Opinión

Un sueño visionario

Voy a contarles el sueño que tuve la pasada noche. Me vi en una calle luminosa en la que no quedaban rastros de antiguos edificios. Me recordó mucho a la Gran Vía a finales de los años ochenta. A un lado de la avenida se apreciaban solares en las que las máquinas excavadoras amontonaban tierras que me parecieron muy secas. Me acerqué a esos montones de tierra y puede comprobar que contenían gran cantidad de fragmentos cerámicos de época antigua. Al final de la calle observé una parcela en la que quedaron a la vista vestigios arqueológicos. Cuando pude arrimarme a este lugar descubrí que se trataba de un gran pozo circular en cuyo centro se dibujaba una gran espiral. Este motivo estaba algo desdibujado por la hierba que había crecido a su alrededor. Hay que explicar que el pozo se encontraba completamente seco. Este pozo se alimentaba de una ancha acequia, igualmente sin agua, conectada, en ángulo recto, con un molino de planta rectangular que bien podría ser del periodo romano. Se encontraba en perfecto estado de conservación. En el momento en el que me fijé en la puerta, salieron de su interior un grupo de personas vestidas con ropas caras, pero estrafalarias. Eran la viva imagen de lo que llamamos “nuevos ricos”. Hablaban entre ellos de todo el dinero que iban a ganar por el derribo de este antiguo molino y del de todos los edificios que habían conseguido derribar en esta calle.
Uno de estos “nuevos ricos” se dio cuenta que les estaba observando y mandó a uno de sus hombres a que me echara de allí. Me dijo que aquello era propiedad privada y que me fuera. Yo le respondí que estaba en una calle pública. Según iba retrocediendo le decía: ¿Esto es también privado? Y la respuesta que siempre obtenía era que sí. Mi indignación iba aumentando según retrocedía. Así llegué a un gran espacio público. Al fondo, unas grúas y andamios rodeaban una antigua fortificación. Sobre las grúas colgaban unas banderolas en las que se indicaba que se trata de una restauración financiada por la administración.
Justo a la derecha de donde me encontraba había un edificio histórico en muy mal estado de conservación. Apenas se mantenía en pie gracias a unos puntuales de madera. Fue entonces cuando uno de los hombres de los “nuevos ricos” se acercó al ruinoso inmueble y riéndose pegó una patada a uno de los puntales y el edificio se derrumbó al instante.
Pasé buena parte del jueves dándole vueltas a este sueño. Fue así como, poco a poco, entendí su significado y el mensaje que me llegaba desde el inconsciente colectivo. No cabe duda que el pozo con forma de espiral representaba el “centro del mundo” o, dicho de otra forma, el corazón del espíritu de Ceuta. Yo era el responsable de la intervención arqueológica que había permitido descubrir este pozo, pero había quedado a la intemperie y se encontraba amenazado por la especulación urbanística. El agua de la vida procedente del molino cercano había dejado de fluir y esto explicaba que todas las tierras abiertas por las máquinas excavadoras estuvieran tan secas.
Los especuladores querían hacerse con el viejo molino o manantial desde el que se distribuía el agua de la vida por las tierras de Ceuta. El molino estaba en perfecto estado y, sin duda, querían derribarlo. Al verme allí mandaron echarme y yo fui retrocediendo hasta una plaza en la que se representaba la gran farsa de la política de conservación del patrimonio cultural. Con gran desgana unos obreros trabajaban en la restauración de una vetusta fortificación, mientras que se permitía la destrucción del centro histórico y la puesta en peligro del patrimonio arqueológico. Entre risas, uno de los hombres a sueldo de los especuladores daba el toque mortal definitivo a un edificio de gran valor patrimonial.
Me sentí en parte responsable de lo que estaba observando. Yo había retrocedido en mi lucha en defensa del patrimonio cultural de Ceuta y los especuladores aprovecharon la ocasión para hacerse hasta con las calles de la ciudad. Ahora amenazaban con destruir la fuente del agua de la vida. Como arqueólogo era el responsable de haber puesto al descubierto el “Centrum Mundi” de Ceuta en forma de espiral y si no hacía algo las máquinas excavadoras acabarían con él.
En el siguiente escenario de mi sueño quedaba en evidencia la incoherencia de la política patrimonial de Ceuta. Con poco convencimiento y escasos medios se restauraban aquellos edificios históricos más visibles y céntricos, pero dejaban en manos de los especuladores y a su suerte el resto de los bienes culturales de la ciudad. A la vista de todos estaba que los inmuebles de valor histórico eran adquiridos por los especuladores y acto seguido abandonados para justificar su derribo por ruina económica y técnica.
Hacía tiempo que no tenía un sueño tan claro y con un significado tan evidente, al menos para mí. Llevo muchos años interesado en el pensamiento del Carl Gustav Jung, uno de los padres del psicoanálisis y un gran maestro de la interpretación de los sueños. Durante este tiempo he tomado conciencia de la importancia de prestar atención a los mensajes que nos envía el inconsciente colectivo a través de los sueños o la práctica de la imaginación activa. En su autobiografía, titulada “Recuerdos, sueños, pensamientos”, Jung repasa los sueños que marcaron su trayectoria personal y científica. Estos sueños resolvieron algunas de sus grandes dudas existenciales, como la decisión sobre la elección de sus estudios universitarios, o la confirmación de algunas de sus intuiciones sobre el inconsciente humano. Jung quiso ser arqueólogo, pero en el último momento se decantó por la medicina y luego por la psicología. Mi trayectoria es similar a la de Jung, con la diferencia de que yo no dudé sobre mi vocación de arqueólogo, y la similitud de que cada vez he sentido más interés por la psique humana. Los dos, por distintos caminos, hemos llegado al estudio de los mitos, las religiones mistéricas, el gnosticismo, el hermetismo y la alquimia. A pesar de la semejanza en nuestros intereses, hay una gran diferencia entre la estatura intelectual mía y la de Carl Gustav Jung. Sin embargo, esto no es excusa para dejar de esforzarme en mi propio proceso de individualización. Compete a todos y cada uno de nosotros llegar a ser lo que somos y cumplir, al mismo tiempo, con nuestra particular misión vital, ya sea esta más o menos elevada.
El sueño que viví la madrugada del pasado jueves me ha hecho ver que no puedo abandonar mi lucha a favor de la protección y la conservación del patrimonio cultural de Ceuta. Tengo que reconocer que en los últimos años he relajado mi dedicación a esta labor llevado por mi cansancio y la necesidad de atender otras solicitudes de mi voz interior, como el contacto directo con la naturaleza o el desvelamiento del espíritu de Ceuta. Soy el responsable de la “intervención arqueológica” que ha puesto al descubierto el pozo en forma de espiral que ha nutrido con el elixir vital a las tierras ceutíes y no puedo permitir que los especuladores lo destruyan junto al manantial que lo alimenta. He retrocedido, pero es hora de que recupere el terreno perdido.

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