos también al mensaje y a la manipulación, y generamos una reacción de rechazo hacia lo catalán, porque es lo que los independentistas quieren, que les odiemos tanto como odian ello todo lo español. Eso les facilita el camino porque ¿cómo enfrentarte a quien te quiere con él?
Por último, deciden ignorar el concepto de lo que está bien y lo que está mal. Sé que el bien y el mal son conceptos culturales subjetivos y relativos, pero en su afán onírico independentista ellos llegan a colocar cualquier acto encaminado a la independencia dentro de lo que está bien, sea lo que sea. Y no hablo ya de simples ilegalidades, no, sino de actos moralmente reprobables. Hablo de manipular datos y libros de historia, hablo de adoctrinar a menores en un sistema educativo politizado, hablo de amenazar, insultar e incluso agredir a ciudadanos por querer una educación en español o sacar una bandera española, hablo de chantajear y amedrentar a negocios y medios de comunicación para que cumplan sus indicaciones, hablo de mirar para otro lado con la corrupción en Cataluña, hablo de destinar el dinero de todos los catalanes a sus propios intereses, hablo de mentir a los ciudadanos con falsas acusaciones hacia España, hablo de… una mafia independentista.
¿Y cómo actuar frente a una mafia? ¿Cómo actuar frente a quien quiere imponer por la fuerza sus deseos personales? Desde mi punto de vista, frente a la delincuencia sólo cabe la ley y el estado de derecho.
La otra opción que nos queda es trasladar en avión a miles de independentistas catalanes con los ojos vendados capitaneados por los señores Junqueras y Puigdemont (confieso que Forcadell me da un poco de miedo) prometiéndoles un destino en plena patria catalana de mar y playa y… soltarles en Gibraltar. A ver si hay suerte y la recuperan.
Me ha traicionado el subconsciente, al fin y al cabo los sueños, sueños son.
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